E-Pack Bianca y Deseo abril 2020. Varias Autoras

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E-Pack Bianca y Deseo abril 2020 - Varias Autoras


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alcanzó una porción y se la llevó a la boca. Era consciente de que el colesterol había empeorado los problemas cardíacos de su padre y lo había llevado a la muerte, pero se le había hecho la boca agua al ver que Aislin pedía una pizza de embutidos sicilianos, que devoró como una estudiante hambrienta; es decir, lo que era.

      –Espero que no te sientas insultada, pero ¿no eres un poco mayor para seguir en la universidad? –preguntó.

      –Ten en cuenta que tuve que dejar la carrera cuando mi hermana sufrió el accidente –explicó ella.

      –¿Y no echas de menos las clases? Estando aquí, te estarás perdiendo algunas.

      Aislin sacudió la cabeza.

      –No me pierdo nada. Como tenía que estar en casa para cuidar de Finn, me matriculé en la universidad a distancia.

      –¿Y qué estudias?

      –Historia, aunque me especializaré en historia medieval europea.

      –¿Con intención de hacer qué?

      –Ni idea. Quería ser profesora, pero ya no estoy segura de que pueda soportar la politiquería de los claustros y las tonterías de los adolescentes. No soy tan tolerante como antes.

      –¿Y cuál es la razón de eso?

      –Tuve que soportar de todo con el pobre Finn. Orla estuvo mucho tiempo en coma y, como además se había dañado la espalda y tenía un brazo roto, me vi en la obligación de ser la tutora de mi sobrino, lo cual fue bastante difícil.

      –¿Por qué? –preguntó Dante con interés–. ¿Porque tuviste que renunciar a tu vida?

      –No, por la actitud de las autoridades médicas. No creían que una chica de veintiún años estuviera preparada para asumir la custodia temporal de un bebé con problemas ni para controlar las finanzas de Orla. Querían llevar el asunto a los tribunales. ¡Ni siquiera me dejaban ponerle un nombre!

      Aislin, que se había indignado mientras hablaba, respiró hondo y añadió:

      –Cuando Orla volvió en sí, me dio permiso para encargarme de todo, pero los problemas continuaron. Todo es tan burocrático que te entran ganas de llorar.

      Dante intentó comerse otra porción de pizza, y descubrió que ya no tenía hambre. Por algún motivo, se sentía culpable de las dificultades de Aislin.

      –¿Y dónde estaba el padre de Finn, si se puede saber?

      –Ah, esa es la cuestión –dijo ella, echándose hacia delante–. No sé dónde está. Orla se negó a decirme quién era el padre al principio y, como tuvo problemas de memoria por culpa del accidente, ahora afirma que no se acuerda.

      Dante arqueó una ceja.

      –¿Y la crees?

      –Por supuesto que no. Quizá tenga lagunas de verdad, pero estoy segura de que me miente –contestó ella–. Y, como se te ocurra contarle que yo he dicho eso, te estamparé una pizza entera en la cara.

      Él sonrió, divertido.

      –¿Me estás amenazando?

      Segundos después, Dante estuvo tentado de preguntarle dónde había estado su madre durante todo el proceso, pero no se lo preguntó. A decir verdad, no quería saber nada sobre la antigua amante de Salvatore; sobre todo, porque le incomodaba pensar que su padre había sentido lo mismo por ella que él por Aislin.

      Pero… ¿qué tenía aquella mujer para que le gustara tanto? ¿Por qué volvía a clavar los ojos una y otra vez en sus labios, como, si en lugar de estar comiendo, lo estuviera provocando? Era de lo más irritante. Todo lo que hacía le parecía extrañamente erótico, y cuanto más tiempo pasaba con ella, más la deseaba.

      De repente, la perspectiva de estar juntos bajo el mismo techo le pareció inadmisible. Sus empleados vivían en otros pisos del edificio, así que no podían ejercer de carabinas que impidieran que las cosas fueran a más. No tenía más remedio que cambiar sus condiciones laborales para que estuvieran presentes.

      Definitivamente, era lo único que podía hacer. Necesitaba conocerla mejor para engañar a Riccardo d’Amore, pero en un ámbito seguro, donde no corriera riesgos.

      Tras pensarlo un momento, se dijo que no podía ser tan difícil. A fin de cuentas, solo tenía que asegurarse de no quedarse a solas con ella hasta que sus caminos se separaran y regresara a su país.

      CUANDO Aislin y Dante volvieron a la casa, ella se quedó sorprendida con la abundancia de empleados sin uniforme que se afanaban en limpiar lo que ya estaba inmaculadamente limpio.

      –Tomemos algo en la azotea mientras nos preparan la cena –dijo él, cruzando uno de los salones.

      Aislin asintió. La casa de Dante era tan increíble que ardía en deseos de ver lo que había hecho en su parte más alta.

      –De acuerdo, pero no quiero más café.

      Él sonrió y la llevó por una puerta que daba a una escalera exterior, de metal.

      El tiempo que habían estado en la pizzería se le había pasado volando a Aislin. Cuando terminaron de comer, se enfrascaron en una conversación que acompañaron con una cantidad increíble de tazas de café, lo cual explicaba su comentario. Dante le dijo que había crecido en Palermo, en la villa que su familia tenía en la playa, aunque prefería vivir en la ciudad, y hasta le habló de su negocio y su deseo de expandirse en los Estados Unidos.

      La narración de sus éxitos profesionales hizo que Aislin se sintiera incómoda con su propia vida, porque no se podía decir que hubiera conseguido mucho; pero no era esa su intención, así que se relajó y le habló a su vez de su infancia, sus amigos, su relación con Orla, su pasión por los musicales, su amor por la historia medieval y sus difuntos abuelos.

      Dante la escuchó con sumo interés, y Aislin se dijo que solo lo hacía porque necesitaba recordar los detalles para engañar a Riccardo. Sin embargo, eso no impidió que se sintiera profundamente halagada. ¿Qué mujer no habría perdido la cabeza al tener la atención de un hombre tan sexy como él?

      Y, cuando salió a la azotea y sintió el sol de última hora de la tarde calentando sus hombros, la perdió un poco más.

      La vista de los edificios de Palermo, que se extendían hasta el mar, era tan bella que cortaba el aliento. Tardó unos segundos en fijar su atención en la azotea, y se quedó asombrada con lo que vio: una piscina enorme con un jacuzzi adjunto; un bar más grande que un pub irlandés; la mayor parrilla que había visto en su vida; una zona de baile y montones de asientos de todo tipo, desde tumbonas hasta sillones, pasando por hamacas y sofás.

      Además, la ausencia de jardín ni siquiera se notaba, porque había tantas plantas que producían el mismo efecto.

      Al cabo de unos instantes, un empleado se les acercó con dos zumos de naranja y, a continuación, se sentó en un taburete tras la barra del bar, para estar disponible por si querían beber otra cosa.

      –Es como estar en otro mundo –dijo ella, clavando la vista en una hamaca–. ¿Puedo tumbarme en ella?

      –Por supuesto. ¿Sabes usarlas?

      –No.

      –Yo te enseñaré.

      La elegancia de los movimientos de Dante, que caminó hacia la hamaca y se tumbó en ella, le encogió el corazón a Aislin; pero no tuvo ocasión de preocuparse por esa sensación, porque él se levantó rápidamente y la instó a probar.

      Aislin puso el trasero en el centro de la hamaca, siguiendo las indicaciones de Dante. Luego, alzó las piernas y se giró con intención de tumbarse, pero debió de calcular mal, porque se habría caído por el otro lado si él no la hubiera sostenido a tiempo.

      –Requiere práctica –dijo Dante.

      Aislin


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