El desafío crucial. José Antonio Bustamante

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El desafío crucial - José Antonio Bustamante


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      “A las generaciones exitosas del futuro...”

      Introducción

      Debemos tomar al cambio de la mano, o podemos estar seguros de que el cambio nos tomará de la garganta.

      Winston Churchill

      Historia de fuego y arena

      El dominio del uso del fuego por el hombre, hace ya alrededor de un millón de años, constituyó, tal vez, uno de los primeros ejemplos de cómo las ideas, descubrimientos e invenciones que se convierten en conocimiento son una fuente de alto valor. Al observar el poder destructivo que tenían las gigantescas llamaradas emergentes desde los volcanes o de grandes incendios provocados por los rayos, que iluminaban los cielos y encendían praderas, el hombre de la época comenzó a entender que era “estratégico” controlar este elemento. Fue el inicio de la “guerra del fuego”, ya que tribus rivales serían capaces de arriesgarlo todo por tener la fórmula para producir y aplicar este recurso en sus rutinas de sobrevivencia. El primer logro lo consiguieron aquellos integrantes de una tribu que fueron capaces de mantener la llama encendida en un depósito o vasija, pues les permitía trasladar el fuego desde las zonas de origen hasta las cuevas o refugios y replicarlo varias veces antes que se les apagara o extinguiera, por falta de elementos combustibles, para protegerse del frío, de los animales, de enemigos, fundir metales y fabricar herramientas; además de hacer algo especialmente importante: cocinar alimentos. El impacto de esta última aplicación del fuego tendría grandes consecuencias en el ahorro de energía usada para el procesamiento de los nutrientes a nivel del metabolismo, además de acelerar la disponibilidad de dicha energía para otros fines productivos o de defensa. Esta ganancia que surge a partir de un conocimiento, que hoy nos puede parecer muy rudimentario, grafica el valor que adquiere este factor como “ventaja competitiva” en tiempos remotos y que origina una espiral de consecuencias impulsoras del progreso y desencadenantes de nuevo conocimiento. Lo anterior sucede porque se pone en marcha de manera “natural” el proceso evolutivo por querer mejorar lo que ya existe.

      Si bien era altamente beneficiosa para las tribus que lograron controlar el fuego en vasijas o canastos, esta técnica tenía grandes limitaciones para su conservación: se apagaba fácilmente con el viento y debían acudir nuevamente a las fuentes originales: volcanes, incendios espontáneos que podían quedar muy lejos de su refugio, por lo que otros grandes peligros, animales y enemigos, los hacían altamente vulnerables durante la travesía, sin considerar que su ventaja de poseer el conocimiento ya pudo haber sido alcanzada por alguien más, perdiéndose el “monopolio temporal” que otorgaba el ser los únicos que lo dominaban. El siguiente paso surge ya no de controlar el fuego, sino de ser capaz de generarlo cuando se requiriera, lo que se logró inicialmente, como es ampliamente sabido, por la generación de calor al frotar piedras o metales hasta alcanzar una temperatura que enciende arbustos, ramas o pasto seco. El salto cualitativo en el control del fuego que esta técnica permite, al fabricarlo “de la nada”, es posible que haya provocado asombro e incredulidad entre nuestro antepasados que observaban el proceso por primera vez y de paso facilitó la fama a aquellos integrantes del clan que tenían el conocimiento para hacerlo. Probablemente la popularidad de estos miembros del clan les dio acceso a privilegios, les otorgó posiciones de poder y aumentó su atractivo reproductivo.

      Otro acontecimiento muy relevante para dimensionar lo que significa el poder del conocimiento y cómo éste va creciendo y diversificándose a partir de descubrimientos, a veces casuales, es lo que ocurrió hace 26 millones de años. Algo pasó sobre las arenas del desierto del Líbano. No se sabe qué fue exactamente lo que ocurrió, pero sí se sabe que hubo mucho calor, al menos 1 000 grados de temperatura. Como el agua, el dióxido de silicio, es decir la arena, forma cristales en estado sólido y cuando sube la temperatura cambia a un estado líquido, pero la arena necesita para ello mucho más calor que el agua, sobre 500 grados y, a diferencia de ésta, si se vuelve a enfriar no puede volver a reordenarse en forma de cristales. La nueva forma que permanece es algo intermedio entre sólido y líquido, una sustancia que el ser humano ha observado desde los inicios de la civilización: el vidrio. Así se inició el largo y variado uso de este material, probablemente a partir de alguien que caminó sobre esos terrenos y pudo observar las especiales propiedades de los objetos que tenía frente a sus ojos. El vidrio hizo la transición desde ornamentos a alta tecnología durante el apogeo del Imperio Romano, cuando artesanos fueron encontrando la forma de hacerlo cada vez más transparente y se fabricaron las primeras ventanas, hasta lograr lo que son hoy en los grandes rascacielos completamente vidriados.

      A través de los ejemplos del dominio del fuego o el uso del vidrio, ocurridos en los albores de la civilización, hemos ido mostrando la espiral de conocimiento que se forma como una fuerza incontrarrestable a través de los siglos y épocas marcadas por puntos de inflexión significativos, como el Renacimiento y en especial la segunda mitad del siglo XX, testigo de avances teóricos científicos y tecnológicos muy decidores para lo que está ocurriendo hoy en día. El matemático Claude Shannon en 1948, con la publicación de su Teoría de la información, define las bases de toda la compu­tación moderna a partir de sólo tres operaciones fundamentales que permiten la programación digital. En 1953 James Watson y Francis Crick logran descifrar el código genético, presente en todos los seres vivos, basado en sólo cuatro pares de aminoácidos que constituyen los pilares de un lenguaje de programación biológica. Hoy en día estamos observando la convergencia de ambos tipos programación, esencialmente manifestados en lo que se denomina inteligencia artificial, no siendo raro escuchar hablar de algoritmos evolutivos y computación genética. Se agrega a lo anterior la masificación de internet y todo lo que ello implica en el ámbito de la información, las redes sociales, el aprendizaje y el comercio, además del alto desarrollo y también masificación de la tecnología móvil en teléfonos celulares inteligentes, tablets, computadoras personales y la aplicación de estas tecnologías en artefactos domésticos a través de la denominada “internet de las cosas”. Como si fuera poco, en paralelo ocurre la automatización digital y robotización de plantas industriales, vehículos, máquinas, camiones y una gran variedad de equipos de uso productivo o recreativo como los lentes de realidad virtual, impresoras 3D y mucho más. Ya es posible leer artículos o libros donde se menciona que las emociones serían “algoritmos bioquímicos” o donde se pregunta sobre cuáles serían las etapas para “crear una mente”.

      El avance tecnológico descrito anteriormente contribuye a entender por qué hoy se dice con frecuencia que vivimos en la “era del conocimiento”, sin embargo ya vimos cómo


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