Cuentos completos. Эдгар Аллан По
Читать онлайн книгу.causa de la respiración, no un efecto de ella. En pocas palabras, deduje que del mismo modo como el organismo podría acostumbrarse a la falta de presión atmosférica, igualmente irían disminuyendo las consecuencias dolorosas. Y tenía confianza en la inclemente resistencia de mi cuerpo para soportarlas mientras persistieran.
De este modo, les he mencionado muchas de las consideraciones, aunque no todas, que me llevaron a programar un viaje a la luna. Ahora, si complace a sus excelencias, voy a relatarles los resultados de un proyecto cuya concepción luce tan audaz, y que en cualquier caso no tiene equivalente en la historia de la humanidad.
Una vez alcanzada la altitud ya mencionada —es decir, tres millas y tres cuartos— lancé desde la cesta cierta cantidad de plumas y observé que seguía ascendiendo con suficiente velocidad por lo que no era necesario descartar ningún lastre. Esto me alegró, pues deseaba conservar conmigo todo el peso posible, ya que no tenía ninguna certeza sobre la fuerza de atracción o la densidad atmosférica de nuestro satélite. Hasta ese instante no tenía molestias físicas, respiraba con total libertad y no sentía dolor de cabeza. El gato dormía tranquilamente sobre el abrigo que me había quitado y observé que las palomas tenían un aire despreocupado. Estas últimas, atadas por una pata para evitar que escaparan, se ocupaban activamente de recoger algunos granos de arroz que les había lanzado en el fondo de la cesta.
A las seis y veinte el barómetro mostró una altitud de 26.400 pies, es decir, casi cinco millas. Las posibilidades parecían ilimitadas. Ciertamente, usando la trigonometría esférica, era muy fácil determinar el espacio terrestre que alcanzaban mis ojos. La superficie convexa de una fracción de esfera es a la superficie total de la misma lo que el verseno de la fracción al diámetro de la esfera. Pues bien, en esta oportunidad, el verseno —o sea, el espesor de la fracción por debajo de mí— era aproximadamente la misma que mi elevación, o que la elevación del punto de vista sobre el área. Entonces, la proporción de la superficie terrestre que se mostraba ante mis ojos era de cinco a ocho millas. Dicho de otra forma, estaba observando una decimosexta parte del área total del globo terráqueo. El mar lucía sereno como un plato, aunque pude advertir con mi telescopio que se hallaba sumamente rizado. Ya no podía ver el navío que al parecer había tomado rumbo este. Por momentos comencé a sentir intensos dolores de cabeza, en especial en la zona de los oídos, aunque continuaba respirando con mucha facilidad. El gato y las palomas no parecían sentir ninguna molestia.
A las siete menos veinte el globo entró en una región de nubes densas, que me causaron serias dificultades, estropeando mi aparato condensador y mojándome hasta los huesos. Esto, por cierto, fue una particular sorpresa, pues nunca había imaginado posible que tal nube estuviera a esa altura. Creí conveniente liberar dos bultos de cinco libras de lastre, manteniendo ciento sesenta y cinco libras de peso. Al hacerlo no tardé en sobrevolar la zona de las nubes, y al momento me percaté de que mi velocidad de ascenso se había incrementado considerablemente. Luego, a los breves segundos de salir de la nube, un fuerte relámpago la atravesó de punta a punta, incendiándola completamente como si se tratara de un bloque de carbón ardiente. Esto ocurrió, como he mencionado, a plena luz del día. Se me hace imposible imaginar la grandeza que hubiese mostrado el mismo hecho en caso de ocurrir durante la noche. Únicamente el infierno hubiera podido darnos una imagen apropiada. De la manera en que vi tal fenómeno hizo que mi cabello se erizara mientras observaba los abiertos abismos, dejando que mi imaginación descendiera y deambulara por las inusuales galerías abovedadas, los golfos inflamados y los espantosos y rojos abismos de aquel espantoso e indescifrable incendio. Me había salvado por muy poco. Si hubiese continuado un momento más dentro de aquella nube, es decir, si la humedad no me hubiera obligado a soltar lastre del globo, lo más probable es que no hubiera logrado escapar a la desgracia. Este tipo de peligros son tal vez los más grandes que se deben desafiar al viajar en globo, pero se piensa poco en ellos. Sin embargo, ya había alcanzado una elevación demasiado grande como para que volviera a presentarse el peligro.
Me elevaba rápidamente, y a las siete en punto el barómetro señaló nueve millas y media. Comencé a sufrir de gran dificultad para respirar. La cabeza me dolía fuertemente y comencé a sentir algo húmedo en mis mejillas, resultó ser sangre que salía en abundancia de mis oídos. También me preocuparon mis ojos. Cuando pasé mi mano sobre ellos me dio la impresión de que me sobresalían de sus órbitas, además veía distorsionados los objetos que estaban en el globo y al globo mismo. Tales síntomas sobrepasaban lo que yo había imaginado y me causaron cierta alarma. En ese instante, actuando con la mayor irreflexión e imprudencia, lancé tres piezas de lastre de cinco libras cada una. La acelerada velocidad de ascenso así obtenida, me llevó demasiado rápido y sin la progresión necesaria a un estrato de la atmósfera altamente enrarecido, lo que casi se convierte en un hecho fatal para mi proyecto y para mi persona. Repentinamente fui presa de un espasmo que se prolongó más de cinco minutos, e inclusive después de haber disminuido en alguna medida, continué respirando a largos intervalos, jadeando muy penosamente, mientras sangraba abundantemente por la nariz, los oídos y, levemente, hasta por los ojos. Las palomas parecían estar sufriendo mucho y batallaban por escapar, mientras el gato maullaba con desesperación y, con la lengua afuera, se tambaleaba de un lado a otro de la cesta como si estuviera bajo la influencia de un veneno. Cuando comprendí el descuido que había cometido al soltar el lastre ya era demasiado tarde. Imaginé que fallecería en poco tiempo. Además, los trastornos físicos que experimentaba ayudaban a invalidarme casi completamente para hacer el más mínimo esfuerzo en busca de mi salvación. Tenía muy poca capacidad de cálculo y la violencia del dolor de cabeza parecía aumentar por momentos. Reconocí que muy pronto mis sentidos cederían por completo por lo que había tomado una de las cuerdas pertenecientes a la válvula de escape con la idea de intentar un descenso, cuando recordé el chasco que les había jugado a mis tres acreedores y sus posibles consecuencias. Eso me detuvo al instante. Haciendo un esfuerzo por recuperar mis facultades me dejé caer en el fondo de la cesta. Pude lograrlo hasta que llegué a pensar en lo conveniente de hacerme una sangría. Como no tenía con qué hacerla, me vi obligado a ingeniármelas de la mejor forma posible, así que lo logré cortándome una vena del brazo izquierdo con una navaja.
Apenas comenzó a brotar la sangre experimenté un sensible alivio. Después de perder, aproximadamente, lo que contiene media palangana de tamaño ordinario, una gran parte de los síntomas más espantosos desaparecieron totalmente. No obstante no consideré prudente levantarme de inmediato, sino que luego de vendar mi brazo lo mejor que pude, continué en reposo otro cuarto de hora. Transcurrido ese tiempo me levanté, sintiéndome tan aliviado de dolores como me había sentido en la primera parte de mi ascensión. Sin embargo continuaba sintiendo grandes dificultades para respirar y entendí que muy pronto llegaría el momento de usar mi condensador. Mientras tanto observé la gata, que muy cómodamente había vuelto a colocarse sobre mi chaqueta y descubrí, con renovada admiración, que había aprovechado el instante de mi malestar para dar a luz tres gatitos. Esta situación, por completo inesperada, determinaba un aumento del número de pasajeros del globo, pero no me molestó que hubiera ocurrido ya que, más allá de cualquier otra cosa, me daba la oportunidad de comprobar la veracidad de la conjetura que me había motivado a realizar la ascensión. Yo había supuesto que la resistencia usual a la presión atmosférica en la superficie terrestre era la causa de los males que sufre todo ser vivo a determinada distancia de esa superficie. Si los gatitos revelaban síntomas semejantes a los de su madre, debería considerar mi teoría como un fracaso, pero si eso no ocurría, juzgaría el hecho como una fuerte confirmación de tal idea.
Ya, a las ocho de la mañana había logrado una altitud de diecisiete millas sobre el nivel del mar. Por lo que era evidente que mi velocidad de ascenso no solo estaba aumentando, sino que tal aumento hubiera sido probable aunque no hubiese arrojado el lastre como lo hice. Los dolores de cabeza y oídos regresaron por momentos y con mucha fuerza, y por instantes sangraba nuevamente por la nariz, pero en términos generales, padecía mucho menos de lo que podía suponerse. Sin embargo, respirar era cada vez más y más difícil, y cada inspiración me causaba un horrible movimiento convulsivo en el pecho. Entonces, desempaqué el aparato condensador y lo preparé para usarlo inmediatamente.
A esta altura de mi elevación el espectáculo que ofrecía la tierra era majestuoso. Hasta donde alcanzaba mi visión al norte, al sur, y al oeste, se explayaba la infinita superficie