Crimen, locura y subjetividad. Héctor Gallo
Читать онлайн книгу.en lo que definen como una “subcultura”, la cual se configura “no tanto como oposición a unos valores sino como adecuación a otros diferentes”.6 Entonces, dentro de “la subcultura criminal, las conductas desvaloradas por la cultura jurídica y moral son legítimas”.7
El modelo metodológico referido, si bien tiene en cuenta el aspecto social del crimen, en su concepción del sujeto, insiste en la escisión entre el mundo de la razón y el universo mental. La defensa de esta escisión hace que no resulte útil para una investigación que cuente con el sujeto del inconsciente. El abordaje de un fenómeno social o clínico, que se base en la idea de que “mental” es sinónimo de que algo no marcha en el campo de la razón, entra en oposición con el psicoanálisis, pues con el término “mental” no hace referencia a lo psíquico, sino a los órganos de los sentidos, que se ponen al servicio de la adaptación al medio ambiente y que comparten el organismo humano con el organismo animal.8
El modelo del discurso penal también fue descartado como vía metodológica, pues la pregunta que se formuló en ese momento no era por el crimen como objeto penal, ni por el criminal en su sentido jurídico, sino por la relación del sujeto con el crimen como objeto social. En esta perspectiva, se valora la función del inconsciente en las conductas y se tiene en cuenta la causalidad externa al sujeto, pero esta última no es tomada como argumento explicativo.
Ante el crimen, un psicoanalista no se pregunta cómo acceder a la “verdad del crimen”, en el sentido de localizar los hechos reales, sino por la “verdad del criminal”, que no se refiere a los hechos verificables objetivamente sino a las causas subjetivas de su transgresión. En la elaboración de su informe pericial no cuentan las impresiones digitales, un pelo, un trozo de papel, el registro de una cámara, “la ceniza de un cigarrillo tirada inadvertidamente”.9 Estas pistas inanimadas son útiles a los expertos en criminalística, encargados de recoger, en la escena del crimen, los elementos objetivos que sirven como indicios para acceder, mediante deducción, a su esclarecimiento. A nivel criminalístico se les concede un gran valor probatorio de la verdad. La reunión de estos rastros, o alguno en particular que haga de prueba reina, constituyen el fundamento que permite definir la culpabilidad o la inocencia del acusado.
Dado que, desde el psicoanálisis, tenemos en cuenta que el sujeto del acto es gobernado por fuerzas psíquicas que se localizan más allá de la influencia malsana del aspecto social y familiar, y que nada tiene que ver lo orgánico degenerado, los analistas nos preocupamos más por los indicios subjetivos que por las señales materiales recogidas en la escena del crimen. Lo psíquico no lo asociamos con trastorno o desorden, sino con el inconsciente sexual y agresivo, el deseo insatisfecho, los conflictos éticos, las pasiones, la pulsión representada por el superyó cruel, los desgarramientos de la culpa y el malestar supuesto en el orden simbólico. Esta dinámica psíquica funda y conforma una subjetividad existencial, que en lugar de ser medida, evaluada y medicada más bien se interroga, dándole la palabra al ser que habla.
Desde la perspectiva del psicoanálisis, el “hombre delincuente” no remite a una “personalidad criminal”, ni es alguien a quien se le deba evaluar un posible déficit, ni medir su grado de responsabilidad en la falta cometida. El delincuente tampoco es una máquina que puso su capacidad de razonar al servicio del mal, pues si bien en cada delincuente encontramos un sujeto que calcula y sigue una lógica en sus actos, nada en ese cálculo es mecánico ni químico. El cálculo, la razón, el déficit posible y la lógica del sujeto delincuente dependen de operaciones simbólicas, de las cuales no siempre es consciente.
El instrumento que se prefiere en el psicoanálisis, para tratar en el ámbito práctico con el sujeto criminal, no es el microscopio, ni los test de inteligencia, el interrogatorio, las pruebas de personalidad o el polígrafo, sino la “palabra”. Sabemos que la dialéctica en la que nos sumerge la palabra del sujeto no nos conduce hacia una causa unitaria, ni a un saber exacto, como el que se pregona con el gen o se persigue con el test, pero sí nos orienta hacia un saber que, por no ser preconcebido, sino construido a partir de la palabra del sujeto, cuenta con la verdad referida a sus modos de satisfacción pulsional. Esta verdad no es “exacta”, en el sentido de la objetividad positivista que para el discurso jurídico es tan importante; pero allí donde logra ser reconstruida, sin duda, nombra con rigor, no el esclarecimiento del crimen, sino el fundamento subjetivo del malestar existencial de un hombre y los motivos de su acto criminal.
Para un psicoanalista es más importante la palabra del criminal que los hechos, así esté demostrada la falta de sinceridad del delincuente, pues su orientación es hacia procesos psíquicos que permiten definir la relación del sujeto con el acto criminal, y no hacia la realidad de lo que sucedió. En lugar del psicoanalista hacer hablar el objeto inanimado, como sí lo lleva a cabo el criminalista, hace hablar al sujeto del acto animado por su goce, y en este sentido no lo asume como alguien conocido, como lo suele tomar un experto, sino como un enigma y con la intención de establecer “a quién ha matado realmente” el asesino.
Nos importa saber quién era el criminal antes del crimen, quién es en el momento de cometerlo y en qué se ha convertido después. Este movimiento, constituido por esos tres “momentos lógicos”, es el que proponemos seguir clínicamente cuando se entrevista a un sujeto acusado de un crimen y del que se sospecha que algún trastorno lo condujo a la violencia contra el semejante. Se ha constatado, en la clínica, que en esos tres momentos lógicos se asiste a tres posiciones subjetivas distintas, que requieren ser analizadas, cuestión que los jueces no están en condiciones de establecer a partir de su conocimiento del derecho, menos del sentido común que suele guiarlos en sus interrogatorios, de la apariencia del acusado o de la influencia transferencial favorable o desfavorable que este ejerza sobre el juez.
“Como prueba, como evidencia, a favor o en contra de la culpabilidad, la psicología es inútil. Vemos diariamente cómo se abusa de ella en los tribunales”.10 No existe método “psicológico seguro para descubrir el autor de un crimen”,11 pues no es del establecimiento de la culpabilidad o de la inocencia de lo que en rigor se ocupa la psicología, y menos el psicoanálisis. El campo de aplicación del psicoanálisis no es el de un mundo tangible y observable en un laboratorio, pues la investigación que adelanta no es sobre la realidad material, sino psíquica.
Una reacción psíquica no es prueba de ningún hecho material; así, por ejemplo, se puede observar objetivamente la reacción emotiva de un sujeto porque ha cometido un crimen, pero también esta misma reacción se podría producir en un sujeto obsesivo que apenas “ha deseado cometerlo”. Desde el punto de vista de la realidad psíquica, desear cometer un crimen puede ser tan grave como haberlo cometido. No ha de pretender un lugar la prueba psicológica “en el establecimiento de las pruebas”.12 El psicoanálisis no se ocupa clínicamente del crimen como tal, ni del descubrimiento del autor de los hechos, sino de explicar por qué no hay ser humano que no haya deseado cometerlo en algún momento de su vida, y en caso de pasar del deseo al acto, se pregunta si le ha producido o no alguna satisfacción, cuestión que sirve de orientación para responder a la pregunta de dónde aparece colocado el sujeto con respecto a su acto; aspecto que ha de aportar los elementos básicos para la realización de un informe pericial a partir de lo que dicho sujeto nos enseña sobre él.
Proximidad y diferencia del psicoanálisis con la sociología en el análisis del crimen
Desde el registro sociológico asistimos a una mirada del delincuente y el delito que se distancia de la mirada médica, psiquiátrica y psicológica. Para la sociología, el delito no es considerado un hecho anormal, sino un hecho social normal, mientras que el delincuente no sea concebido como un enfermo mental. Aquí “normal” quiere decir que el crimen se presenta en todo tipo de sociedad, desde las culturas primitivas hasta nuestros días. Pero su investigación sí “pertenece a un periodo posterior a la cultura primitiva, cuando la creencia en los tabúes se había debilitado y comenzaba con el castigo del culpable”.13
El punto de vista del psicoanálisis frente al crimen se aproxima al de la sociología, en que no asocia crimen con enfermedad mental; sin embargo, en la explicación acerca del modo como se involucra el sujeto en el crimen no se conforma con invocar las causas sociales, sino que también tiene en cuenta la subjetividad.