El Protocolo. Robert Villesdin
Читать онлайн книгу.los particulares, por lo que todo el mundo dispone de financiación para invertir y para comprar.
—Estas circunstancias son muy favorables para la actividad inmobiliaria —se apuntó Ton—; los bancos, para rentabilizar sus cuentas de resultados en un entorno de intereses bajos, conceden créditos hipotecarios a cualquiera que tenga intención de comprarse una vivienda con independencia de su solvencia y, además, si es necesario, hinchan las tasaciones para que el préstamo cubra el precio total de la vivienda, la posterior decoración, los impuestos, el mobiliario y, en muchos casos, incluso ¡las próximas vacaciones!
—Esto acabará mal —apuntó Sam—, después de escuchar las opiniones de sus hijos sobre la coyuntura económica.
—No seas agorero, papá —replicó Ton, con un mohín de fastidio—. ¿No ves que todo el mundo sale ganando?; los bancos endeudándose a precios bajos para facilitar financiación a todo el que la pida; los consumidores comprando a crédito todo tipo de bienes y especulando con las continuas alzas de precios de los inmuebles; y el Estado recaudando impuestos como nunca. Como consecuencia de ello, todo el que quiere tiene trabajo, los consumidores gastan, las empresas venden, el Estado tiene un superávit que invierte en obras faraónicas e inútiles y... ¡larga vida al mercado!
—En economía, todos los excesos se pagan —pontificó «Botines», que vivía atormentado porque no se había atrevido a invertir nada en la construcción—; el día menos pensado, todo este montaje se desplomará.
—La chatarra y los zapatos no sé, pero ¡el ladrillo nunca baja de precio! —pontificó Ton—; además, papá, deberías saber la teoría del tonto superior.
Ton se levantó de la mesa y rebosando petulancia explicó esta teoría, según la cual no hay problema en pagar un precio desproporcionado por algo que no lo vale siempre que haya alguien más tonto que esté dispuesto a ofrecer un precio superior más adelante.
—Esto lo dices porque eres joven y no has pasado ninguna crisis —apostilló «Botines», tratando una vez más de frenar cualquier síntoma de euforia. A veces, también los tontos se acaban.
—Pues yo me reafirmo en que deberíamos invertir más dinero en promociones —redundó Ton.
—No, si ha de salir de la empresa de reciclaje —intentó, sin excesiva convicción, concluir Sam.
—Pues, entonces, lo que debemos hacer es endeudarnos más para poder realizar más operaciones inmobiliarias —añadió Ton.
Ese se había convertido en el tema estrella de los últimos consejos. Uno de los amigos de Ton era, al mismo tiempo, su asesor financiero y le instigaba constantemente a ganar volumen de inversión mediante el endeudamiento, que él se encargaba de proporcionar.
—Esto no me gusta nada —repitió Sam—. Además, ya te has empeñado mucho hasta la fecha.
—Yo estoy con papá —intervino GR, viendo que el tema podía volver a escaparse de su control y no queriendo perderse una nueva oportunidad de ir contra su hermano.
—Yo también estoy de acuerdo con Sam; en mi opinión debemos seguir siendo prudentes y no entramparnos con más deuda —se apuntó Arturo, consejero desde hacía pocos años.
Arturo había sido durante muchos años el director financiero del grupo y, cuando le llegó la jubilación, Sam le ofreció formar parte del Consejo de Administración, con el objeto de seguir contando con el apoyo de una persona de confianza y muy conocedora de los intríngulis financieros de la empresa. Era un individuo alto, delgado —casi enjuto— y de tez cetrina, posiblemente debido a tantos años de llevar la contabilidad bajo lámparas de neón que proporcionaban una luz insuficiente y amarillenta. Como todo buen financiero, tampoco era amante de las aventuras y temía, en todas las ocasiones e incluso en los tiempos de máxima bonanza, que con el dinero disponible no se alcanzara a pagar todas las facturas. Había sido la mano derecha de Sam en su personal cruzada de reducción de gastos y se habían pasado muchos fines de semana repasando todas las partidas del debe, una por una, para cazar y aniquilar cualquier fuente de dispendio innecesario. Era una buena persona, contraria a los conflictos de cualquier tipo, con el que se podía dialogar en cualquier circunstancia, amén de un poco misógino, por lo que se ruborizaba en todas las ocasiones en que se dirigía a las mujeres del Consejo. En definitiva, calificarlo de consejero independiente hubiera sido, como mínimo, una exageración.
—Pues a mí me parece muy adecuado lo que dice Ton —apuntó, siempre a destiempo, Lucy—. Por cierto GR... el otro día estuve pensando que me gustaría conocer los resultados del equipo de fútbol en las diez últimas temporadas. ¿Puedo llamar a tu contable para pedírselo?
—Mi contable está ahora muy ocupado con el cierre de los balances mensuales. Ya se lo pediré yo —contestó GR, de mal humor y confiando en que su hermana se olvidaría del tema a los pocos días.
Sam seguía la discusión con cierto fastidio, pues otras, en idénticos términos, habían tenido lugar en anteriores consejos sin que se llegara a tomar ninguna decisión definitiva. De hecho, también se sentía atraído por la facilidad con la que algunos conocidos estaban realizando auténticas fortunas en el sector inmobiliario. Su firmeza en no desviar fondos de la empresa para esta actividad empezaba a tambalearse, aunque se mantenía renuente al dudar tanto de la capacidad como de la visión excesivamente codiciosa de sus hijos para gestionar cualquier negocio.
—No tienes ni idea, papá; he hecho un estudio de los balances de las principales compañías inmobiliarias y su ratio de endeudamiento es más del doble del que tenemos nosotros —añadió Ton—. Por otra parte, todo el que conozca medianamente el sector inmobiliario sabe que es un negocio eminentemente financiero.
—Papá, eres un anticuado. Todo el mundo financia las inversiones inmobiliarias con hipotecas. ¡Esas son las reglas del juego! —añadió Lucy, la cual tenía bien presente que Ton le había dotado de un sustancioso sueldo por ayudarle en el negocio inmobiliario.
—Cada día pasan por nuestras oficinas dos o tres bancos ofre- ciéndonos dinero —comentó como de pasada Ton—. ¡Y barato!
—Bien —accedió finalmente Sam; quizás me haya vuelto viejo y demasiado conservador. ¡Adelante!... como dijo Julio César al cruzar el Rubicón: «Los dados están en alto»; pero... ¡sed prudentes!
—¡Gracias, papá! No te arrepentirás.
—¿Y tú qué opinas, Modesto? —preguntó el patriarca como último e inútil recurso.
—En mi opinión un endeudamiento moderado no es peligroso, siempre que esté dentro de los límites que podamos asumir, incluso en las peores circunstancias —contestó el interpelado mirando directamente a Sam, y de reojo a GR, que le fulminó con la mirada—. En cualquier caso —prosiguió— sugiero que mantengamos la actual política de que toda nueva inversión o nuevo préstamo deba ser aprobado previamente por este Consejo.
Esta vez fue Ton quien le echó mal de ojo, mientras «Botines», Arturo y los demás consejeros —a excepción de Lucy— celebraron interiormente esta última intervención.
En los últimos tiempos, la posición de Modesto en éste órgano de administración había cambiado sustancialmente, ya que, de ser un simple asesor de confianza, se había convertido casi en un miembro más de la familia. En ello había influido bastante el hecho de que todos le consideraban como el pretendiente oficial de Lucy, posición que, a pesar de no ajustarse a la realidad, esta no intentó negar en absoluto.
Modesto todavía estaba desconcertado sobre cómo había llegado a producirse esa situación y le intrigaba sobremanera saber quién eran los que la fomentaban. Esas reflexiones le llevaron a recordar que, después de la cena en la que Lucy le hizo el «regalito», las cosas se habían desarrolado de un modo imprevisto.
La inocencia
Debían de ser las cuatro de la madrugada cuando Modesto consiguió dormirse, mientras los brazos, piernas y pechos de Lucy le envolvían como una enredadera feromónica. A los pocos minutos, le despertó una música menos sensual, aunque