Cuentos completos. Эдгар Аллан По

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Cuentos completos - Эдгар Аллан По


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que el rey viene triunfante, vestido con su traje de ceremonia y que acaba de matar con su propia mano a mil presos israelitas encadenados. ¡Y el imbécil lo glorifica hasta el cielo por esa acción! ¡Cuidado! ¡Viene otra turba igualmente andrajosa! Han compuesto en latín un himno sobre el valor del rey y mientras desfilan lo van cantando.

      Mille, mille, mille,

      Mille, mille, mille,

      Decollavimus, unus homo!

      Mille, mille, mille, mille, decollavimus!

      Mille, mille, mille,

      Vivat qui mille mille occidit!

      Tantum vini habet nemo

      Quantum sanguinis effudit!

      Lo cual podría traducirse así:

      ¡Mil, mil, mil,

      Mil, mil, mil,

      Con un solo guerrero degollamos a mil!

      ¡Mil, mil, mil, mil! ¡Cantemos otra vez mil!

      ¡Ea!, cantemos:

      Larga vida a nuestro rey,

      ¡Que bellamente mató a mil!

      ¡Ea! ¡Proclamemos

      Que él nos ha dado

      Más galones de sangre

      Que toda la Siria vino!

      —¿Escucha ahora ese sonar de las trompetas?

      —Sí, el rey se acerca. ¡Observe, la muchedumbre está fascinada de admiración y levanta sus ojos al cielo en señal de veneración! ¡Ya viene… ya viene… ya está aquí!

      —¿Quién? ¿Dónde está? ¿El rey? Yo no lo veo… no logro verlo en ningún lado.

      —¿Qué? ¡Se ha quedado ciego!

      —Tal vez. Lo único que logro ver es una turbulenta multitud de locos e imbéciles que se postran ante un formidable Camaleopardo, tratando de besar sus pezuñas. ¡Mire, el animal acaba de dar una patada a uno de esa gentuza… a otro… y a otro! ¡Oh, no logro dejar de embelesarme con el magnífico uso que esa bestia hace de sus patas!

      —¿La gentuza? ¡Pero, si son los nobles y libres habitantes de Epidafne! ¿Dijo usted bestia? Tenga cuidado de no ser escuchado. ¿Es que acaso no observó usted que ese animal tiene rostro humano? ¡Mi estimado caballero, ese Camaleopardo es nada menos que Antíoco Epífanes, Antíoco el Ilustre, Rey de Siria, el más poderoso de los autócratas de Oriente! Cierto que con frecuencia suelen llamarlo Antíoco Epimanes… Antíoco el Loco… pero eso es porque la gente no tiene la capacidad de apreciar sus méritos. Lo más seguro es que en este instante se encuentre escondido dentro de la piel de un animal, haciendo cualquier cosa para representar a un Camaleopardo, pero su propósito es elevar aún más su dignidad de rey. Así mismo, el monarca es de tremenda estatura y el traje no le resulta inadecuado ni exageradamente grande. Por lo que podemos imaginar, que no se lo hubiera puesto si no se tratara de una oportunidad particularmente solemne. ¡Y usted no puede negar que la matanza de un millar de judíos no es algo solemne! ¡Con qué ilustre sobriedad se pasea el rey a cuatro patas! Fíjese que sus dos concubinas principales, Elliné y Argelais, le aguantan la cola. Todo su aspecto sería incomparablemente atractivo de no ser por la protuberancia de los ojos, los cuales acabarán saltándole de las órbitas tarde o temprano, y el muy raro color de su rostro, que se ha vuelto algo imposible de describir a causa de la cantidad de vino que ha ingerido. Vamos a seguirlo al hipódromo donde se dirige ahora, y oigamos su canto de triunfo que él mismo canta en primer lugar:

      ¿Quién es rey, sino Epífanes?

      ¡Decidlo! ¿Lo sabéis?

      ¿Quién es rey, sino Epífanes?

      ¡Bravo! ¡Bravo!

      ¡No hay nadie fuera de Epífanes,

      No, no hay nadie!

      ¡Derribad entonces los templos

      Y apagad el sol!

      —¡Bravo, vistosamente entonado! La muchedumbre lo está saludando como el “Príncipe de los poetas”, “Gloria del oriente”, “Delicia del universo” y “El más extraordinario de los Camaleopardos”. Le han pedido un bis…¿escucha usted? ¡Lo está entonando de nuevo! Cuando llegue al hipódromo le colocarán la corona de la poesía, como preámbulo de su triunfo en las próximas olimpíadas.

      —¡Pero, por Júpiter! ¿Qué está sucediendo entre la multitud que viene detrás de nosotros?

      —¿Detrás, dice usted? ¡Ah, sí… ya veo! Querido amigo, usted habló a tiempo. ¡Debemos protegernos lo antes posible en algún lugar seguro! ¡Allí, en ese arco del acueducto! Le diré de inmediato la razón de la conmoción. Ha sucedido aquello que yo estaba presagiando. El particular aspecto del Camaleopardo con cabeza humana parece haber incomodado el sentido del decoro que, generalmente, tienen los animales feroces que han sido domesticados en esta ciudad. Como resultado se ha originado un motín. Y como suele ocurrir en tales ocasiones, ninguna fuerza humana será capaz de dominar a la multitud. Muchos sirios ya han sido devorados, pero el mandato general de estos patriotas de cuatro patas parece ser la de devorar al Camaleopardo. Motivo por el cual el “Príncipe de los poetas” huye en estos momentos sobre sus dos piernas para salvar su vida. Los cortesanos lo han abandonado en la encrucijada y sus concubinas han seguido tan maravilloso ejemplo. ¡Oh! ¡Delicia del universo, en qué enredo te has metido! ¡Gloria del oriente, corres peligro de masticación! No, no mires tu cola con tanta tristeza, tendrás que arrastrarla por el fango, no tienes otra salida. No mires hacia atrás para ver tu inevitable humillación. Ten fuerza, mueve rápidamente tus piernas y corre hacia el hipódromo. ¡No olvides que eres Antíoco Epífanes, Antíoco el Ilustre, “Príncipe de los poetas”, “Gloria del oriente”, “Delicia del universo” y “El más asombroso de los Camaleopardos”! ¡Señor, qué desplazamiento eres capaz de mostrar! ¡Qué rapidez para proteger tus piernas! ¡Corre, príncipe! ¡Bravo, Epífanes! ¡Muy bien, Camaleopardo! ¡Glorioso Antíoco! ¡Cómo corre… cómo salta… cómo vuela! ¡Está llegando al hipódromo igual que una flecha recién disparada por una catapulta! ¡Salta… grita… llegóooo! Estupendo, porque si demorabas un segundo más en cruzar las puertas del anfiteatro, ¡oh “Gloria del oriente”!, no hubiera quedado un solo cachorro de oso en Epidafne sin saborear un trozo de tu carne. ¡Vamos, salgamos de aquí! ¡Nuestros delicados oídos no serán capaces de tolerar el aullido que va a alzarse para alabar la escapatoria del rey! ¡Oiga usted… ya comenzaron! ¡Toda la ciudad está revuelta!

      —¡No hay duda de que esta es la ciudad más poblada de Oriente! ¡Qué cantidad de personas! ¡Qué mezcla de clases y de edades! ¡Qué diversidad de sectas y naciones! ¡Qué infinidad de trajes! ¡Qué Babel de lenguas! ¡Qué rugidos de fieras! ¡Qué repicar de instrumentos! ¡Qué equipo de filósofos!

      —¡Vamos, salgamos de este lugar!

      —¡Espere! Veo un gran barullo en el hipódromo. ¿Por favor, podría decirme qué está ocurriendo?

      —¿Eso? ¡Ohhh, eso no es nada! Los nobles y libres habitantes de Epidafne, después de declararse satisfechos de la fe, coraje, sabiduría y deidad de su rey y, habiendo sido testigos presenciales de la sobrenatural velocidad de hace un instante, suponen que es su deber colocar sobre su frente, además de la corona poética, la diadema de la victoria en la carrera pedestre, diadema que sin duda ganará en las próximas olimpíadas y que, claro está, le concederán por adelantado.

      Mistificación

      ¡Diablos! Si estos son tus “pasos” y tus “montantes”,

      no quiero saber nada de ellos.

      Ned Knowles

      El barón Ritzner Von Jung era miembro de una notable familia húngara cuyos integrantes, al menos hasta donde se ha podido verificar a través de viejos e irrefutables documentos, se habían destacado por esa clase de grotesquerie de la imaginación, de la que


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