Casi Ausente. Блейк Пирс

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Casi Ausente - Блейк Пирс


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los dientes mientras ramitas filosas rozaban su piel inflamada. Él era más pequeño y más rápido que ella, y con su risa se burlaba de ella mientras se zambullía entre los matorrales.

      —¡Marc, vuelve aquí! —lo llamó.

      Pero sus palabras solo parecían alentarlo. Ella lo siguió empecinadamente, con la esperanza de que él se cansara o decidiera abandonar el juego.

      Finalmente lo alcanzó, cuando él se detuvo a recuperar el aliento y patear unas piñas. Lo tomó del brazo firmemente antes de que volviera a escaparse.

      —Esto no es un juego. ¿Ves? Hay un barranco más adelante.

      El terreno descendía abruptamente y se podía escuchar el sonido del agua fluyendo.

      —Volvamos, es hora de ir a casa.

      —No quiero ir a casa —refunfuñó Marc, arrastrando los pies mientras la seguía.

      Yo tampoco, pensó Cassie, y sintió una súbita empatía hacia él.

      Cuando volvieron al claro, Antoinette era la única que estaba allí, sentada sobre una chaqueta doblada, trenzándose el cabello por encima del hombro.

      —¿En dónde está tu hermana? —le preguntó Cassie.

      Antoinette levantó la mirada, con apariencia despreocupada.

      —Vio un pájaro después de que te fuiste, y quería verlo de cerca. No sé a dónde fue después de eso.

      Cassie miró a Antoinette, horrorizada.

      —¿Por qué no fuiste con ella?

      —No me dijiste que lo hiciera —le respondió Antoinette con una fría sonrisa.

      Cassie respiró hondo, intentando controlar otro acceso de furia. Antoinette tenía razón. No debería haber abandonado a los niños sin advertirles que se quedaran en donde estaban.

      —¿Por dónde se fue? Muéstrame exactamente en dónde estaba la última vez que la viste.

      —Se fue para ese lado —señaló Antoinette.

      —Voy a ir a buscarla —Cassie mantuvo su voz tranquila a propósito—. Quédate aquí con Marc. No, repito NO abandonen este claro, ni dejes que tu hermano se pierda de vista. ¿Entendido?

      Antoinette asintió distraídamente mientras usaba sus dedos para peinarse el cabello. No le quedaba más que esperar que ella obedeciera. Se dirigió hacia donde Antoinette le había señalado y ahuecó las manos alrededor de la boca.

      —¿Ella? —gritó lo más fuerte que pudo—. ¿Ella?

      Se detuvo, con la esperanza de escuchar una respuesta o zapatos acercándose, pero no hubo respuesta. Lo único que oía era el crujido distante de las hojas, en el viento cada vez más fuerte.

      ¿Era posible que Ella se hubiese alejado tanto en el tiempo en que ella no había estado? ¿O le había pasado algo?

      El pánico invadió su interior, mientras se adentraba corriendo en el bosque.

      CAPÍTULO SIETE

      Cassie se introdujo en lo más profundo del bosque, serpenteando entre los árboles. Gritaba el nombre de Ella y rogaba que ella le respondiera. Ella podía estar en cualquier lado y no había ningún camino delimitado que ella pudiera seguir. El bosque era oscuro y escalofriante, el viento soplaba en rachas cada vez más fuertes y los árboles parecían amortiguar sus gritos. Ella se podía haber caído en un barranco, o tropezado y golpeado la cabeza. Podía haber sido secuestrada por un vagabundo. Le podía haber ocurrido cualquier cosa.

      Cassie se patinaba por los caminos musgosos y se tropezaba con la raíces. Tenía el rostro arañado en cientos de lugares y la garganta irritada de tanto gritar.

      Finalmente se detuvo, respirando agitadamente. Sentía su transpiración fría y pegajosa en la brisa. ¿Qué iba a hacer ahora? Estaba empezando a oscurecer. No podía pasar más tiempo buscando o los pondría a todos en peligro. El vivero era el punto de contacto más cercano, si aún estaba abierto. Podía ir hasta allí, contarle al comerciante lo que había ocurrido y pedirle que llamara a la policía.

      Le llevó mucho tiempo y algunos desvíos equivocados desandar el camino. Rogaba que los otros estuvieran esperando sanos y salvos, y deseó con todas sus fuerzas que Ella hubiese encontrado su camino de regreso.

      Cuando llegó al claro, Antoinette estaba enlazando hojas en una cadena y Marc dormía profundamente acurrucado sobre las chaquetas.

      No había señal de Ella.

      Se imaginó la tormenta de furia a su regreso. Pierre estaría furioso y con razón. Margot sería simplemente despiadada. Las linternas brillarían en la noche mientras la comunidad salía a buscar a una niña que estaba perdida, herida o peor, como consecuencia de su propio descuido. Era su culpa y su fracaso.

      El horror de la situación la agobiaba. Se desplomó contra un árbol y enterró la cabeza entre las manos, intentando desesperadamente controlar sus sollozos.

      —¿Ella? ¡Ya puedes salir! — dijo Antoinette con voz melodiosa.

      Cassie levantó la vista, observando incrédula cómo Ella salía detrás de un tronco caído y limpiaba las hojas de su pollera.

      —¿Qué…? —su voz estaba ronca y temblorosa—. ¿En dónde estabas?

      Ella sonrió alegremente.

      —Antoinette dijo que estábamos jugando a las escondidas y que no debía salir cuando me llamaras, de lo contrario perdería. Ahora tengo frío, ¿me darías mi chaqueta?

      Cassie se sintió aporreada por la conmoción. No podía creer que alguien pudiera siquiera fantasear ese escenario excepto por pura maldad.

      No era solamente la crueldad, sino también la premeditación en sus acciones lo que horrorizaba a Cassie. ¿Qué era lo que llevaba a Antoinette a atormentarla y cómo podía impedir que eso ocurriera en el futuro? No podía esperar ningún tipo de apoyo de parte de los padres. Ser amable no había funcionado, y si se enfadaba estaría cayendo en el juego de Antoinette. Ella tenía el control, y lo sabía.

      Ahora se dirigían de vuelta a casa, demasiado tarde y después de no haberle dicho a nadie a dónde iban. Los niños estaban embarrados, hambrientos, sedientos y exhaustos. Temía que Antoinette había hecho más que suficiente para que la despidieran inmediatamente.

      El camino de regreso al chateau fue largo, frío e incómodo. Ella insistió para que la cargaran todo el camino y los brazos de Cassie apenas resistieron hasta la llegada a casa. Marc se arrastraba detrás, refunfuñando, y demasiado cansado para hacer más que arrojar una piedra a los pájaros en los arrayanes de vez en cuando. Hasta Antoinette parecía no estar disfrutando de su victoria y caminaba penosamente y con hosquedad.

      Cuando Cassie golpeó la imponente puerta del frente, esta se abrió de un tirón inmediatamente. Era Margot, y estaba enrojecida de furia.

      —¡Pierre! —gritó—. Al fin llegaron.

      Cassie empezó a temblar al escuchar el pisoteo enojado.

      —¿En dónde diablos han estado? —Rugió Pierre— ¿Qué irresponsabilidad es esta?

      Cassie tragó saliva.

      —Antoinette quería ir al bosque, así que salimos a caminar.

      —Antoinette… ¿qué? ¿Durante todo el día? ¿Por qué diablos dejaste que lo hiciera y por qué no obedeciste mis instrucciones?

      —¿Qué instrucciones?

      Acobardándose ante su ira, Cassie ansiaba escaparse y esconderse, tal como lo había hecho cuando tenía diez años y su padre tenía una de sus rabietas. Miró detrás de ella y vio que los niños se sentían exactamente igual. Sus rostros afligidos y aterrorizados le dieron el coraje que necesitaba para seguir


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