La palabra manipulada. Alfonso López Quintás

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La palabra manipulada - Alfonso López Quintás


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      Los pensadores más lúcidos nos instan desde el período de entreguerras (1918-1939) a cambiar el ideal, realizar una verdadera metanoia —o conversión de la mente— y superar el afán de poder mediante una decidida voluntad de servicio. Este giro fue realizado en círculos escogidos, pero no en las personas y los grupos que deciden la marcha de la sociedad. En estos siguió operante un afán incontrolado de dominio sobre cosas y personas.

      El dominio y control sobre los seres personales se lleva a cabo, astutamente, mediante las técnicas de manipulación. El ejercicio de la manipulación de las mentes encierra especial gravedad en este momento por tres razones básicas:

      1ª) Sigue orientando nuestra vida hacia el viejo ideal del dominio, que provocó dos hecatombes mundiales y no logra colmar hoy nuestro espíritu pues ya no podemos creer en él.

      2ª) Nos impide dar un giro decidido hacia un nuevo ideal que sea capaz de llevar nuestra vida a plenitud.

      3ª) Incrementa el desconcierto espiritual de una sociedad que perdió el ideal asumido durante siglos y no logra descubrir uno nuevo que sea más conforme a la naturaleza humana.

      Si queremos colaborar eficazmente a configurar una sociedad mejor, más solidaria y justa, debemos poner al descubierto los ardides de la manipulación y aprender a pensar con todo rigor. No es demasiado difícil. Un poco de atención y finura crítica nos permitirá delatar los trastrueques de conceptos que se están cometiendo y aprender a hacer justicia a la realidad. Esta fidelidad a lo real nos depara una inmensa libertad interior.

      Esta libertad interior —o libertad creativa— no nos viene dada por el mero hecho de vivir en una democracia. Podemos tener amplias libertades para maniobrar a nuestro arbitrio, y estar, en cambio, dominados por nuestras apetencias y ser incapaces de elegir en virtud del ideal que debemos realizar en la vida. Los medios de comunicación nos ofrecen un elenco de posibilidades indefinidas para informarnos, distraernos, compartir otras vidas, asistir a toda suerte de acontecimientos relevantes… Disponer de tales posibilidades supone una impresionante libertad de maniobra, que nos da una impresión de poderío y riqueza. Basta apretar un botón para abrirnos a un horizonte siempre nuevo de paisajes, conciertos, noticias, acontecimientos de todo orden… Este incremento diario de nuestra libertad de maniobra nos embriaga y seduce. La seducción y la embriaguez nos empastan o fusionan con la realidad seductora y nos impiden tomar la distancia necesaria para descubrir el riesgo que corremos de que esa inmensa libertad de maniobra amengüe o incluso destruya nuestra libertad creativa.

      Esta libertad debemos conquistarla día a día frente a quienes intentan arteramente dominarnos con los recursos de esa forma de ilusionismo mental que es la manipulación. Tal conquista solo es posible si tenemos una idea clara de las cuatro cuestiones antedichas: 1.ª) Qué significa manipular, 2.ª) Quién manipula, 3.ª) Para qué lo hace, 4.ª) Qué táctica moviliza para ello. El análisis de estos cuatro puntos nos permitirá, al final, discernir si es posible poner en juego un antídoto contra la manipulación. Estamos a tiempo de salvaguardar nuestra libertad personal con todo cuanto implica. Hagámoslo animosamente.

      PRIMERA PARTE

      LA MANIPULACIÓN MEDIANTE EL LENGUAJE. VISIÓN SINÓPTICA

      1. QUÉ SIGNIFICA MANIPULAR

      Manipular equivale a manejar. De por sí, únicamente son susceptibles de manejo los objetos. Un bolígrafo puedo utilizarlo para mis fines, cuidarlo, canjearlo, desecharlo. Estoy en mi derecho, porque se trata de un objeto. Nos hallamos en lo que suelo denominar nivel 1 de realidad y de conducta. Manipular —en el sentido ético preciso— es tratar a una persona o grupo de personas —que pertenecen al nivel 2— como si fueran objetos, a fin de dominarlos fácilmente. Esa forma de trato supone un envilecimiento injusto, por cuanto rebaja las personas al nivel 1.

      Esta reducción ilegítima de las personas a objetos es la meta del sadismo. Ser sádico no significa ser cruel, como a menudo se piensa. Implica tratar a una persona de tal manera que se la rebaja de condición. Ese rebajamiento puede realizarse a través de la crueldad o a través de la ternura erótica.

      a) Cuando, en tiempos recientes, se introducía a un grupo numeroso de prisioneros en un vagón de tren como si fueran paquetes, y se los hacía viajar así durante días y noches, no se intentaba tanto hacerles sufrir cuanto envilecerlos. Al ser tratados como meros objetos, en condiciones infrahumanas, acababan considerándose unos a otros como seres abyectos y repelentes. Tal consideración les impedía unirse entre sí y formar estructuras sólidas que pudieran generar una actitud de resistencia. Reducir una persona a condición de objeto para dominarla sin restricciones es una práctica manipuladora sádica. Lo mismo cabe decir de la reducción de una comunidad —estructura formada por personas— a mera masa, simple montón amorfo de individuos.

      b) Por su parte, la caricia erótica reduce la persona a cuerpo, a mero objeto halagador. Es reduccionista, y, en la misma medida, sádica, aunque parezca tierna. La caricia puede ser de dos tipos: erótica y personal. Para comprender lo que es, en rigor, el erotismo, recordemos que, según la investigación ética contemporánea, el amor conyugal presenta cuatro aspectos o ingredientes:

      • la sexualidad, con cuanto implica de atracción instintiva hacia otra persona, de halago sensorial, de conmoción psicológica…;

      • la amistad, forma de unidad estable, afectuosa, comprensiva, colaboradora, que debe ser creada de modo generoso, ya que no poseemos instintos que, puestos en juego, den lugar a una relación de este género;

      • la proyección comunitaria del amor. El hombre, para vivir como persona, debe crear vida comunitaria. El amor empieza siendo dual y privado, pero alberga en sí una fuerza interior que lo lleva a adquirir una expansión comunitaria. Esto sucede el día de la boda, cuando la comunidad de amigos y —en el caso religioso— de creyentes acoge el amor de los nuevos esposos;

      • la relevancia y fecundidad del amor. El amor conyugal tiene un poder singular para incrementar el afecto entre los esposos y dar vida a nuevos seres. Nada hay más grande en el universo que una vida humana y el amor verdadero a otra persona. Por eso el amor conyugal ostenta una relevancia singular, una plenitud de sentido y un valor impresionantes.

      Estos cuatro elementos (sexualidad, amistad, proyección comunitaria, relevancia) no deben estar meramente yuxtapuestos, el uno al lado del otro. Han de estar estructurados. Una estructura es una constelación de elementos trabados de tal forma que, si falla uno, se desmorona el conjunto.

      Ahora podemos comprender de modo preciso qué es el erotismo. Consiste en desgajar el primer elemento, la sexualidad, para obtener una gratificación pasajera, y prescindir de los otros tres. Ese desgajamiento puramente pasional destruye el amor de raíz, lo priva de su sentido pleno y su identidad. Por eso es violento, aunque parezca cordial y tierno. Pongo en juego la sexualidad a solas porque me interesa para mis propios fines, y prescindo de la amistad. En realidad, no amo a la otra persona; deseo el halago que me producen algunas de sus cualidades. Dejo, asimismo, de lado la expansión comunitaria del amor. No presto atención a la vida de familia que está llamado el amor a promover. Me recluyo en la soledad de mis ganancias inmediatas. Por eso reduzco la otra persona a mera fuente de gratificaciones para mí. Esa reducción desconsiderada es violenta y sádica. Puedo jurar amor eterno a esa persona, pero serán palabras vanas, pues lo que entiendo aquí por amor no es sino interés por saciar mi avidez erótica.

      Conviene mucho distinguir con nitidez los dos planos en que podemos movernos: el corpóreo y el espiritual, el que es susceptible de manejo —nivel 1— y el que reclama una actitud de respeto, propia del nivel 2. Cuando una persona acaricia a otra, pone su cuerpo en primer plano, le concede una atención especial. Siempre que unas personas se relacionan con otras, su cuerpo juega cierto papel en cuanto les permite


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