El Protocolo. Robert Villesdin
Читать онлайн книгу.no les hacía partidarios de nuevas peripecias.
—Sí, pero hacemos lo que nos gusta y trabajamos en lo que entendemos. ¡Todo el mundo lo reconoce! Incluso el presidente de la Cámara de Comercio lo admitió hace pocos días cuando en público me comentó: «Sam, no sé qué sería del país sin empresarios como tú».
—¿Esto fue antes o después de que le entregaras el cheque para su campaña de reelección? —incidió Ton con descortesía—. En cualquier caso, mientras hacemos lo que sabemos, la gente se está forrando en el sector inmobiliario.
—Y ¿quién es «la gente»? —preguntó Susy, que había permanecido callada hasta ese momento.
—Bueno... por ejemplo... todos los padres de mis amigos del club de golf hace tiempo que han montado una Real Estate Division.
—Y ¿qué coño quiere decir esto? —replicó Sam, que ya empezaba a estar harto de esa película.
—Quiere decir que ya hace más de una década que han creado una división independiente para invertir en negocios inmobiliarios. Mira, la familia Mompou compró un terreno hace seis meses y lo ha revendido hace pocos días por más del doble; y no es la primera operación de este tipo que realizan este año.
Susy aprovechó la pausa para mirar con cariño a Sam, sabiendo lo mal que debía de estar pasándolo y lo desubicado que se sentía en estas ocasiones, cuando se trataban temas que se salían de las fronteras de sus conocimientos y experiencia.
—Ya, pero nosotros no entendemos de esto; en el caso de que nos metiéramos en estas aventuras, ¿quién gestionaría la nueva actividad? —intervino uno de los consejeros externos.
El señor Aguirre —apodado «Botines» por los hijos de Sam— era amigo de este último y el consejero independiente más antiguo. Tenía en común con Sam el haber convertido un modesto negocio familiar de fabricación de zapatos en una reputada marca a nivel mundial. El crecimiento de su negocio se inició cuando, gracias a sus contactos —había sido legionario en una época en que esa circunstancia era sumamente apreciada por la clase política— había conseguido un suculento contrato para el suministro de botas al ejército. Tenía la misma edad de Sam, hecho que, sumado a su aureola de empresario de éxito, le proporcionaba cierta ascendencia sobre él. Su trayectoria le había otorgado fama de prudente, lo que, unido a su edad y a su espíritu conservador, constituía una garantía a prueba de bomba ante cualquier propuesta de cambio o innovación. El éxito de su empresa de zapatos se basaba en tres principios elementales —según él, ni la suerte ni las influencias habían tenido nada que ver— que aplicaba indiscriminadamente a cualquier situación: levantarse temprano, trabajar duro y ser constante. Con estos antecedentes no es de extrañar que contara con el apoyo total de Sam y, lo que era incluso más importante, el de Susy y, en consecuencia, con el total desprecio por parte de los hijos de ambos, los cuales estaban completamente seguros de que el descendiente de «Botines»—verdadero artífice de la expansión internacional de su empresa— les había endilgado a su padre para quitárselo de encima y poder actuar con menos cortapisas en la zapatería.
«Botines» era obeso, tenía el pelo completamente blanco, llevaba gafas, que no conseguían corregir completamente su miopía, y tenía cierta tendencia a dormirse en las reuniones, sobre todo, si se celebraban después de comer.
—Yo puedo hacerlo—contestó Ton con celeridad ensayada.
—¿Tú? —saltó inmediatamente GR—. ¡Si no sabes hacer nada!
—Al menos yo no he perdido dinero en ningún negocio, como te está ocurriendo a ti con el equipo de fútbol. Yo puedo hacerlo muy bien y, además, ya tengo algunas ideas sobre posibles inversiones.
—Pero si todavía no tienes experiencia —se lamentó Sam.
—Tengo muchos contactos que sí la tienen. ¡El mercado está lleno de oportunidades que estamos desaprovechando!
De esta forma fue como el Consejo tomó, finalmente, la decisión de desviar algunos millones de euros de la actividad de reciclaje al, potencialmente más lucrativo, negocio inmobiliario. También se acordó —con la renuencia de «Botines» y de GR, quien no soportaba que su hermano pudiera destacar en ninguna actividad, y menos si él no la controlaba— que fuera Ton quien la dirigiera, si bien bajo la supervisión del Consejo.
—Y ¿quiénes serán los administradores de la compañía? —espetó Modesto para adelantarse a lo que se temía que iba a ocurrir.
—Evidentemente, yo seré el administrador único —se ofreció inmediatamente Ton, haciendo que se cumplieran los peores presagios del abogado.
—¡Y una mierda! —saltó inmediatamente GR
—Esa no es manera de hablar —intervino Susy, que normalmente se mantenía callada durante las sesiones del Consejo.
—Rectifico... ¡Y un pepino! —continuó GR con cierta sorna—. Esto sería como entregar el mando de un avión a un ciego.
—Ya salió el todopoderoso; me gustaría saber por qué tú puedes arruinarnos como administrador único del equipo de fútbol, y yo no puedo serlo de la inmobiliaria con la que os haré ganar montones de dinero.
Y fue con este poco riguroso razonamiento como Ton consiguió tener, por primera vez, plenos poderes en una compañía y, lo que para él fue todavía más glorioso, sin estar sometido al control de su hermano.
Rendido ante lo inevitable, Modesto intentó aplacar el potencial desastre sugiriendo que, teniendo en cuenta que las inversiones inmobiliarias acostumbran a ser de elevado importe, cualquier decisión relativa a compras o endeudamiento debería ser previamente aprobada por el Consejo. Su propuesta fue aceptada por unanimidad, aunque con visible enfado por parte de Ton, y así se hizo constar en el libro de actas.
En opinión de GR, tal y como estaba el efervescente mercado inmobiliario, en el que él no creía, cualquiera podía ganar dinero, «incluso trabajando dos horas al día, que es lo que hará mi hermano», y hacía falta ser muy tonto para no conseguirlo. Para él, la verdadera prueba estaba en seguir ganando dinero cuando el mercado estuviera a la baja.
Para mayor gloria de Ton, la explosión de buenas adquisiciones en el área inmobiliaria coincidió con un periodo en el que el equipo de fútbol que gestionaba GR iba de mal en peor, con lo que el contraste entre el hermano «bueno-pero-desaprovechado» y el «malo-que-no-da-oportunidades-a-los-demás» se puso, en opinión de Ton y de la mayoría de la familia, en evidencia.
Esta situación, unida al hecho de que tanto Ton como su hermana Lucy estaban hartos de que GR condujera el negocio como si fuera suyo y que se inmiscuyera en todas las decisiones familiares e incluso personales, propició un cambio en los equilibrios de poder dentro de la familia y que la autoridad del primogénito se viera menoscabada en favor de los hermanos rebeldes capitaneados por Ton como nueva estrella emergente.
Por otra parte, este se desvivía —tenía tiempo y recursos para ello— en mimar a su hermana y satisfacer sus necesidades con cargo a su área de negocio, es decir, con cargo al patrimonio de su padre. Estas atenciones realizadas con premeditación y alevosía le estaban convirtiendo, poco a poco, en un referente familiar y minando el liderazgo de su hermano, ejercido siempre con el descarnado despotismo del que se cree infinitamente superior a los de su especie.
La sombra
Susy, la esposa de Sam, procedía también de una familia humilde que había vivido en uno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad. De hecho, conoció a Sam cuando éste iniciaba su negocio de reciclado de metales yendo con una furgoneta a buscar los residuos de los talleres y fábricas del extrarradio. Cuando el ayudante de Sam se ponía enfermo era la propia Susy quien lo sustituía, auxiliándole a cargar y descargar los materiales de desecho.
Posteriormente, cuando la empresa se hubo desarrollado y ya contaba con varios empleados, Susy pasó a hacerse cargo de las tareas administrativas, así como del cobro a clientes. ¡Aquellos sí que fueron buenos tiempos! El negocio siguió creciendo, lo que permitió a Susy dejar de trabajar y poder encargarse