Preguntas frecuentes. Emiliano Campuzano

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Preguntas frecuentes - Emiliano Campuzano


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y los sellaba con su seguro.

      –Los libros son una manera de viajar entre mundos, cuando uno colapsa, podemos saltar al siguiente y al siguiente; aun cuando el día es oscuro en nuestros ojos, en algún otro lugar está soleado y podemos ir a él al abrir un par de páginas. Sam necesita eso. ¿No?

      –¿Cómo lo sabes? —pregunté sorprendido.

      –No eres el único que sabe observar, Jace. No es cuánto tiempo te le quedas viendo a alguien, sino qué tanto sabes escucharlo.

      –Sí, lo necesita.

      –Y tú, no sé, puedes divertirte un poco también.

      –¿Cómo sabes que no me gusta leer? —pregunté.

      –Intuición. Has leído mucho por obligación, todo cambia cuando lees algo que te deja alguna enseñanza. Algo me dice que serás parte de ese estante.

      –Quizá…

      –Además, no creo que te aburras de verla leer…

      –¿Qué dice? —pregunté.

      –No, nada —contestó Noel sarcástico.

      –No nos gustamos, solo somos amigos —aclaré.

      De pronto Sam se asomó por el balcón que daba al piso de abajo emocionada.

      –Kate. ¡Tienes que venir! —gritó mirándome y regresó a ojear el famoso estante.

      –Yo nunca dije lo contrario —dijo Noel—. Aunque alguno de esos libros me enseñó que quien contesta a preguntas no hechas, responde por adelantado. Anda, ve con ella.

      Lo miré con los ojos en blanco y subí a ver a Sam. Estaba en una mesa al lado del estante junto a la ventana leyendo un libro en el sol.

      –Mira, ven —dijo Sam pidiendo que me sentara con ella.

      Me acerqué y me senté en la mesa de madera, a su lado.

      –«¿El amor puede matar?» —leyó Sam una primera página de un libro que en la portada dictaba Amor. El libro era una serie de hojas escritas a mano y empastadas—. Aunque el amor no representa un daño físico como tal, puede dejar terribles e irreversibles secuelas a quienes lo padecen y lo pierden. Es una extraña especie de sensación de vacío la que llega con la partida de nuestro horrible padecimiento; primero empieza con los colores del diario y poco a poco consume los de nuestro interior, no son medibles las consecuencias de nuestro sufrimiento con esta enfermedad, pero sí son reales. Lo tangible no siempre es lo real y viceversa. ¿El amor puede matar? Nuestra conclusión es que…

      –Samantha, Jace. Bajen —se escuchó la voz de Noel desde abajo. Sam hizo una mueca.

      –Vamos —me dijo Sam sonriéndome. Por un momento no reaccioné—. Anda, Kate —Sam me empujó bromeando. Reaccioné.

      Bajamos por las escaleras y Noel nos estaba esperando en el escritorio. Se paró y nos entregó a cada quien un cuaderno y una llave.

      –Como dije, esta es su casa, pueden venir cuando quieran, es un santuario, a veces estaré, a veces no, pero siempre podrán venir. A cualquier hora.

      –¿Podemos traer gente? A Becca le encantaría esto —preguntó Sam.

      –Claro, pero traten de mantenerlo en secreto. No suena muy bien para las autoridades que un tipo de mi edad traiga chicos y chicas de su edad a una propiedad secreta.

      Reímos.

      –Espero que sea de su agrado.

      –Me encanta —suspiró Sam recibiendo su regalo y regresando corriendo a leer.

      Noel asintió un segundo y suspiró.

      –¿Qué? —pregunté.

      –Recuerdo cuando entré aquí, no era el desastre que es ahora y eso que ya no era como en la época de Mark que, según dicen, siempre estaba lleno de chicos con ganas de pensar, de luchar por sueños y solucionar las grandes preguntas de la humanidad. Cuando yo llegué éramos 50, yo tenía quince, dos años menos que tú; era el más joven. Esto parecía una de esas escuelas de magia de los libros, hoy todo se ve tan caído.

      –Sam no lo ve así.

      Los dos volteamos hacia arriba para, a lo lejos, ver a Sam leyendo feliz a contraluz.

      –Cierto —dijo Noel—. Poco a poco se fueron casando, dos fallecieron, otros se fueron del país, otros solo dejaron de venir. Hoy quedamos cinco, y ustedes dos.

      –¿Y por qué te quedaste? —pregunté.

      –Porque sabía que un día iban a llegar alguien como ustedes. Y necesitarían este lugar.

      –¿Nosotros o Sam?

      –Sam, tú. Estoy seguro de que llegarán más también.

      –¿Y por qué yo?

      –Porque eres como Ben.

      –¿Ben?

      –Sí —suspiró Noel—. Era un amigo mío, él me llevaba tres años, era muy observador, me enseñó ese arte. Me recuerdas a él.

      –¿Solo porque me gusta criticar a las personas? —pregunté.

      –No, eso es un comienzo y pronto aprenderás que es etiqueta básica no analizar a las personas antes de dirigirles la palabra. Pero todo eso es la base para cuestionar las cosas que realmente importan.

      –¿Qué le pasó a Ben?

      –Bueno, esa es una de las preguntas que nunca pudimos responder. En fin… —Noel se puso un abrigo que estaba colgado—. Ahí hay baños, no hay comedor, pero puse un microondas por allá y algunos paraguas por si se necesitan.

      –¿Ya te vas? —pregunté.

      –Sí, tengo que ir a hacer algo importante —contestó Noel.

      –¿Algo importante? —pregunté.

      –¿Ves? Eres curioso. Sí, si todo sale bien, se enterarán. Bienvenido a la biblioteca, Jace. Te veo en clases.

      Noel salió y se dirigió a la cafetería para marcharse.

      Yo empalmé la puerta y subí con Sam.

      –¿Sigues leyendo?

      –¿Qué haces en una biblioteca? Duh —se rio Sam—. Siéntate, Kate.

      Me senté al lado de ella y puso su cabeza en mis piernas, acostándose para leer.

      –Nuestra conclusión es que el dolor no mata, por el simple motivo de que no tiene la capacidad de detener de manera literal el corazón o llenar los pulmones de fluido, pero sí cambia; en resumen, el amor no mata, pero sí transforma. Una persona no es la misma dos días seguidos, sin embargo, este cambio se ve mejor cuando se ha sufrido de esta condición, no obstante, es una fase. Alguien que ha padecido, primero dejará de tener fe en las personas, poco a poco irá recuperándose y tarde o temprano volverá a ser una versión más o menos igual a quien era, sin embargo, siempre queda la huella de cada amor y de cada error cometido.

      –Es muy pretencioso —comenté.

      –A mí me parece lindo, de hecho —respondió Sam.

      –Bueno, es un poco lindo —asentí.

      –Ya, no intentes arreglarlo —dijo Sam. Reímos.

      Sam suspiró y se levantó, usándome de apoyo.

      –¿Quién lo diría?

      –¿Qué? —pregunté.

      –Que existiría un lugar así, es casi mágico. ¿No?

      Tenía razón respecto a lo que le dije a Noel, para ella era todo lo que él había descrito cuando narró su primera llegada.

      –Sí. Supongo que sí —respondí y la abracé.

      Ella me abrazó también.

      –Además, podríamos usarlo como refugio si hay un…

      –¿Apocalipsis zombi? —interrumpí.

      –Exactamente


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