Summa Cosmologiae - Breve tratado (político) de inmortalidad. Fabián Ludueña Romandini
Читать онлайн книгу.la forma más despiadada de nihilismo que haya asolado la faz de la Tierra en cualquiera de sus ciclos históricos precedentes. La axiomática cosmológica es, asimismo y en grado primario, una respuesta a este dominio omnicomprensivo.
§ II.
Un hito de insondable espesor histórico nos es relatado por el historiador bizantino Nicetas Choniates, invaluable testigo, cuando refiere que, durante el saqueo de Constantinopla en el mes de abril del año 1204, los cruzados latinos se encontraron con el cadáver del emperador Justiniano (tòn nekròn Ioustinianoû toû Basiléos) que había sobrevivido, incorrupto (aparalúmanton) por setecientos años fruto del aislamiento al que su tumba había sido escrupulosamente sometida (Nicetas Choniates, 1835: 855-856). Los cruzados forzaron y dilapidaron el sepulcro sin dubitación alguna. Justiniano había decretado el oprobioso cierre de la última escuela de la filosofía antigua y, al mismo tiempo, había preservado el corpus jurídico romano bajo ropajes cristianos. En este punto, la Cuarta Cruzada diezmó con perfidia el esplendor bizantino y selló la ruina de la más refinada supervivencia que el mundo antiguo había podido conocer bajo una forma cristiana. La auténtica semilla del Mundo Moderno había sido plantada entonces aún si los efectos tardarían todavía algunos siglos más en tornarse tan visibles como ineluctables.
Así, durante los tiempos tenebrosos de la guerra de Esmalcalda se forjó, en torno al emperador Carlos V, una de sus tantas leyendas. Ante la tumba de Lutero, cuando le pidieron que hiciese arrojar a la hoguera los restos de su enemigo, el monarca habría respondido: “yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos”. El tiempo presente, bajo la égida de los Póstumos, ha dejado atrás los últimos preceptos políticos de la Era Moderna; hoy en día, tiene lugar ante un mundo que no percibe la transformación ontológico-histórica en curso, una guerra feroz: los vivos han decidido combatir contra los muertos. Las imprevisibles consecuencias de tamaña conflagración decidirán sobre el carácter metafísico del eón que advendrá.
§ III.
La perentoriedad dialéctica de Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff le valió que, las más de las veces, los demi-habiles no tomaran sus juicios con la debida seriedad. Al despuntar el siglo XX, no le faltaba razón a Wilamowitz cuando estimaba que, gracias a sus exhortaciones críticas, Nietzsche había concluido por abandonar la filología académica en tanto ciencia (Wissenschaft). Con todo, la historia reservaría para Wilamowitz la amarga ironía de que, en tan sólo el transcurrir de algunas décadas, la Wissenschaft pasaría a ser considerada una desusada pieza de museo destinada a la demolición junto al entero edificio de las Humanidades que la filología había sabido fundar. Aun así, su ponderación oracular sobre Nietzsche conservó toda la justeza de su drama, pues el filólogo era de la creencia según la cual el filósofo se había convertido en el profeta de un religión irreligiosa (irreligiöse Religion) y de una filosofía no filosófica (unphilosophische Philosophie). Un desplazamiento conceptual más y quizá habría podido decir que, con la figura de Nietzsche, tanto la religión como la filosofía habían encontrado la amenaza de su ocaso definitivo. La lucidez de Wilamowitz no vacila en atribuir estos hechos epocales al daímon (Dämon) que presidía la vida de Nietzsche y, cabe entonces deducir, una crono-demonología secretamente conspiraba contra el Espíritu de la Historia feneciente. Es materia conocida, concluye Wilamowitz, que Nietzsche blasfemó contra Sócrates y el cristianismo. Sólo resta apreciar, pensaba entonces el filólogo, si el futuro (Zukunft) le dará la victoria (Sieg) que el filósofo había predicho para sí mismo (Wilamowitz-Moellendorf, 1928: 130). La batalla se libró y la Historia se estremeció cuando los daímones destronaron al Espíritu. Los Póstumos triunfaron y, en cierta forma, tanto Nietzsche como Wilamowitz vieron sus esperanzas frustradas. La hora parece estar madura para adentrarse en el inframundo que ha surgido en lugar del irremediablemente perdido ecosistema geodésico de Homo y trazar la geografía del Cosmos que se avizora en medio de la desolación.
Advertencia
§ IV.
Vivimos en una época en la que las temáticas filosóficas que este libro aborda suelen ser recibidas con tonos celebratorios. El hecho resulta comprensible si pensamos que el credo de los Póstumos se fundamenta, precisamente, en la loa del irrefrenable cuanto temerario eón que está naciendo, impertérrito. Con todo, la actitud de quienes temen el nuevo advenimiento en curso reduce la problemática filosófica a modos circunstanciales de dominación o ejercicio del así llamado poder. Ninguna de las dos perspectivas es la que adoptaremos en este estudio filosófico. Nuestro propósito consiste en el examen de la nueva episteme en curso a escala planetaria y, si fuera posible, la propuesta de una forma de post-metafísica. El escrutinio imparcial de los hechos no quita, ciertamente, la posibilidad de valorarlos, como el lector atento podrá descubrir. Conviene, en este punto, recordar las palabras de un historiador del Barroco quien sostenía que la misión, y por ende la libertad del historiador, consiste en “referir fielmente tanto el mal como el bien, las virtudes y los vicios, si quiere como es necesario satisfacer el deber de escritor honorable (debito d’onorato scrittore) y cumplir en todas sus partes aquella regla de Tulio: ne quid veri non audeat” (Mascardi, Dell’arte historica, II, 6; 1859: 127). Nuestra tarea no es la del historiador sino la del filósofo, pero la ética es la misma. Ante los tonos de encantamiento bienhechor que los Póstumos proceden a difuminar en la atmósfera del tiempo post-humano, resulta oportuno señalar los males que también se avecinan en el torrente del orden biotécnico pues, como señala la fuente de Mascardi, el filósofo Marco Tulio Cicerón, en lo que a estas materias atañe, es grave decir algo falso pero más deplorable aun es no decir algo verdadero (Cicerón, De Oratore, II, 15).
1. El nihilismo como destino mundial póstumo
§ V.
La Gran Duda no es, como suele pregonarse, un residuo de la geología conceptual de la secularización moderna sino, al contrario, un signo que remite a un archi-evento de Homo, vale decir, a la confrontación antropotecnológica con el lenguaje ante la insinuación del advenimiento del Outside. El nihil es co-originario del acontecer de lo Invisible: su doble metafísico. Cuando Homo, con vacilación, quisso entrever lo no visible, el nihil entró como escisión complementaria desde el comienzo. El decurso de los milenios del habitar humano sobre la Tierra no ha hecho sino aumentar, progresivamente, la potencia y los múltiples rostros del nihil. Con el final de la era de Homo, los Póstumos se sacrifican ante el altar vacío del nihil que amenaza, precisamente, con absorber la existencia misma del Ser. De esta forma, la Extinción es la contrafigura de la presencia de lo Invisible que, en el eón presente, reclama la conquista de la existencia.
De la antigua prosapia de la Gran Duda los testimonios son elocuentes. Baste considerar la civilización hierática por excelencia que ha hecho de la inmortalidad y de los dioses la quintaesencia del Nudo del Mundo: la rama egipcia de las figuras históricas de Homo. Llevemos nuestra atención sobre un texto extraño, perturbador y osado para su propio tiempo del cual existen dos versiones. Por un lado, una incompleta, inscripta en una tumba de Paatenemheb en Saqqara y que ahora se encuentra en el Museo de Antigüedades de Leiden. Su datación remonta al reino de Amenhotep IV, más tarde conocido como Akhenatón (1353-1336 a.C.). Se la presume, con toda verosimilitud, la canción de un arpista ciego egipcio, probablemente tañida durante un banquete funerario.
Por otro lado, una versión completa resulta de una copia preservada en el papiro Harris 500 (datable hacia el 1292-1075 a.C.) resguardado en el Museo Británico. Los especialistas han concluido que la lengua corresponde al egipcio clásico medio y que la explícita atribución, dada por la canción, a la tumba del rey Intef permite, con toda justicia, situar su