Así mueren los santos. Antonio María Sicari

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Así mueren los santos - Antonio María Sicari


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SANTA VICENTA GEROSA (1784-1847)

       BEATA ENRICHETTA ALFIERI (1891-1951)

       SANTA MADRE TERESA DE CALCUTA (1910-1997)

       SIERVA DE DIOS ANNALENA TONELLI (1943-2003)

       V. MORIR DE CARIDAD PATERNAL

       SAN JERÓNIMO EMILIANO (1481-1537)

       SAN JUAN DE DIOS (1495-1550)

       SAN CAMILO DE LELIS (1550-1614)

       SAN MARTÍN DE PORRES (1579-1639)

       SAN PEDRO CLAVER (1580-1654)

       SAN VICENTE DE PAÚL (1581-1660)

       SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO (1786-1842)

       SAN LUIS ORIONE (1872-1940)

       SAN DAMIÁN DE VEUSTER (1840-1889)

       SAN ALBERTO CHMIELOWSKI (1845-1916)

       VI. MORIR DE TRABAJOS APOSTÓLICOS

       SAN HILARIO DE POITIERS (c. 315-368)

       SAN MARTÍN DE TOURS (316-397)

       SAN AMBROSIO (c. 340-397)

       SAN JERÓNIMO (347-420)

       SAN AGUSTÍN DE HIPONA (354-430)

       SAN BENITO DE NURSIA (480-547)

       SAN ANSELMO DE AOSTA (1033-1109)

       SAN BERNARDO DE CLARAVAL (1090-1153)

       SANTO DOMINGO DE GUZMÁN (1170-1221)

       SAN ALBERTO MAGNO (1193-1280)

       SANTO TOMÁS DE AQUINO (1225-1274)

       SAN IGNACIO DE LOYOLA (1491-1556)

       SAN FRANCISCO JAVIER (1506-1552)

       SAN FELIPE NERI (1515-1595)

       SAN CARLOS BORROMEO (1538-1584)

       SAN FRANCISCO DE SALES (1567-1622)

       SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO (1696-1787)

       SANTO CURA DE ARS (1786-1859)

       SAN JUAN BOSCO (1815-1888)

       SAN DANIEL COMBONI (1831-1881)

       SAN LEOPOLDO MANDIC (1886-1942)

       SAN JUAN XXIII (1881-1963)

       BEATO CHARLES DE FOUCAULD (1858-1916)

       SAN PÍO DE PIETRELCINA (1887—1968)

       SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ (1902-1975)

       VII. MORIR INOCENTE

       SANTA ROSA DE VITERBO (1233-1251)

       SANTA KATERI TEKAKWITHA (1656-1680)

       SANTO DOMINGO SAVIO (1842-1857)

       SANTA MARÍA GORETTI (1890-1902)

       BEATA LAURA VICUÑA (1891-1904)

       BEATO FRANCISCO MARTO (1908-1919)

       BEATA JACINTA MARTO (1910-1920)

       VENERABLE ANTONIETA MEO (1930-1937)

       VENERABLE MARI CARMEN GONZÁLEZ-VALERIO (1930-1939)

       BEATA CHIARA LUCE BADANO (1971-1990)

       VIII. MORIR SANTOS

       BEATA ELISABETTA CANORI MORA (1774-1825)

       VENERABLE MARGHERITA OCCHIENA (1788-1856)

       BEATO FEDERICO OZANAM (1813-1853)

       SANTA CELIA GUÉRIN (1831-1877) y SAN LUIS MARTIN (1823-1894)

       BEATO GIUSEPPE TOVINI (1841-1897)

       SAN GIUSEPPE MOSCATI (1880-1927)

       SIERVA DE DIOS MADELEINE DELBRÊL (1904-1964)

       SIERVO DE DIOS GIORGIO LA PIRA (1904-1977)

       SANTA GIANNA BERETTA MOLLA (1922-1962)

       SIERVO DE DIOS JÉRÔME LEJEUNE (1926-1994)

       SIERVO DE DIOS JACQUES FESCH (1930-1957)

       CONCLUSIÓN MARIANA

       ÍNDICE ALFABÉTICO

       AUTOR

      INTRODUCCIÓN

      MUERTE, AMOR, SANTIDAD

      DOS SON LAS EXPERIENCIAS FUNDAMENTALES de nuestra humana existencia: el amor y el dolor. Con la palabra amor resumimos todo el bien que recibimos y damos en el curso de la vida. Con la palabra dolor evocamos aquí todo el mal sufrido en el cuerpo y en el alma, y que parece renovarse cuando el cortejo de las enfermedades y de las penas nos hace presagiar la muerte cercana: la disolución de nuestro «yo». Y entre amor y dolor nos espera siempre una inevitable cita.

      EL DOLOR PREGUNTA Y EL AMOR PROMETE

      El dolor obliga al hombre a plantearse esta pregunta radical: «¿Quién soy yo?», que nos acompaña siempre en la vida —junto a otros interrogantes sobre por qué existimos y sobre el objeto de nuestro vivir—, pero que se convierte en urgente y lacerante cuando no tenemos ya dónde agarrarnos.

      Cierto, las experiencias obtenidas en el curso de los años pueden habernos regalado también muchas reflexiones, muchas convicciones y muchas «certezas de fe», pero todas —al ser regaladas y recibidas por nosotros— nos han llegado por medio de personas portadoras de la respuesta primera y última: «¡Tú eres el ser que yo amo!». Normalmente, tal respuesta corresponde en primer lugar a los que nos han dado la vida y nos han cuidado (padres, familiares) y luego a los que nos han dado su amable compañía (cónyuge, hijos, amigos).

      Evidentemente, la madre y el cónyuge son las dos únicas personas que han podido respondernos incluso con su carne.

      Con el paso de los años, el diálogo sustancial —¿Quién soy yo? ¡Eres el ser que yo amo!— basta para aplacarnos y asegurarnos cuando vacilamos —siempre que tengamos la gracia y la felicidad de poderlo disfrutar—, aunque ese diálogo sea tácito.

      Cuando la respuesta es verdadera, nos llena de consuelo: quien se sabe amado intuye enseguida muchas otras promesas, pero espera que el tiempo las manifieste y las realice. Pero cuando llega el tiempo del sufrimiento extremo y el yo vislumbra la amenaza decisiva de la muerte, entonces la pregunta de siempre —¿Quién soy yo?— se dilata y exige una respuesta también decisiva. Se siente la urgencia de explicitar la promesa contenida en toda fórmula amorosa.

      Aquí está: «Quien ama, dice: ¡Tú no morirás nunca!». Esta es la expresión que Gabriel Marcel pone en boca de Arnaud Chartrain, protagonista de su drama titulado La soif [La sed]. En otra de sus obras sobre el Misterio del ser, la explica así: «¿Cuál puede ser el significado exacto de esa afirmación? No se reduce seguramente a un augurio y ni siquiera a un deseo, sino


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