El desafío crucial. José Antonio Bustamante

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El desafío crucial - José Antonio Bustamante


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de los más importantes gurús de la administración de la última década del siglo pasado, ya avizoraban este panorama. Peter Drucker, autor de numerosos libros de administración considerados clásicos, fue uno de los primeros expertos en hablar de este hecho singular. Para este profesor de la Universidad de Harvard, la sociedad actual se distingue de las anteriores porque en ella el conocimiento desempeña un papel esencial. No sólo es otro recurso además de los tradicionales factores de producción (tierra, trabajo y capital), sino el único que se ha vuelto “el” recurso en vez de ser sólo “un” recurso y que hace que la nueva sociedad sea única en su clase. Alvin Toffler, otro famoso autor, especialista en temas del futuro, coincide con Drucker al afirmar que el conocimiento es el recurso de más alta calidad. Su opinión es que este factor dejó de ser un elemento más del poder, como el dinero, la fuerza muscular que caracterizaron épocas anteriores, para convertirse en su esencia y sustituto de los otros recursos. Así las capacidades de una empresa moderna se basarán más en sus capacidades intelectuales y de servicio, que en sus activos, como tierra, plantas y equipos. El valor de la mayoría de los productos y de los servicios depende ahora de la forma en la que se desarrollan los elementos intangibles, como el know-how tecnológico, el diseño, el marketing, el nivel de comprensión de las necesidades del cliente, la creatividad personal y la innovación. Los autores citados también coinciden en que el futuro pertenecerá a las personas que posean este conocimiento, que han conseguido poniendo en juego un conjunto nuevo de habilidades no sólo técnicas, sino de pensamiento, de aprendizaje y una forma diferente de hacer las cosas.

      El gran avance del poder del conocimiento comienza en la mitad del siglo XVIII, momento en que se marca la transición desde el uso de la energía muscular a la mecánica, para llegar a lo que estamos conociendo hoy, en que el protagonismo lo tendrá el poder cognitivo artificial que aumenta la producción humana en una manera muy diferente. La Primera Revolución Industrial fue desencadenada por la construcción del ferrocarril y la invención del motor de vapor, luego la segunda fue posible por la producción en masa, fuertemente impulsada por el uso de la electricidad y la cadena de montaje. La Tercera Revolución Industrial se inició en la década de 1960 y dio comienzo al uso creciente de la computación hasta alcanzar el gran desarrollo de las computadoras personales e internet y la creación de inteligencia artificial para reemplazar al hombre en tareas que hasta hace poco era imposible de pensar que podían ser asumidas por otros entes que no fueran con las competencias, talentos o sensibilidad exclusivas de “seres racionales”, marcando el inicio de la Cuarta Revolución Industrial, de acuerdo con el nombre acuñado por Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial del año 2015. Allí se definió que esta nueva era industrial implica la “fusión de tecnologías que está desdibujando las líneas entre las esferas físicas, digitales y biológicas”, y predijo que esta revolución haría desaparecer 7.1 millones de puestos de trabajo y creará dos millones de trabajos en los próximos cinco años. Mediante la creación de “fábricas inteligentes”, la cuarta revolución industrial genera un mundo en el que sistemas de fabricación virtuales y físicos cooperan entre sí de una manera flexible en todo el planeta. Esto permite la absoluta personalización de los productos y la creación de nuevos modelos de operación. Al mismo tiempo, se producen oleadas de más avances en ámbitos que van desde la secuenciación genética hasta la nanotecnología, y de las energías renovables a la computación cuántica.

      En un escenario como el descrito, va a existir, alternativamente a la desaparición de empleos, un aumento de la demanda de recursos humanos con competencias que son irremplazables por las tecnologías automáticas, tales como la creatividad, la sensibilidad frente a hechos o situaciones de interpretación compleja, habilidades sociales y emocionales de interacción, además de la capacidad de actuar con flexibilidad frente a cambios rápidos. No obstante lo anterior, lo que parece predominar es miedo por lo que pueda ocurrir, ya que en el mismo año 2015 en que se hicieron los anuncios del Foro Económico Internacional, la Universidad Chapman de Orange, California, publicó los resultados de una encuesta que clasifica los peores temores de los ciudadanos estadounidenses. Los desastres provocados por el hombre, tales como el terrorismo y los ataques nucleares estuvieron en el tope de la lista de los horrores más populares. Pero cerca en el segundo lugar, aún más terrorífico que el crimen, terremotos y hablar en público, fue el temor a la tecnología. De hecho, la tecnología parece asustar a muchos de nosotros más que lo absolutamente desconocido. Según las respuestas dadas, el estudio concluye que “los americanos le temen más al remplazo de la gente en el trabajo que al miedo a la muerte”. Lo dicho anteriormente podría explicarse por el hecho contradictorio de que crecerán los puestos de trabajo cognitivos y creativos de altos ingresos y las ocupaciones manuales de bajos ingresos, pero disminuirán con fuerza los empleos rutinarios y repetitivos de ingresos medios. En el futuro previsible, los trabajos de bajo riesgo en términos de automatización serán aquellos que requieran de capacidades sociales y creativas; en particular, la toma de decisiones bajo situaciones de incertidumbre y el desarrollo de ideas novedosas, según el estudio conducido por Carl Benedikt Frey y Michael Osborne de Oxford Martin. La cruda realidad es que, en la nueva economía, la gran mayoría de la gente hará todo lo que se espera que haga, estudiar una carrera universitaria, especializarse, hablar distintos idiomas, para buscar un trabajo estable y, sin embargo, no le será fácil.

      Para dimensionar el cuadro que se está formando a partir de esta tendencia a la rápida automatización de capacidades, no sólo productivas tradicionales, sino cognitivas, debemos recordar el extraordinario avance tecnológico en robótica y su impacto en el trabajo, que se remonta a noviembre de 2006, cuando Nintendo introdujo la consola para videojuegos Wii. Como especialmente los jóvenes de la época recordarán, éste era un dispositivo compacto y ligero con una tecnología de visión muy compleja. Los investigadores del área de la robótica supieron apreciar de inmediato el enorme potencial de esta tecnología que permitía “ver” y que hace imposible no relacionarlo con el surgimiento de la visión en la evolución, cuando hace 600 millones de años los primeros animales marinos que tuvieron ojos provocaron lo que se conoce como la Explosión Cámbrica, pues las ventajas que esta nueva capacidad les otorgaba para encontrar alimentos, defenderse y adaptarse a su entorno, hizo crecer en cantidad y diversidad las especies que poblaron los océanos. El camino seguido por los robots que pueden ver, está comenzando a ser la clave para que asuman muchas tareas nuevas que antes les eran imposibles, en contraste con los robots industriales de la generación anterior, que además exigían una programación compleja y costosa, por lo que estamos asistiendo al inicio de una oleada expansiva de innovación que producirá robots destinados a realizar casi cualquier tarea comercial e industrial. Martin Ford, autor de un inquietante libro, El ascenso de los robots, que a primera vista, por el nombre, parece un texto de ciencia ficción, indica que en Estados Unidos y en otras economías desarrolladas, el principal problema se dará en el sector de servicios, que es donde están empleados la gran mayoría de los trabajadores. En la misma línea indica, por ejemplo, que Momentum Machines, Inc., una empresa de San Francisco, California, se ha propuesto automatizar por completo la producción de hamburguesas, con iniciativas que ya estaría estudiando Mc Donald’s para reducir drásticamente el personal en sus locales.

      La sociedad transformada

      En el pasado, la educación ha sido el antídoto más seguro contra el desplazamiento que produce la automatización. Un tejedor artesanal desempleado podía aprender a manejar maquinaria. Un maquinista desplazado podría aprender ingeniería o administración. Este camino ascendente siempre estuvo disponible porque incluso cuando los trabajos de baja calificación desaparecían, las economías se volvían más complejas, al igual que el trabajo que las impulsaba. Las habilidades cada vez más sofisticadas generaban ingresos significativamente mejores. Esta dinámica aún se da en la era de las máquinas inteligentes. La diferencia es que con el crecimiento explosivo de la tecnología, la divergencia educativa entre lo que se enseña y lo que se necesita se está haciendo cada vez más pronunciada. Hace una generación, una persona podía pasar cuatro o cinco años estudiando para sacar un título profesional y esperar con confianza la obtención de un empleo estable. Éste ya no parece ser el caso. Las presiones de la automatización y la globalización, además de las crecientes complejidades del trabajo disponible, pueden llevar a problemas de empleabilidad y un estancamiento


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