Pedro Casciaro. Rafael Fiol Mateos
Читать онлайн книгу.montañas, cuando pasaron por San Sebastián y por Pamplona, comenzó a elaborar un fichero con las señas de cada uno y a cartearse con ellos. Los que estaban con él lo ayudaban en esta tarea. Cuenta Botella que «desde que estábamos en Santa Clara 51, habíamos conseguido saber de muchos chicos de san Rafael[47]. Ya teníamos la dirección de muchos y se les escribía con regularidad, estábamos haciendo mucho apostolado epistolar. Solamente con escribir a todos ya teníamos las horas libres ocupadas»[48].
Por entonces, recuerda Casciaro, «se logró establecer contacto y correspondencia con Ignacio [de Landecho]. Ya en el primer número de Noticias que se envió desde Burgos, en de marzo [de 1938], el Padre redactó estas palabras: LANDECHO, Ignacio. Sabemos muchas cosas de este gran hombre, pero no las queremos decir hasta que nos vuelva a escribir otra carta de seis pliegos. Es Alférez de Caballería (...). Pienso ahora que, si Dios no se lo hubiera llevado siendo aún muy joven, finalmente —aun después de tantos percances— habría seguido el camino que Dios señaló con su Obra»[49].
La etapa burgalesa fue fundamental para Pedro, como él mismo nos explica:
Puedo afirmar sin ningún género de duda que ese tiempo fue para mí el más decisivo y más estimado de mi vida. La razón de ello es única: la proximidad y convivencia tan excepcionales que tuve con nuestro fundador.
Fuimos muy pocos los que entonces usufructuamos muchas horas suyas, conviviendo en una misma habitación de pocos metros cuadrados de superficie. Aún más que pobreza, fue la verdadera miseria de medios materiales lo que privó al Padre de la más indispensable independencia personal para vivir el recogimiento, para trabajar y rezar; sin embargo, el ejemplo maravilloso que nos dio fue precisamente de recogimiento, de presencia de Dios, de trabajo intenso y de oración constante.
Aquel ocultarse y desaparecer tan suyos no pudieron ser entonces tan absolutos; durante muchas horas al día tenía “testigos”; desgraciadamente por lo que a mí toca, no fui siempre un testigo prudente y discreto (...).
Al pensar que no supe aprovechar ese tiempo de Burgos como ahora desearía haberlo hecho, me consuela constatar que aquella convivencia con el siervo de Dios[50] [Josemaría Escrivá] hizo nacer en mí un cariño por él y una admiración tan grande por su santidad que, con los años, lejos de enfriarse fueron aumentando, por muy prolongadas que fueran mis ausencias y por muy lejos que me encontrara geográficamente de él[51].
Fue, pues, la época de Burgos —de marzo a diciembre de 1938— la de mayor cercanía con san Josemaría en la vida diaria: la que permitió a Pedro y a Paco ser testigos directos de su santidad. Les tocó padecer un frío particularmente crudo al inicio y el fundador empezó a tener síntomas preocupantes —entre ellos una fiebre persistente— que los llevaron a pensar que pudiera tratarse de tuberculosis. Desconcertado, Pedro veía que san Josemaría se negaba a ponerse ropa alguna de abrigo y hacía continuos ayunos, más allá de lo que era consecuencia de la penuria económica. Pedro y Paco, al menos, comían bien en el cuartel. El Padre se preocupaba por la delgadez de Paco y vigilaba que se alimentara lo mejor posible. San Josemaría acudió al médico, quien afortunadamente desechó con certeza el terrible diagnóstico.
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