Revolución y guerra. Tulio Halperin Donghi
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Índice
Prefacio a la presente edición
1. El Río de la Plata al comenzar el siglo XIX
2. La revolución y la dislocación económica
Parte II
3. La crisis del orden colonial
4. La revolución en Buenos Aires
5. La revolución en el país
6. La disolución del orden revolucionario
Conclusión
Tulio Halperin Donghi
REVOLUCIÓN Y GUERRA
Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla
Edición definitiva con un nuevo prólogo del autor
Halperin Donghi, Tulio
Revolución y guerra: Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla.- 2ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2021.- (Hacer Historia)
E-Book.
ISBN 978-987-629-426-3
1. Historia Argentina.
CDD 982
© 1972, Siglo Veintiuno Argentina Editores S.A.
© 2014, Siglo Veintiuno Editores S.A.
Edición al cuidado de M. Soler
Ilustración de cubierta: Emeric Essex Vidal, Vista del Cabildo desde la Recova, 1817
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: diciembre de 2014
Segunda edición en formato digital: marzo de 2021
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-629-426-3
Prefacio a la presente edición
A poco más de cuatro décadas de la publicación de Revolución y guerra, Siglo XXI Editores Argentina me ha invitado a ofrecer algunas indicaciones sobre la lenta maduración del proyecto del que fue fruto el libro, que vio por primera vez la luz en 1972, en la esperanza de que ofrezcan alguna utilidad a quienes sólo hoy aborden su lectura. Es esta una invitación que quien ha alcanzado una edad de suyo demasiado inclinada a las reminiscencias encuentra muy difícil de resistir, como lo prueban las páginas que siguen.
Revolución y guerra fue uno de los demorados frutos de un proyecto editorial promovido por Arnaldo Orfila Reynal, director desde 1948 del Fondo de Cultura Económica de México, quien en 1957 decidió publicar un manual de historia argentina en el que, siguiendo la división tripartita introducida en 1946 por José Luis Romero en Historia de las ideas políticas en Argentina, cubriría la era colonial un breve texto que –al margen de ese proyecto– había dejado en manuscrito Julio V. González, fallecido en 1955, mientras el mismo Romero y yo tomaríamos a nuestro cargo, en dos volúmenes no mucho más extensos, él la era aluvial, que había agregado a las dos tradicionales, y yo la que él había rebautizado criolla.
Respondí a esa inesperada prueba de confianza con una aceptación inmediata, y sólo cuando comencé a considerar cómo cumpliría el compromiso asumido en el plazo fijado, que según creo recordar era de dos años, comencé a advertir lo que esa aceptación tenía de temerario. Y ello no sólo porque desde 1956 estaba avanzando en mi carrera, en el marco de la reconstrucción de las universidades argentinas emprendida luego de la caída del primer peronismo, en un clima de constante agitación dentro y fuera de las instituciones universitarias que me hacía difícil concentrarme en ese proyecto tanto como hubiera deseado. Lo que me hacía aún más difícil cumplirlo era que en ningún momento había considerado que la tarea que tenía por delante debía ser, en efecto, escribir un manual que cubriera, con razonable riqueza de datos, los tres cuartos de siglo que separan la primera invasión inglesa de la brevísima guerra civil de 1880.
No era que tuviese nada en contra de emprender una obra de esa índole; mientras preparaba pausadamente lo que terminó siendo Revolución y guerra abordé y concluí la redacción de la Historia contemporánea de América Latina, publicada en su versión italiana en 1968 y al año siguiente en el original español. Lo que me impedía encararla desde esa perspectiva era que había ya madurado un modo de abordar el trabajo histórico que creía haber alcanzado a dominar en 1954, cuando concluí la preparación de mi tesis sobre la trayectoria de la Valencia cristiano-morisca, desde su creación en 1536 por la conversión forzada de los musulmanes valencianos hasta la expulsión de los descendientes de estos a tierras islámicas en 1609. Y sólo paulatinamente iba a descubrir que lo que había logrado hacer para esas ocho décadas de historia del reino valenciano tras una muy intensa pero breve recolección de fuentes iba a requerir una etapa preparatoria más larga cuando me volviera al mucho más vasto territorio en que en tres cuartos del siglo XIX tomó forma uno de los estados sucesores del imperio español en Indias.
Si tardé en advertir que eso podía plantearme un problema fue en parte porque las distracciones que me imponía esa participación tan activa en la agitada vida universitaria de aquellos años me hacían de todos modos imposible encarar esa etapa preparatoria tal como lo había hecho en Francia y España en unos meses febriles de los ya remotos 1952 y 1953. Pero si no podía recurrir para este nuevo proyecto al modus operandi que tan bien me había servido al trabajar en mi tesis, nada me impedía apoyarme en las nociones acerca de cuál es la tarea específica del historiador que ya me habían guiado en la preparación de esta obra, y en efecto así lo iba a hacer, aunque la más importante de esas nociones no la había explicitado ni aun para mí mismo cuando preparé mi tesis, y seguía sin explicitarla cuando me interné en la misma tarea en relación con ese nuevo proyecto. En 1957 como en 1952 la hubiera resumido con una frase que Lucien Febvre gustaba de repetir, la que proclamaba que “en ciencias del hombre no hay disciplinas, hay problemas”; pero lo que no percibía yo entonces era el más importante de los corolarios que se desprenden de esa frase axiomática: en efecto, lo que ella viene a decir es que la tarea del historiador consiste en darse razón de una sucesión de acontecimientos que extrae de un cúmulo infinito que de ellos nos ofrece la experiencia, para integrarlos en una narrativa de cuyo valor explicativo creerá tener suficientes motivos para confiar cuando se decida a presentarla al juicio de sus cofrades.
El problema no era que, así explicitada, la frase de Febvre evocara un modus operandi difícil de diferenciar del que, preconizado por Leopold von Ranke a mediados del siglo XIX, era enérgicamente combatido bajo la etiqueta de histoire événementielle desde las páginas de los Annales fundados por él junto con Marc Bloch, ya que esa polémica enfrentaba en verdad los frutos tardíos de una corriente historiográfica que, cada vez más hundida en la rutina, había renunciado a explorar las dimensiones problemáticas de los hechos que diligentemente seguía acumulando. Lo que la frase de Febvre prefería no tomar en cuenta era que, al definir de este modo