E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020. Varias Autoras
Читать онлайн книгу.y ahuyentó los recuerdos que los zapatos evocaban. Fue hacia el hermoso arreglo floral que la esperaba sobre la mesa del salón y leyó la tarjeta.
Aquella suite confirmaba todas sus expectativas sobre el Tempest West. El hotel era rústico, pero tenía clase y estilo. Era lujoso y discreto al mismo tiempo; simple pero elegante. Trent no había escatimado en gastos y estaba muy orgulloso de la decoración, de las vistas y del inteligente uso de los espacios.
Fue hacia el ventanal y contempló las vistas. El hotel no tenía más que tres pisos, pero su atractivo principal consistía en hileras de suites adosadas que se extendían desde la estructura principal formando una herradura.
–Te has superado a ti mismo, Trent –murmuró, con un atisbo de sonrisa en los labios.
Él lo hacía todo con entusiasmo, entregándose a fondo.
Entró en el amplio dormitorio y abrió la maleta. Metió la ropa informal en los cajones y colgó las prendas de trabajo en el armario. Después fue hacia la puerta de roble que conducía a un balcón privado y tomó el teléfono móvil.
Su padre contestó después del segundo timbrazo.
–Es estupendo, cielo. Me alegro de que me hayas llamado.
Julia ya no era una niña, pero siempre escuchaba los buenos consejos de su padre. Su madre había muerto dos años antes y él estaba muy solo.
Siempre habían estado muy unidos, y su padre había sentido un gran alivio al saber que no iba a marcharse a Nueva York. Ella, en cambio, se había llevado una gran decepción al perder el contrato con esa cadena de restaurantes.
Unos días después de sufrir aquel golpe Trent se había presentado en su casa con una disculpa. Las flores, el champán y una noche de pasión en sus brazos habían sido suficiente para que aceptara el empleo en el hotel.
El vaquero le había hecho una oferta que era difícil de rechazar, y no había tenido más remedio que decirle a su padre que se iba a Arizona.
–Bueno, ¿cómo es el Tempest West?
–Papá, es impresionante. Este lugar tiene muchísimas posibilidades. Creo que podré ayudar a Trent y juntos lo convertiremos en el destino turístico favorito de la elite.
–No me cabe duda. Te pareces a mí.
Ella soltó una carcajada al recordar el éxito de su padre en el sector bancario. A él se le daban bien los negocios y ella había salido a él.
–Ya lo sé. Tú me has dado el ingenio y yo voy a usarlo en este proyecto.
–Esa es mi chica.
Tras hablar con su padre, Julia se quitó la ropa y se dio una ducha rápida. Unos minutos después, se puso una bata que había sacado del armario y disfrutó del suave tacto del algodón sobre la piel.
Entonces se dejó caer en la mullida cama con dosel y se echó una siesta antes de la cena.
–Julia, soy Trent. ¿Estás ahí?
Julia se levantó, desorientada al oír la voz de Trent. Las horas volaban.
–Sí, sí. Estoy aquí, Trent –dijo, anudándose la bata de camino a la puerta.
Quitó el pestillo y la abrió unos centímetros.
–Lo siento. Me eché una siesta y perdí la noción del tiempo.
–¿Puedo pasar?
–No me he vestido. Te veré en…
–Julia, déjame entrar.
–¿Es una orden del jefe?
–Si es necesario, sí.
Aquellas palabras dulces con un ligero tono sureño la derritieron de inmediato. Se apartó de la puerta y le dejó entrar.
Consciente de que no llevaba nada debajo, Julia se sintió incómoda con aquella bata. Trent, en cambio, parecía estar a sus anchas con unos vaqueros negros, una camisa blanca, botas pulidas y una sonrisa de anuncio.
Sobre la mesa había un ramo de lilas. La tarjeta decía «Haremos grandes cosas juntos».
–Tienes buen gusto para las flores –dijo ella.
Trent volvió a sonreír.
–También sé atarme los cordones de los zapatos.
–Tienes mucho talento.
Él arqueó una ceja y la devoró con la mirada.
–Sabes que sí.
El calor que recorría el cuerpo de Julia se convirtió en un torrente de lava. Siempre había sido así con Trent. Incluso la conversación más sencilla adquiría dobles sentidos. Y esas insinuaciones solían acabar en una noche de pasión.
–Será mejor que me vista –dijo ella, dándose la vuelta.
Trent la agarró del cinturón de la bata, que se soltó fácilmente. Se paró detrás de ella y sus manos encontraron la abertura. Le acarició el vientre suavemente.
–Mmm. Lo sabía.
–Trent…
–No llevas nada debajo de la bata, Julia. Y estás en mis brazos –le dijo, besándola en el cuello.
Julia se dejó acariciar, consciente de la ola de fuego que la abrasaba por dentro. Él deslizó las manos hacia arriba, hasta toparse con sus pechos.
–Ahora trabajo para ti –le dijo ella.
–No estamos en horas de trabajo.
–Pero no me parece correcto.
Una risotada escapó de los labios de Trent.
–No me mientas.
Sí… Le había mentido. Lo deseaba con todas sus fuerzas, pero también se había engañado a sí misma. Ella quería más de Trent; quería lo que tenían Evan y Laney. Quería amor verdadero y tener una familia. Se había encerrado en su profesión, pero era demasiado romántica como para no anhelar un futuro con un hombre que la amara incondicionalmente. Ya había cometido un error con un compañero de Powers International. Había estado a punto de perder su trabajo y su reputación con un hombre ansioso de poder que la había utilizado. Había superado lo de Terry Baker, pero el dolor de la traición no había desaparecido. Por fin tenía su propia empresa, Lowell Strategies, pero su reputación seguía en la cuerda floja. Y también su corazón.
Trent le abrió la bata un poco más y le acarició los pechos y las caderas, deslizando los dedos arriba y abajo como un experto guitarrista tocando una erótica melodía.
–Puedes apartarte y vestirte –le susurró al oído–. O dejar que te quite esta bata.
A Julia se le estaban acabando las excusas.
–Tenemos que hablar del hotel.
Trent había dejado claro lo importante que el nuevo proyecto era para él. La había llamado de inmediato para que empezara a trabajar en la nueva campaña de promoción del Tempest West.
–Lo haremos. Después…
Puso los labios en el cuello de Julia y ella sintió un cosquilleo delicioso. Trent era el mejor seductor y, aunque sabía lo que significaba ese «después», no podía negarse.
De pronto sonó el móvil de Trent, que masculló un juramento.
–Maldita sea. Tengo que contestar –le dijo, apartándose.
Julia suspiró, aliviada, y fue hacia el dormitorio. Cerró la puerta, pasó el pestillo y se recostó contra la pared, respirando profundamente una y otra vez.
Entonces se quitó la bata y se vistió rápidamente. No podía enamorarse del jefe.
Capítulo Dos
–Te