Los frutos del árbol de la vida. Manuel Arduino Pavón

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Los frutos del árbol de la vida - Manuel Arduino Pavón


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original, hasta su completa remisión, como puras potencias temporales. Conoce y se une a la luz invisible, la luz de la plenitud, que no se ejercita en la ostentación de la virtud sino en la práctica silenciosa de la ciencia de la justa oportunidad.

      Un hombre que consideraba a todos sus vecinos como enemigos fue llevado ante el juez de la aldea, que quería propiciar la reconciliación.

      - ¿Por qué le retiraste tu saludo a tus vecinos? -preguntó el magistrado.

      - Porque viven demasiado cerca de mí.

      - ¿Y por qué le retiraste tu saludo a tus familiares?

      - Porque se separaron de mí.

      - ¿Y por qué me retiraste el saludo a mí?

      El misántropo calló por un instante. Después habló:

      - Ambos hacemos cosas parecidas, juzgamos. Creo que no lo saludo porque temo que usted termine por parecerse demasiado a mí. Temo que nos eclipsemos. Temo que tarde o temprano me elijan para juez. Temo que entonces yo no sea justo.

      Asombrado por estas palabras, el magistrado alabó las ideas del misántropo, diciendo:

      - Aún hay una esperanza de que te corrijas, por lo que veo.

      - Ya me he juzgado -dijo parcamente el vecino que odiaba a todos.

      - ¿Y cuál fue la sentencia?

      - Que es mejor que convivamos dos jueces en la aldea. Pero que uno sólo de ellos juzgue a todos y por todo.

      - ¿Ese soy yo?

      - No, es necesario que ese que juzgue a todos sea yo. De otro modo usted perdería su autoridad y yo perdería mi seguridad.

      XVI

      Si un hombre no define su sombra, ¿cómo se puede tomar en serio?

      - Celebro esta audiencia: usted me ha permitido conocer los riesgos de una profesión en la que lo que cuenta es la conciencia. Son misteriosos los caminos de Dios: usted se ha presentado en mi camino como la sombra que arrastran mis pies, y me ha permitido comprender que el camino incluye a mi sombra. Es decir, usted me ha hecho ver un poco más allá de las luces de los tribunales, donde las sombras son adornos especialmente situados par darle relieve al aparato de la ley. Hasta esta mañana usted era como un adorno al que se evita conscientemente por suponerlo inherente al paisaje interior. Usted me ha hecho pensar que también es posible remover los adornos de los tribunales, las sombras de la mente, al tomar una decisión sobre su caso. Amigo mío, al establecer una sentencia me la impongo a mí mismo. Más que una sentencia es un imperativo de la vida. Como se trata de una última formalidad permítame que eleve mi voz, la voz de nuestra sombra común, y que le prescriba el vivir el resto de sus días con la conciencia de su aislamiento y arrogancia, que son las mías, previniéndolo de que ello nos volverá enormemente vulnerables, aunque lo disimulemos. No lo puedo obligar a que abrace y bese a sus familiares, a los vecinos y a este juez. La vida le dictó la sentencia: usted se condenó a sospechar de todos, ahora usted empezará a desconfiar de usted mismo. Si en algo lo tranquiliza, permítame confesarle que a causa de esta audiencia, el juez ha comenzado a desconfiar de su personal equidad y a ser más humano y vulnerable a los dictados de la justicia, a la que la gente llama sabiamente conciencia.

      XVII

      El agua es dulce. La mosca es pura. La llaga es sana. El verdadero conocimiento se parece a la ignorancia.

      Un hombre voceaba en la feria:

      - ¡Escuche la palabra que cambiará su vida! ¡Conozco todas las palabras que tienen poder sobre su vida! ¡Y sólo a cambio de una moneda!

      Nadie se detenía ante esta oferta escandalosa. Pero una dama refinada, y por lo tanto curiosa, quiso poner a prueba al pretendido sabio.

      - Escuche con atención -dijo el hombre y acercó su boca al oído de la dama.

      La mujer escuchó una palabra en un idioma desconocido y no la entendió.

      - ¿Qué dijo usted? -preguntó confundida.

      El vendedor de palabras volvió a acercar su boca al oído de la dama.

      La mujer oyó sorprendida una palabra en un idioma desconocido, que le pareció diferente a la primera y se lo hizo ver al vendedor.

      Este explicó sin vacilar:

      - Usted ya comenzó a entender.

      - ¿A entender? -replicó perpleja la dama-. ¡Apenas si podría repetir esa palabra estrafalaria! ¿Cómo pretende usted que ya comencé a entender?

      - Su reacción indica, indudablemente, que está avanzando.

      La mujer reflexionó por unos instantes. Después dijo:

      - ¡Creo que tiene razón: comencé a comprender que es usted un impostor!

      El vendedor de palabras sonrió y dijo muy seguro de sí mismo:

      - Usted está en medio de la marcha. Se encuentra andando por un camino que no parte de punto alguno y que no se dirige a punto alguno. Es natural que en su situación no entienda que está conociendo cosas graves y solemnes sobre su vida.

      Picada por las palabras del hombre, la dama quiso saber a qué se refería con cosas graves y solemnes de su vida. El hombre respondió:

      - Si usted está dispuesta a conocer la verdad debe escuchar aún otra palabra, eso sí, a cambio de una moneda.

      La mujer, algo molesta, accedió a escuchar una vez más.

      Esta vez el vendedor de palabras no se le aproximó. A todo pulmón gritó:

      - ¡Ámenme!

      La dama refinada y curiosa se ruborizó. Pagó una moneda apresuradamente y se marchó.

      El vendedor de palabras recogió la moneda y antes de vocear su mercancía otra vez, recordó lo que su maestro en el arte le había enseñado:

      "La verdad es un secreto a voces. Las palabras hacen que sea un secreto."

      XVIII

      Para quienes creen que la vida es una lucha, el deber es derribar las murallas. Para quienes creen que la vida es un juego, el deber es distribuir las pérdidas y las ganancias. Para quienes creen que la vida es un drama, el deber es desentrañar el rol del alma. Para quienes creen que la vida es un sueño, el deber es despertar y abrir los ojos al supersticioso. Para quienes creen que la vida no comporta un credo, la vida es el deber y el universo el único cuerpo.

      Para quien esto escribe poco más se puede decir del deber y esta parece ser la conducta que sigue la Vida. Cuando se trasciende el deber se alcanza el poder. Y esta es la callada y expresiva enseñanza de la Vida. Pero quien esto escribe quiso insinuar que se libera un poder con el cumplimiento del deber. En este sentido, el deber no representa heroicidad alguna, no viene del ejercicio de la fuerza ni de alguna forma de calculada destreza. El cumplimiento del deber, hasta donde podamos conocer nuestra singularidad, es un acto de sencilla alegría. De lo contrario se deja de cumplir con la Vida.

      XIX

      El pensamiento se parece al vuelo de un pájaro. Vigilar el pensamiento equivale a perseguir el pájaro. Neutralizar el pensamiento equivale a unificar el pájaro con el espacio y percibir el vuelo. Este es el objeto en sí de la mente.

      XX

      Quien se guía por el corazón ofrece caridades con las dos manos. Quien se guía por la razón ofrece caridades con una mano y recoge caridades con la otra. Quien se guía por la sinrazón emplea dos manos en recoger caridades y con la tercera las ofrece.

      - Señor, sin embargo tú me has enseñado que existe una tercera mano. Supongo que se trata de algo simbólico. ¿A qué te refieres, en realidad?

      - Me refiero a la mano que nadie sabe que posee y sin la cual nadie puede tomar de la fuente espiritual de la abundancia, su parte.

      - ¿Es una propiedad de la mente esa tercera mano?

      -


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