El Carisma de Schoenstatt. P. Rafael Fernández de A.
Читать онлайн книгу.allá de una nueva imagen de María, el fundador de Schoenstatt nos entrega una nueva espiritualidad mariana. La describe en sus tres dimensiones, a saber: la espiritualidad de la alianza de amor, la espiritualidad de la santidad de la vida diaria y la espiritualidad del instrumento. Por eso habla de una espiritualidad “tridimensional”.
a. La alianza de amor con María
1) Un vínculo de amor personal con María
A lo largo de los siglos, tradicionalmente en la vida de la Iglesia ha existido la tendencia a establecer un lazo personal con la Virgen María. Diversas devociones y oraciones dan testimonio de ello.
Tal vez lo más cercano a Schoenstatt está en san Luis María Grignion de Montfort y la devoción a María de las Congregaciones Marianas. Sin embargo, la espiritualidad mariana que vivió y entregó nuestro padre y fundador, desde el inicio, tuvo un cuño propio.
Llama la atención, en primer lugar, que desde el inicio nuestro padre acentuó el carácter de “bilateralidad” de la entrega a María.
La palabra que usó Schoenstatt al inicio fue la de “consagración” a María. La consagración designa, en primer lugar, la entrega y pertenencia a María, poniendo en sus manos y su corazón todo nuestro ser.
El P. Kentenich destacó que, por una parte, nosotros pedíamos a María que ella, junto con acogernos y transformarnos, también hiciera fecundo nuestro apostolado, conduciéndonos en ella a Cristo.
Por otra parte, nosotros aportábamos todo nuestro esfuerzo y nuestra entrega, de acuerdo con el lema que ya mencionamos; “nada sin ti, nada sin nosotros”. De esta forma contribuíamos al “capital de gracias” que el Señor había puesto en sus manos de Medianera de todas las gracias.
Nuestro padre destaca así el carácter bilateral de la alianza de amor. La define como un intercambio de corazones, de bienes, de vida y de tareas con la Virgen María. Nosotros le damos nuestro corazón y ella nos da el suyo. Nosotros le entregamos nuestra vida entera, todo lo que somos y tenemos, y ella se nos da como Madre y Reina nuestra. María nos hace partícipes de su tarea, como Compañera y Colaboradora de Cristo, y nosotros en ella nos convertimos, cada vez más profundamente, en colaboradores del Señor.
Para quienes pertenecen a Schoenstatt, la alianza está estrechamente ligada al Santuario, donde María ha establecido de modo especial su trono de gracias.
Por otra parte, la alianza de amor que vivió nuestro padre y fundador se caracteriza por ser una alianza vivida a la luz de la fe práctica en la divina Providencia.
En síntesis, se trata de realizar el plan que el Padre Dios tiene con cada uno de nosotros, descubriendo su voluntad no solo en la Sagrada Escritura y encontrándonos con Cristo en la eucaristía, sino que también, y muy especialmente, encontrando su voluntad en las circunstancias concretas de nuestra vida y en los signos del tiempo. En alianza con María buscamos así realizar en todo la voluntad del Padre Dios.
Más adelante nos referiremos con mayor detalle a esto que para el fundador es esencial.
Por la alianza con María somos llevados, dice el padre fundador, como por un remolino que nos sumerge en la hondura del corazón de Cristo. Así la alianza sellada con María se convierte en una alianza trinitaria.
La dinámica que genera la alianza de amor nos lleva a estar en ella y en el Señor, y, por el Espíritu Santo, a girar filialmente en torno a Dios Padre.
Por otra parte, la alianza de amor nos lleva a introducirnos profundamente en la vida de la Iglesia. María es imagen perfecta y madre de la Iglesia.
Por eso, quien se une a ella por la alianza, aviva y profundiza su pertenencia a la Iglesia y su responsabilidad por la vida eclesial.
2) Los grados de entrega a María
Otra de las características de la alianza de amor con María es el hecho que se fue manifestando históricamente en el Movimiento de Schoenstatt. A saber, la alianza de amor con ella implica diversos grados de entrega.
Lo importante es que, sabiéndonos cobijados y protegidos en su corazón, asumamos nuestra parte llevando a cabo un serio trabajo de autoformación. Estamos llamados a superar en nosotros todo aquello que no es mariano y a conquistar, cada día más, nuestra identificación con Cristo Jesús.
Ya en el Acta de Fundación se destaca que nuestro compromiso es cultivar “una intensa vida de oración y un fiel y fidelísimo cumplimiento del deber”. Si no hay este esfuerzo por la santidad que se muestra en nuestra vida diaria, la alianza carece de vitalidad.
Este es el primer grado de entrega en la alianza. El segundo grado se da cuando la alianza se profundiza, al sellarla en el espíritu del “Poder en blanco”. Es decir, damos a María y, por ella, al Señor, un “cheque en blanco” en el cual puedan escribir lo que ellos deseen. María puede disponer de nosotros sea lo que sea la voluntad del Padre Dios: o salud o enfermedad; o éxito o fracaso; o alegría o sufrimiento. En definitiva, lo que Dios quiera o permita.
El tercer grado de entrega se da cuando nos sentimos impulsados a pedir con ella al Señor que nos envíe todos aquellos dolores, renuncias o sufrimientos que sean necesarios para cumplir lo que Dios quiere de nosotros, de acuerdo con la tarea que nos ha confiado.
Se trata de una predisposición positiva a abrazar la cruz, no por la cruz misma, sino porque la misión que Dios nos ha confiado requiere de nosotros esta ofrenda de amor para realizar sus planes.
La alianza de amor sellada en el sentido del amor a la cruz o inscriptio (que alude a inscribir nuestro corazón en el de Cristo crucificado y en el de María),vence así la resistencia que tenemos ante aquello que nos causa dolor, apartándonos de esta forma de su plan de amor.
Por último, mencionemos que nuestra alianza de amor con María siempre va unida al cultivo de la fraternidad, ya que, en Cristo y María, somos hermanos: no somos islas, sino que pertenecemos a un cuerpo y somos por ello, en la alianza de amor, responsables los unos de los otros. En definitiva, nuestro amor a María y a Cristo Jesús lo demostramos en el amor a los hermanos.
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