E-Pack Bianca y Deseo abril 2020. Varias Autoras

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E-Pack Bianca y Deseo abril 2020 - Varias Autoras


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a estar juntos cinco días, y no se podía permitir el lujo de que el deseo se impusiera a la razón. Sería complicar las cosas innecesariamente.

      Pero ¿cómo era posible que la deseara tanto? No se había sentido así en toda su vida.

      Desesperado, entró en su despacho y cerró la puerta, dejando perpleja a la excitada Aislin, cuyo corazón latía como si se quisiera salir de su caja torácica.

      Durante un momento, había creído que la iba a besar y, por si eso fuera poco, había ansiado que la besara. El cosquilleo de sus labios y la tensión casi eléctrica de su cuerpo eliminaban cualquier tipo de duda. De hecho, tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para no abrir la puerta del despacho y abalanzarse sobre él.

      Molesta con sus propias emociones, se mordió el labio inferior. ¿Qué demonios estaba haciendo? Que Dante le gustara no quería decir que el sentimiento fuera mutuo y, aunque lo fuera, no debía desearlo. Era Dante Moncada, un famoso mujeriego; el hijo del hombre que había seducido a su madre en su juventud.

      No, no perdería la cabeza por él. Recobraría el aplomo y apagaría el fuego de aquella condenada atracción. Costara lo que costara.

      LAS INQUIETUDES de Aislin desaparecieron temporalmente cuando entró en el dormitorio del final del pasillo.

      ¿Aquello era una habitación de invitados?

      Por su tamaño, podría haber sido un piso entero. Tenía una cama gigantesca, un vestidor tan grande como el salón de su casa de Irlanda, una salita con un sofá de cuero y todo tipo de aparatos modernos, incluido un televisor de pantalla plana. Pero eso no le sorprendió tanto como el lujoso cuarto de baño, donde vio un jacuzzi y una ducha descomunal.

      Tras detenerse ante el espejo, se miró las puntas y frunció el ceño. ¿Cuándo se había cortado el pelo por última vez? Al pensarlo, llegó a la conclusión de que había pasado más de un año, y se alegró de que sus cejas no exigieran demasiado mantenimiento porque, de lo contrario, habría parecido un licántropo.

      Su vida había cambiado mucho desde el accidente de Orla. Ya no se preocupaba por cosas como el peinado y el maquillaje. Había perdido la escasa vanidad que tenía, y estaba tan ocupada que, cuando por fin retomó sus estudios universitarios, se matriculó en una universidad a distancia para poder estar en casa y cuidar de su hermana y su sobrino.

      Sin embargo, eso no justificaba que descuidara su aspecto hasta ese punto. ¿Cómo le iba a gustar a Dante si no hacía nada por estar guapa? Sí, le había dicho que era diferente, que no se parecía a ninguna de sus amantes; pero, por lo que veía en el espejo, quizá era una forma de decir que no la encontraba atractiva.

      Una vez más, intentó recordarse que no quería gustarle. Dante le iba a pagar un millón de euros por fingirse su novia, no porque fuera la mujer más sexy del mundo.

      Aislin arrugó la nariz y salió al pasillo, decidida a explorar la casa.

      Y menuda casa que era.

      Se sentía como si estuviera en uno de esos programas de televisión donde una elegante dama enseñaba el lujoso interior de su mansión, aunque ni la mansión fuera suya ni lo suyo fuera precisamente el glamour.

      Durante los minutos siguientes, descubrió dos comedores, seis dormitorios tan grandes como el suyo, tres salones, varias salitas llenas de obras de arte y un vestíbulo central con una fuente en medio. Eso, en los dos pisos superiores, porque el más bajo tenía nada más y nada menos que un gimnasio, una ducha de hidromasaje y una piscina interior que hasta los romanos habrían considerado decadente.

      Aún estaba mirando el agua de la piscina cuando su móvil empezó a sonar.

      –¿Dígame?

      –¡Acabo de recibir una notificación del banco! ¡Dante Moncada me ha ingresado doscientos mil euros en la cuenta! ¿Se puede saber qué está pasando? Dijiste que me pagaría los cien mil cuando me hiciera la prueba de ADN.

      –¿Ya están ingresados?

      –Sí –dijo su hermana, tan emocionada que rompió a llorar.

      –Tranquilízate, Orla.

      –¿Qué ha pasado? –acertó a decir–. No entiendo nada.

      –Bueno, he llegado a un acuerdo con él –declaró Aislin, respirando hondo–. Me pagará por fingir ser su novia.

      –¿Cómo?

      –Solo será un fin de semana, por algo relacionado con un negocio que necesita cerrar. Tiene que parecer respetable –le explicó Aislin–. Pero no te preocupes por mí. No hay nada siniestro o perverso en ello.

      –Si no hay nada perverso, ¿por qué ha pagado doscientos mil euros?

      –En realidad, es…

      Aislin estuvo a punto de decir que era un millón de euros, pero se refrenó porque eso dependía de que consiguieran engañar a Riccardo d’Amore.

      –¿En realidad?

      –Nada, olvídalo. Y no te preocupes, por favor. Dante me encuentra tan atractiva como a un rinoceronte. Ha sido magnánimo por el asunto del negocio y porque quiere hacer algo por ti. Pero no se lo digas a nadie.

      –¿Y a quién se lo voy a decir? ¿A Finn? ¿A las enfermeras del hospital? –ironizó su hermana.

      –Hablando de Finn, ¿qué tal está?

      –Tiene un buen día, aunque te echa de menos. ¿Cuándo piensas volver?

      A Aislin se le encogió el corazón. Finn la quería tanto como quería a su madre, y esa era la primera vez que estaban separados.

      –Si todo sale bien, a principios de la semana que viene.

      –De acuerdo, pero ten cuidado con él. Dante tiene fama de mujeriego.

      –No soy su tipo. No pasará nada.

      –¿Ha dicho si quiere verme?

      –Todavía no. Creo que no quiere dar más pasos hasta que asegure ese negocio. Es importante para él.

      –¿Más importante que su hermana y su sobrino?

      Aislin había hablado con Orla la noche anterior, así que estaba al tanto de lo sucedido; pero no parecía ser consciente de lo que todo aquello significaba para Dante, y optó por defenderlo.

      –Dale un poco de tiempo. Hasta ayer, ni siquiera sabía que tuviera una hermana. No es fácil de asumir.

      Cuando terminaron de hablar, Aislin se sentía inmensamente aliviada. Por muchas dudas que tuviera sobre Dante, no podía negar que cumplía su palabra. Había ingresado el dinero. Ya estaba en manos de Orla.

      No estaba jugando con ellas.

      Incluso en el caso de que no consiguieran engañar a Riccardo, los doscientos mil euros seguirían siendo de su hermana y, cuando Dante viera el resultado de la prueba de ADN, sumaría cien mil más que cambiarían definitivamente sus vidas, con independencia de lo que pasara en la boda y de la relación que Dante quisiera establecer con ellas.

      De repente, se sintió en la necesidad de darle las gracias, así que corrió a su despacho y llamó a la puerta.

      Dante, que estaba escribiendo una carta, se sobresaltó.

      –Adelante –dijo, sabiendo que era ella.

      Aislin entró con una cara tan radiante que le pareció la mujer más bella de la Tierra. Y Dante se maldijo para sus adentros, porque volvió a perder el control de sus emociones.

      –Estoy a punto de terminar –declaró, incómodo.

      Ella sonrió de oreja a oreja.

      –No pretendía molestarte. Solo quiero darte las gracias.

      –¿Por qué?

      –Porque el


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