La primera. Katherine Applegate
Читать онлайн книгу.visual. Eso fue todo. No era la primera vez que oíamos rumores de la guerra que enfrentarían Nedarra y Dreylanda. Pero nada había que pudiéramos hacer al respecto. Éramos un grupo de cinco, cinco apenas. Y no era problema nuestro.
Mi misión, nuestra misión, era encontrar más dairnes. Y ésa era nuestra única preocupación.
Al menos eso fue lo que me dije mientras esperábamos.
Diez minutos después, dos mujeres ancianísimas salieron de la aldea fortificada por una pequeña puerta oculta. Nos traían hogazas de pan fresco y carne seca, así como odres repletas de agua hasta el borde, y se retiraron sin pronunciar una sola palabra.
Reemprendimos el viaje, pero entonces noté que Gambler se comportaba de manera extraña. Parecía cabizbajo, con la cola también baja. Seguía moviéndose con la poderosa elegancia de su especie, pero detecté que algo lo perturbaba.
—Gambler, hay algo que te inquieta, ¿verdad?
—Sí.
—¿Quieres contármelo?
—Claro que sí. Me contuve sólo porque he estado tratando de pensar qué es lo que puede significar —suspiró—. Ese título y ese nombre... Kazar Sg'drit... Me temo que son palabras en idioma felivet, y palabras peligrosas, además. Muy peligrosas.
11
La amenaza del valtti
Kharu se detuvo de inmediato.
—¿Qué has dicho?
—Kazar es un título antiguo, no una palabra que se use hoy día —comenzó Gambler—, nada que uno ahora pueda enorgullecerse al proclamar. Hace mucho tiempo, un felivet se alzó entre todos los demás para gobernar nuestra especie. El título que escogió fue Kazar, que quiere decir “soberano absoluto”. Y Sg'drit es una abreviatura de una palabra mucho más larga en felivet. Quiere decir “el implacable”. En otras palabras, un asesino.
—Bueno, eso no suena muy alentador —coincidió Renzo.
—Los felivets hemos dejado atrás esas épocas, esas creencias, muy atrás. Eran venenosas. En especial, la idea de que nosotros estábamos destinados a gobernar por encima de todas las otras especies.
—Eso es exactamente lo que el Murdano pretende en Nedarra —dijo Kharu, mirándome—, incluso si ello implica exterminar especies enteras.
—Si lo que decís es cierto, si Dreylanda ha caído en las redes de las mentiras de un valtti —dijo Gambler, y su cola se movía de un lado a otro—, significa una terrible humillación para todos los felivets.
—¿Un valtti? —pregunté.
—Como bien sabes, Byx, somos una especie solitaria. Cazamos por nuestra cuenta. Nos juntamos sólo para formar una familia y adiestrar a los pequeños. Nuestra naturaleza nos llama a ser independientes, a pensar por nosotros mismos... pero... —Gambler suspiró—, hay ocasiones en que surge un valtti, un felivet que alimenta el odio hacia las demás especies y convence a otros felivets de la importancia de su causa. Los que no escuchan son silenciados, bien sea a través del miedo o tras los barrotes de un calabozo. Es un tipo de locura que se apodera de aquellos cuya mente es débil.
Continuamos el camino, sopesando lo que Gambler acababa de revelarnos. De ser cierto que la guerra se avecinaba, ¿qué podría resultar de un enfrentamiento entre el Murdano y un agresivo dictador felivet?
—Gambler, ¿qué podemos esperar de un ejército al mando de uno de estos valtti? —preguntó Renzo.
—Astucia, engaños, perspicacia, y una crueldad absoluta.
—Fabuloso —murmuró Renzo—. Vamos a encontrar la isla de Byx para así poder largarnos de esta locura lo más pronto posible. Incluso si la isla es carnívora, significará un avance sobre lo presente.
No pasó mucho tiempo antes de que encontráramos indicios de los preparativos para la guerra. En la unión de dos pequeños ríos nos topamos con un campamento militar: un extenso terreno con tiendas de campaña dispuestas en ordenadas filas.
—Tobble ¿me permites tu cerca-lejos? —pregunté.
Sostuve el tubo frente a mi ojo y una vez más fui testigo de sus milagrosos resultados. Más allá de las tiendas había caballerizas y potreros para guarecer cientos de caballos. Un tonelero estaba construyendo barriles junto con su ayudante. Dos herreros martillaban herraduras, mientras que otros hacían funcionar los fuelles para mantener el fuego ardiendo.
Cerca del límite del campamento se encontraba una montaña de cajas y cajones que probablemente contenían alimentos y diversas provisiones. En el río más cercano se habían construido tres embarcaderos con varios muelles para atracar navíos: uno para desembarcar tropas, otro para trineos de mulas, y uno más para descargar troncos recién aserrados. En este último muelle había un ejército de humanos y algunas especies menores que se afanaban cortando los troncos con enormes serruchos y sierras.
Calculé al vuelo.
—Creo que hay por lo menos mil tiendas, con cuatro soldados en cada una, quizás.
—Entonces eso suma cuatro mil soldados, y vienen más en camino —dijo Renzo—. Y muchos están justamente en esos puentes que necesitamos cruzar.
Kharu apoyó ambas manos en la cintura.
—Tú eres el ladrón... ¿Podrías atravesar ese campamento y llegar al otro lado de los puentes?
—Por supuesto —dijo Renzo—, con mucha, muchísima suerte. Y solo. Los cinco no tenemos ni la menor probabilidad.
—¿Y si cruzamos por debajo? —pregunté.
Renzo negó.
—Todavía quedaría el asunto de cómo pasar a través de los centinelas y sus perros. Dame esa cosa, ese tubo —dijo, y agarró el cerca-lejos—. No soy geógrafo, pero de lo que sé de Dreylanda, si seguimos hacia el norte, tarde o temprano deberíamos encontrar un paso en el río, un ferri o un puente que no esté vigilado.
Suspiró ruidosamente, de manera que sonó poco alentador.
—Aquí vemos una comarca preparándose para la guerra. —Gambler miró en todas direcciones—. No podemos olvidar que, si encontramos a alguien, no podemos confiar en que será inocente hasta que lo demuestre.
—Guerra —me quejé—. De todas las cosas absurdas que hacen los humanos...
Renzo rio.
—Estás en lo cierto, Byx.
—Parece que en este caso no son sólo los humanos —comentó Gambler sombrío.
—¿Y cuál es el propósito? —pregunté.
—Poder —dijo Renzo—. Los humanos, y parece que también algunos felivets, ansían el poder. Quieren dominar y controlar. Quieren tener en sus manos el poder de decidir quién vive y quién muere.
Era una respuesta mucho más meditada de lo que hubiera esperado de un jovenzuelo ladrón. Pero también era cierto que Renzo a menudo me sorprendía.
Kharu se daba toquecitos con un dedo en los labios, mientras pensaba.
—Creemos que la isla flotante está en esa dirección —dijo, señalando hacia el norte—. Hasta donde sabemos, bien podría estar en el punto en que las montañas se juntan con el mar. O puede ser que ya se haya movido de ese lugar.
Gambler siguió su mirada.
—Sabemos con certeza que no se mueve con rapidez. No parece muy probable que haya ido más allá del pie de esas montañas.
—No hay otro camino —afirmó Renzo—. Tenemos que cruzar esos ríos o no podremos llegar al mar.
—Si