Camino al colapso. Julián Zícari
Читать онлайн книгу.pudieron igualmente vencer en sus provincias (La Rioja, Jujuy, La Pampa y Corrientes). En consecuencia, el resultado no podría haber sido peor para Duhalde, ya que con esos valores desde el menemismo se sintieron con el suficiente aire como para continuar con el control partidario y con la pelea por una nueva candidatura presidencial de Menem para 1999, alegando ahora también que solo Menem era capaz de asegurar un triunfo partidario allí. Por lo que, finalmente, y con estos resultados, Duhalde no pudo evitar el mal trago y terminó por declararse al otro día de las elecciones como “el padre de la derrota” (La Nación 27/10/1997).
A partir de entonces, Duhalde se vería obligado una y otra vez a destinar gran parte de sus energías en detener los planes de Menem para que este no consolidara su liderazgo en el peronismo o habilitara su candidatura presidencial, así como también –y paralelamente– volver a reflotar su alicaído proyecto hacia 1999. La interna peronista –frente al contraste de la experiencia que arrojaba la Alianza de reglas claras, convivencia y prolijidad–, cargaba con muchas dificultades y trabas para pensar un horizonte de resolución cierto. Asimismo, la carrera por atender todos estos desafíos debía hacerse de manera necesariamente conjugada, atacando todos los frentes a la vez, puesto que ellos eran sumamente dependientes entre sí. Menem ya venía desplegando desde tiempo atrás sus estrategias; ganaron algunas de ellas más peso mientras que otras se hundieron de forma rápida. Por ejemplo, mientras que por un lado logró sumar a Ortega a su gabinete como Secretario de Desarrollo Social y le ofreció ser su compañero en una virtual fórmula para 199924, por otro, la ambición del Presidente por lograr una nueva reforma constitucional se terminó de desmoronar una vez que la Alianza se impuso en las urnas, ya que esta le quitó bancas al PJ en el Parlamento y resultaba ahora imposible siquiera soñar con alcanzar los números para tal empresa. Finalmente, y con estas perspectivas, solo la vía judicial quedó disponible como opción para habilitar una nueva reelección. Así, para atravesar este último camino, desde el menemismo comenzaron a hacer una larga serie de presentaciones en juzgados y provincias de todo el país con el fin de hallar algún juez que le diera respaldo legal a sus pretensiones, aunque aguardando como verdadera esperanza no tanto lo que pudiera pasar en fallos de primera instancia, sino en lo que la Corte Suprema pudiera resolver en algún momento. Tras obtener algunos avances y retrocesos –donde el grueso de sus presentaciones fueron rechazadas en los tribunales–25, logró también que alguna de ellas se filtrara y llegara hasta la Corte Suprema en junio de 1998. Sin embargo, el máximo tribunal eludió dar una sentencia final atrapado entre dos fuegos: rechazó el pedido menemista alegando una excusa técnico formal (faltó firmar un papel) y quedó –de ese modo– sin fijar una sentencia de fondo, lo que en los hechos no denegaba totalmente los deseos de Menem, pero tampoco los ratificaba como este había intuido que pasaría (Clarín 12/06/1998). Porque las presiones sobre ese fallo eran muchas, en las que desde el duhaldismo –y luego desde la Alianza– habían comenzado a hablar de un “golpe de estado jurídico”. Por eso mismo, la Corte no podría habilitar a Menem para un tercer periodo porque hacerlo hubiera desencadenado seguramente un peronismo dividido, y aun cuando esto no pasara, era muy difícil pensar que Menem podría igualmente derrotar a la Alianza, con lo que esta junto a Duhalde podrían tener motivos suficientes para impulsar juicios políticos y remover a los integrantes del máximo tribunal. Es decir, la supervivencia de quienes formaban parte de la Corte Suprema también estaba en juego, ya que la habilitación menemista solo podría lograrse si su jefe lograba expresar un alto consenso político y el respaldo suficiente para darle también un respaldo seguro a la Corte. Por su parte, un mes después de esta evasiva del Tribunal Superior, Duhalde se decidió a apurar los tiempos políticos al convocar a un plebiscito no vinculante en su provincia contra la reelección menemista (La Nación 10/07/1998) y en la cual todos los sondeos señalaban que el grueso de los votantes terminarían por poner fin a la cuestión rechazando la opción de que Menem pudiera presentarse. Del mismo modo, también separó a los legisladores bonaerenses del peronismo en el Congreso Nacional (el grupo más grande) para amenazar con una ruptura partidaria si el partido llegara a respaldar a Menem en sus ambiciones. La respuesta de Menem ante estos desafíos que lo acorralaron fue convocar a un Congreso partidario para demostrar que su poder interno dentro del PJ era grande y que no estaba solo sino que el grueso del partido lo apoyaba. Sin embargo, allí los planes tampoco resultaron: con la ausencia del numeroso contingente de delegados bonaerenses –controlados por Duhalde–, la flaca concurrencia de varias provincias (Entre Ríos, Neuquén, Mendoza y Santa Cruz) y el retiro a último momento de los concurrentes de Santa Fe –que respondían a Carlos Reutemann–, el plenario quedó deslegitimado y sin fuerza. Además, el plebiscito duhaldista en Buenos Aires era casi inminente y aseguraba una derrota que humillaría públicamente a Menem, cerrando toda especulación sobre su liderazgo. En definitiva, el presidente no tuvo más alternativa y anunció por medio de una carta abierta su decisión de “excluirme de cualquier curso de acción que conlleve la posibilidad de competir en 1999” (La Nación 22/07/1998), disfrazando su derrota política en una elección personal.
Ante el importante triunfo político que representó para Duhalde el fin de una virtual nueva candidatura de Menem, el plebiscito rápidamente fue desactivado y aquel comenzó su estrategia de diferenciación política con vistas a delinear un perfil programático para 1999. Duhalde ya había invertido demasiado energía y tiempo en acabar con los planes de Menem, como también debía garantizarse, aún con la derrota que le había causado al riojano, de que este no continuara con el control partidario, lanzara nuevos competidores alternativos (como Ortega, todavía en carrera a pesar del retiro de Menem) u otros candidatos del PJ que lo pudieran desafiar en pos de la candidatura partidaria (como la débil opción que comenzó a representar el gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá). Por ello, del mismo modo en que Menem había buscado convertir al peronismo en un clásico partido conservador y liberal de derecha, Duhalde, como ya mencionamos, pulseaba por llevarlo en otra dirección y rumbear más bien hacia un perfil neodesarrollista, que lindaba con el populismo tradicional, en el cual reclamaba más participación del Estado en la economía y que hubiera una mayor sensibilidad social. En este caso, si el menemismo había terminado por construir una coalición detrás de la convertibilidad en la que se alineaban el capital financiero, los bancos, las empresas privatizadas y los organismos de crédito multilaterales, Duhalde intentó conformar una articulación entre sindicatos, pequeños y medianos productores locales y el grupo de empresarios con intereses mercadointernistas y de perfil exportador, sin excluir tampoco a grandes grupos económicos locales. Así, primero señaló con contundencia que “el modelo está agotado” (Clarín 27/07/1998), sugiriendo que las perspectivas económicas abiertas por el ciclo de la convertibilidad y del tipo de cambio fijo estaban languideciendo, dado que una recesión estaba en curso, el desempleo era un problema muy grave y que la competitividad externa del país iba de mal en peor. Decía al respecto Duhalde: “El modelo está agotado porque cumplió los objetivos para los cuales fue creado, que fueron derrotar la inflación y asegurar la estabilidad […] mientras más tardemos en darnos cuenta que este modelo está irremediablemente agotado, más vamos a tardar en poner en marcha uno nuevo” (Clarín 03/08/1998). De allí que fuera instalando como principal lema de campaña electoral la consigna “Concertación ahora” y elaborara distintos tipos de propuestas para motorizar la economía luego del estancamiento recesivo en el que entró el país durante la segunda mitad de 1998. Las medidas que fue planteando, no sin ciertos zigzagueos y ambigüedades, eran de corte activo y keynesiano: suspender los despidos por un año como una forma de luchar contra la desocupación, realizar una moratoria de la deuda externa del país, crear un seguro universal de desempleo, bajar el IVA del 21% al 15%, aumentar el haber jubilatorio “como primera medida de gobierno” y aplicar alternativas económicas para favorecer a los sectores “productivos”, reforzando la idea del “compre argentino”. Por otra parte, también logró sumar al vicepresidente del país, Carlos Ruckauf –enfrentado con Menem–, para que lo acompañara en su proyecto, acordando con este para que fuera su candidato a gobernador en la provincia de Buenos Aires. Aunque, inexorablemente, para que su plan global y aliados se estructuraran detrás de sí en una coalición viable, le era indispensable contar con un fuerte respaldo dentro del PJ como hilo vertebrador de todas sus fuerzas.
Ahora bien, más allá de los avances que Duhalde pudiera realizar para terminar de delinear su proyecto político, era