La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela

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La traición en la historia de España - Bruno Padín Portela


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Breviare de la haine. Le III Reich et les juifs, París, Calmann-Levy, 1951.

      A Sonia

      El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.

      I Co 13,4-5

      AGRADECIMIENTOS

      Resulta complicado sintetizar en unas pocas líneas el reconocimiento a todos aquellos que han contribuido a que este trabajo vea la luz. En primer lugar, estoy muy agradecido a Ofelia Rey Castelao por la libertad que me ha concedido para desarrollar mi labor investigadora, así como por sus consejos y aportaciones, que han enriquecido notoriamente este libro.

      En el ámbito personal doy las gracias a mis padres y a mi hermana, sin los cuales habría sido imposible llegar hasta aquí.

      No podría terminar estas palabras sin referirme a dos personas que han sido fundamentales. En primer lugar a mi maestro, José Carlos Bermejo Barrera, quien, además de haberme iniciado en el antiguo oficio de historiador, me ha inculcado unos valores que van mucho más allá del ámbito académico, por lo que siempre le estaré agradecido.

      Por último, a mi querida Sonia solo me queda agradecerle su constante apoyo, comprensión y paciencia, y, sobre todo, haberme dejado cumplir su sueño.

      Naturalmente, los errores contenidos en el texto son responsabilidad exclusiva del descuido del autor.

      O Grove, agosto de 2018

      La historia no se repite, pero rima.

      Mark Twain

      Other nations have a history, the Jews and the Irish have a psycosis.

      Brendan Behan

      I

      INTRODUCCIÓN

      Este libro no pretende ser un exhaustivo catálogo que estudie a los traidores que desde la Antigüedad y hasta la época contemporánea han ido jalonando la historia de España. Al contrario, es un trabajo que tiene como objetivo analizar la traición en los relatos historiográficos, ya que los traidores cumplen siempre un papel y tienen una influencia esencial tanto en el ámbito de la ideología política como en el de la enseñanza de la historia.

      Anteriormente la consolidación de la disciplina estuvo marcada por la aparición de diferentes revistas, como History of Theory, con ya más de cuarenta años de edición; los Quaderni di Storia y los Quaderni Storici en Italia; así como la revista internacional Historie de l’historiographie, cuyo título, en francés, inglés, alemán e italiano, se escogió así para destacar a su vez el reconocimiento de la materia en la sección correspondiente de los Congresos Mundiales de Ciencias Históricas. España no iba a ser menos, y en ella hemos podido asistir al nacimiento de revistas como Historiografías, publicada por la Universidad de Zaragoza, o la Revista de Historiografía, publicada por el Instituto de Historiografía Julio Caro Baroja de la Universidad Carlos III de Madrid. Pudiendo añadir a ellas la revista Memoria y Civilización de la Universidad de Navarra.

      El objeto de la historiografía es el estudio sistemático y diacrónico de las grandes construcciones globales en las que se enmarcan los diferentes tipos de historias, comenzando, como es evidente, por la historia de los países, reinos y naciones. Y siguiendo también por las grandes construcciones históricas y los modelos interpretativos en la historia económica, social, histórico-religiosa y de las ideologías y las mentalidades.

      No cabe duda alguna de que no hay historia sin investigación y sin documentos. La historia, o quizá mejor las historias, son ciencias empíricas, basadas en la recopilación de datos y su sistematización e interpretación. Pero todos sabemos, y mucho más desde la Escuela de los Annales, con Marc Bloch y Lucien Fevbre, que no hay historia sin modelos interpretativos globales, a menos que sigamos queriendo defender la vieja «historia historizante». Los modelos históricos los crean los historiadores para dar forma a la materia histórica. Y esos modelos, ya sean sociales (la «ciudad antigua», el «despotismo oriental», el «Antiguo Régimen», el «feudalismo»), o bien económicos, como la teoría de los diferentes modos de producción, no están presentes directamente en las fuentes, ni fueron percibidos así por los protagonistas del pasado. Ni los griegos creían vivir en la «ciudad antigua», ni los hombres y mujeres de la Edad Media en la «sociedad feudal». Sin embargo, ello no quita validez a esos modelos, que solo pueden ser refutados por otros que nos proporcionen interpretaciones más fecundas y útiles.

      El modelo con el que nos vamos a enfrentar es el gran modelo, también llamado relato, de la Historia de España, que, como todas las historias nacionales, es un modelo cerrado, porque está estructurado en un determinado territorio y en el devenir en el tiempo de los pueblos y personas que vivieron en él. Ese modelo, como veremos en el apéndice dedicado a la historiografía nacionalista gallega, escogida como ejemplo ilustrativo por proximidad, se intentó e intenta sustituir por otros tres igualmente cerrados, construidos en los entornos gallego, vasco y catalán. Cada uno de ellos se presenta como incompatible con los demás porque la historia de la nación es una narración, o sustancia narrativa cerrada, con un comienzo, un medio y un fin, que es la consolidación del Estado-nación, y normalmente, además, suele estar concebida de una forma finalista o teleológica. Por eso, aunque muchas veces esas historias oculten, manipulen y deformen los hechos, son muy difíciles de refutar, porque mueven resortes emocionales, religiosos e ideológicos muy profundos.


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