Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia. María Isabel Zapata Villamil
Читать онлайн книгу.sus desarrollos y usos específicos. De tal modo, el concepto de opinión pública solamente apareció como tal en Europa durante la segunda mitad del siglo XVIII. Desde la antigüedad, con términos distintos se referían situaciones parecidas, pero nunca iguales. Por ejemplo, Protágoras hablaba de la creencia de la mayoría, Heródoto de la opinión popular, Demóstenes de la voz pública de la patria, y en otras ocasiones se hicieron comunes nociones como vox populi y opinión común.17 De acuerdo con Cándido Monzón, ese término apareció por primera vez cuando Rousseau pronunció su discurso llamado “Discurso sobre las ciencias y las artes” en la Academia de Dijon, en 1750.18 Simultáneamente, en Europa se comenzó a dar un largo proceso mediante el cual la conciencia empezó a tener libertad, y la cultura salió de los claustros para ubicarse en las manos de los individuos. Desde el Renacimiento, se inició con Nicolás Maquiavelo el realce de los intereses del individuo y de sus virtudes.19 Aquel proceso se unió progresivamente a la implementación de nuevos elementos difusores de la cultura; tal fue el caso del uso de la imprenta en lo concerniente a nuevas formas de difundir ideas. De igual modo, se originaron discusiones en salones y cafés, mientras que las hojas volantes impresas, los líbelos, las gacetas y los periódicos del siglo XVII francés se hicieron cada vez más regulares.20 En tanto, la prensa se consolidaba cada vez más en las postrimerías del Antiguo Régimen, con la función de informar a los súbditos las decisiones de los gobernantes. Dichos periódicos tuvieron incluso la función de mantener el Antiguo Régimen, en tanto que intentaban disminuir la crítica que se levantaba por otros medios como el líbelo y el chisme. Paradójicamente, al mismo tiempo fueron abriendo un ambiente de debate y, así, la posibilidad de que el público se pensara a sí mismo con el poder de fiscalizar las acciones de los gobernantes. En ese sentido, la autoridad de los gobernantes del Antiguo Régimen se vería disminuida, puesto que la opinión pública comenzó a ser concebida como el árbitro supremo de la legitimidad de estos.21 Al lado de dichos desarrollos del área cultural, se presentaron cambios en otros aspectos de la sociedad que condujeron a crear tal ambiente crítico. Entre ellos cabe mencionar la aparición de la imprenta de tipos movibles, la cual permitió la comunicación con personas lejanas, en un momento el que la voz no funcionaba por su presentismo. Aquel recurso ayudó a generar un ámbito propio de nuevas observaciones y de otras conversaciones a distancia.22 De igual modo, la reforma protestante fue otro impulsor de la crítica, pues supuso profundos cuestionamientos a la autoridad y a la jurisprudencia papal; asimismo, benefició el surgimiento de una economía capitalista, al igual que el de una burguesía.23 En el contexto hispanoamericano, concretamente cuando, con las Cortes de Cádiz, la libertad de imprenta fue decretada como un derecho político, individual y universal, apareció una nueva autoridad diferente a la de los Gobiernos locales y los supremos poderes, que se denominó a sí misma opinión pública.24
Se toma como base que la opinión pública tiene una concepción polisémica y que, para acercarnos a los distintos significados que abarca, es posible tener como puntos de partida los diccionarios, así como los discursos de pensadores del pasado que han reflexionado sobre ella directamente. Sin embargo, otro modo de aproximación a ella, que complementa los dos anteriores, consiste en que la constitución del mismo concepto contiene una experiencia histórica; acorde con esas tres nociones, resulta posible el acercamiento a lo que fue la opinión pública en el momento de la celebración del centenario de la independencia en México y Colombia. De tal modo, la razón por la cual se plantea la necesidad de indagar la historia de la opinión pública como concepto consiste en que, según la óptica del presente estudio, se considera que ninguna de las definiciones dadas a lo largo de la historia se sitúa encima de las otras; no hay una más verídica que otra; no hay un modelo ideal de opinión pública, o un deber ser. Tal carácter histórico conduce a explicar su naturaleza, así como sus atributos y actores, en la medida en que corresponden a cada momento histórico, sin que se deba pensar que alguno sea mejor que otro. Así, si se abordan textos sobre opinión pública,25 como lo afirma Francisco Ortega, se han producido varias reflexiones que preceden la del alemán Jürgen Habermas en tal sentido.26 A lo largo de estas se ha contemplado la opinión pública según distintos ángulos. Aquello coincide con el hecho de que es vista como lo que el público piensa y expresa de los asuntos de interés; lo que los medios dicen que son los temas de interés,27 y el grado en que se la considera un lugar estratégico de discusión.28 No obstante, precisamente el libro de Habermas consolidó un campo de estudio alimentado por amplias discusiones.29 A su vez, esas discusiones30 han sido impregnadas por el ser y el deber ser; por lo real que refleja el término, y por las expectativas que debería cubrir. De tal modo, en su texto Historia y crítica de la opinión pública, Habermas trata el tema específico de la esfera pública liberal. El autor alemán enfatiza en su argumentación en que la aparición de la opinión pública estuvo fuertemente ligada a un proceso histórico: “el cambio estructural de la publicidad está incrustado en la transformación del Estado y la economía”.31 Habermas parte así de considerar, a grandes rasgos, la opinión pública, en la medida en que corresponde con los discursos que se producen racionalmente, y que circulan con el fin de poner sobre la mesa los intereses de la clase burguesa. Para él, con esa nueva aparición, la opinión pública se ubicó en nuevos espacios físicos, como los salones, los cafés, y en las salas de reuniones y de asociaciones cívicas, así como en los nuevos espacios de comunicación letrada, como la prensa. Incluso, por centrarse en el tema de la opinión pública liberal, algunos han llegado a afirmar que Habermas la plantea como el ideal de la comunicación política.32
Con lo anterior, se ha expuesto cómo Habermas presenta la opinión pública desde el punto de vista histórico; sin embargo, tan solo se ha aludido a tres países europeos, al igual que a un momento específico. Por su parte, en concordancia con una perspectiva más general, Gonzalo Capellán de Miguel33 arguye que la opinión pública ha pasado por cuatro etapas desde su aparición. Cada una se define según qué es aquello, como actúa y quién opina. De tal suerte, en el primer periodo que plantea, Capellán de Miguel se refiere a esta como una opinión que, bien sea en el ámbito de lo privado o en el de lo público, versa sobre la conducta de un individuo, y dicho dictamen proviene de alguien ubicado en el círculo cercano. Según el mismo autor, el segundo momento, que comienza en la segunda mitad del siglo XVIII, se caracteriza por su cariz moderno, dado que en él la opinión pública pasa a ser ese grupo de las minorías cultas que todo Gobierno busca como apoyo. Para Capellán de Miguel, en aquel periodo, el cual se extendió hasta el siglo XIX, la opinión pública era lo que legitimaba el poder político. En tanto, el tercer momento se inició en la segunda mitad del siglo XIX, y se organizó en torno al surgimiento de las ciencias sociales, en medio del cual el conjunto de la sociedad fue definido como el nuevo centro de la opinión, y como un organismo vivo sujeto a análisis. El cuarto momento, que aún vivimos, es delineado por el predominio en la sociedad de los medios de comunicación masiva, el cual fue notorio desde la década de los ochenta del siglo XX. A esta periodización general de las características cambiantes de la opinión pública, Capellán de Miguel incorpora además la atención correspondiente a las particularidades específicas de cada país y región, según sus condiciones históricas.34
Así, a lo largo del pequeño recorrido que se ha trazado en torno a la definición de la opinión pública, es posible identificar cómo los principales elementos que la han integrado a lo largo de su historia son los espacios, los medios, los discursos y las negociaciones; aspectos que han ido dirigidos hacia la consolidación de un poder comunicativo. En concordancia, a lo largo de este trabajo se explorará cómo cada uno de estos elementos tiene su propia especificidad según las características del país que se analice, en el marco de su desarrollo histórico.
Cambios cualitativos y cuantitativos de la opinión pública a mediados del siglo XIX y comienzos del XX
A finales del siglo XIX en América Latina, el horizonte conceptual que se comenzó a conformar alejaba a los individuos de un mundo que requería de la autoridad divina para su funcionamiento normal. En ese momento, tal giro no se concentraba en cuántas personas dejaron de creer en Dios o en qué tan opuesta a la autoridad eclesiástica se volvió la población. Los individuos podían mantener sus creencias sobre Dios, pero en la práctica y en términos generales,