La palabra manipulada. Alfonso López Quintás

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La palabra manipulada - Alfonso López Quintás


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horas de un tema y otro, y al final recordamos perfectamente lo que dijimos, la actitud que adoptamos, los fines que perseguimos, pero posiblemente no sabemos de qué color tiene los ojos nuestro coloquiante. Nos vimos, pero no detuvimos nuestra atención en la vertiente corpórea. No sucede así en los momentos de trato amoroso. En estos, el cuerpo de la persona amada cobra una densidad peculiar y prende la atención de quienes se manifiestan su amor. El amante atiende de modo intenso al cuerpo de la amada. Si ve en él la expresión sensible del ser amado y toma su gesto de ternura como un acto en el cual está incrementando su amor a la persona, su modo de acariciar tendrá un carácter personal. En tal caso, el cuerpo acariciado adquiere honores de protagonista, pero no desplaza a la persona, la hace más bien presente de modo tangible y valioso. La caricia personal no se queda en el cuerpo; se dirige a la persona. Cuando dos personas se abrazan, sus cuerpos entrelazados juegan un papel sobresaliente, pero no constituyen la meta de la atención; son el medio expresivo del afecto mutuo. La persona, en tal abrazo, no queda relegada a un segundo plano. Al contrario, es realzada.

      En cambio, si la atención se detiene en el cuerpo acariciado, sencillamente por el atractivo sensorial que implica tal gesto, el cuerpo invade todo el campo de la persona. Esta es vista como objeto, realidad asible, manejable, poseíble, disfrutable… Pero a un objeto no se lo ama, se lo apetece solamente. De ahí el carácter penoso de la expresión «mujer-objeto» aplicada a ciertas figuras femeninas exhibidas en algunos espectáculos como objeto-de-contemplación, o tomadas en la vida diaria como objeto-de-deseo-y-posesión. Si siento hambre y soy goloso, compro un pastel y me lo como. Con ello, el pastel desaparece, pero yo no lo lamento, diciendo: «¡Qué lástima, que no volveré a verlo. Con lo que yo le quería..!». En realidad, no le quería; lo apetecía, que es bien distinto. Amar acontece en el nivel 2; apetecer es propio del nivel 1.

      El amor erótico de los seductores de tipo donjuanesco es posesivo —nivel 1—, y en la misma medida va unido con la burla y la violencia (niveles -1 y -2). Don Juan, el «Burlador de Sevilla» —según la atinada formulación de Tirso de Molina—, se complacía en burlar a las víctimas de sus engaños y en resolver las situaciones comprometidas con el manejo expeditivo de la espada. Esta violencia innata —muchas veces soterrada— del amor erótico explica que pueda pasarse sin solución de continuidad de unas situaciones de máxima ternura aparente a otras de extrema violencia. En realidad, ahí no hay ternura, sino reducción de una persona a objeto. La violencia de tal reducción no queda aminorada al afirmar que se trata de un objeto adorable, fascinante. Estos adjetivos no redimen al sustantivo «objeto» de lo que tiene de injusto, de no ajustado a la realidad. Rebajar a una persona del nivel que le corresponde es una forma de manipulación agresiva que engendra los diferentes modos de violencia que registra la sociedad actual. La principal tarea de los manipuladores consiste en ocultar la violencia bajo el velo seductor del fomento de la libertad y la unión amorosa.

      En el albor de la cultura occidental, Platón entendió por «eros» la fuerza misteriosa que eleva al hombre a regiones cada vez más altas de belleza, bondad y perfección. Actualmente, se entiende por «erotismo» el manejo de las fuerzas sexuales con desenfado, sin más criterio y norma que la propia satisfacción inmediata. Obviamente, esta reclusión en el plano de las ganancias inmediatas supone una regresión cultural.

      2. QUIÉN MANIPULA

      Manipula el que quiere vencernos sin convencernos, seducirnos para que aceptemos lo que nos ofrece sin darnos razones. El manipulador no habla a nuestra inteligencia, no respeta nuestra libertad interior; actúa astutamente sobre nuestros centros de decisión a fin de arrastrarnos a tomar las decisiones que favorecen sus propósitos.

      En un anuncio televisivo se presentó un coche lujoso. En la parte opuesta de la pantalla apareció enseguida la figura de una joven bellísima. No dijo una sola palabra, no hizo el menor gesto; mostró sencillamente su imagen encantadora. De pronto, el coche comenzó a rodar por paisajes exóticos, y una voz nos susurró amablemente al oído: ¡Entrégate a todo tipo de sensaciones! En ese anuncio no se aduce razón alguna para elegir ese coche en vez de otro. Se entrevera su figura con la de realidades cautivadoras para millones de personas y se las envuelve a todas en el halo de una frase llena de adherencias sentimentales. De esta forma, el coche queda aureolado de prestigio. Cuando vayas al concesionario de coches, te sentirás llevado a elegir este. Y te lo facilitarán, pero no la señorita, obviamente. En realidad, nadie te había prometido que, si comprabas el coche, te darían la posibilidad de tratar a esa joven. Eso hubiera supuesto hablar a tu inteligencia y no sería una manipulación, sino un canje, por cierto de moralidad cuestionable. Se limitaron a influir sobre tu voluntad de forma oblicua, artera. No te han engañado; te han manipulado, que es una forma sutil de engaño. Han halagado tu apetito de sensaciones gratificantes a fin de orientar tu voluntad hacia la compra de ese producto, no para ayudarte a desarrollar tu personalidad. Te han reducido a mero cliente. Esa forma de reduccionismo es la quintaesencia de la manipulación.

      Este tipo de manipulación comercial suele ir unida con otra mucho más peligrosa todavía: la manipulación ideológica, que impone ideas y actitudes de forma solapada, merced a la fuerza de arrastre de ciertos recursos estratégicos. Así, la propaganda comercial difunde, a menudo, la actitud consumista y la hace valer bajo pretexto de que el uso de tales o cuales artefactos es signo de alta posición social y de progreso. Un anuncio de un coche lujoso repetía hasta veinte veces la palabra «señor»: «Un señor como Vd. debe utilizar un coche como este, que es el señor de la carretera. Enseñoréese de sus mandos y siéntase señor…».

      Cuando se quieren imponer actitudes e ideas referentes a cuestiones básicas de la existencia —relativas a la política, la economía, la ética, la religión…—, la manipulación ideológica adquiere suma peligrosidad. Por «ideología» suele entenderse actualmente un sistema de ideas esclerosado, rígido, que no suscita adhesiones por carecer de vigencia y, por tanto, de fuerza persuasiva. Si un grupo social lo asume como programa de acción y quiere imponerlo a ultranza, solo tiene dos recursos: 1) la violencia, y aboca a la tiranía; 2) la astucia, y recurre a la manipulación. Las formas de manipulación practicadas por razones «ideológicas» suelen mostrar un notable refinamiento, ya que son programadas por profesionales de la estrategia[8].

      3. PARA QUÉ SE MANIPULA

      La manipulación responde, en general, a la voluntad de dominar a personas y grupos en algún aspecto de la vida y dirigir su conducta. La manipulación comercial quiere convertirnos en clientes, con el simple objetivo de que adquiramos un determinado producto, compremos entradas para ciertos espectáculos, nos afiliemos a tal o cual club… El manipulador ideólogo intenta modelar el espíritu de personas y pueblos a fin de adquirir dominio sobre ellos de forma rápida, contundente, masiva y fácil. ¿Cómo es posible dominar al pueblo de esta forma? Reduciéndolo de comunidad a masa[9].

      Las personas, cuando tienen ideales valiosos, convicciones éticas sólidas, voluntad de desarrollar todas las posibilidades de su ser, tienden a unirse entre sí solidariamente y estructurarse en comunidades. Debido a su interna cohesión, una estructura comunitaria resulta inexpugnable. Puede ser destruida desde fuera con medios violentos, pero no dominada interiormente por vía de asedio espiritual. Si las personas que integran una comunidad pierden la capacidad creativa y no se unen entre sí con vínculos firmes y fecundos, dejan de integrarse en una auténtica comunidad; dan lugar a un montón amorfo de meros individuos: una masa. El concepto de masa es cualitativo, no cuantitativo. Un millón de personas que se manifiestan en una plaza con un sentido bien definido y sopesado no constituyen una masa, sino una comunidad, un pueblo. Dos personas —un hombre y una mujer— que comparten la vida en una casa pero no se hallan debidamente ensambladas forman una masa. La masa se compone de seres que actúan entre sí a modo de objetos, por vía de yuxtaposición o choque —nivel 1—. La comunidad es formada por personas que ensamblan sus ámbitos de vida para dar lugar a nuevos ámbitos y enriquecerse mutuamente —nivel 2—.

      Al carecer de cohesión


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