Historia de España contada a las niñas. María Bastarós Hernández
Читать онлайн книгу.el horizonte de la sala, sosegado y silencioso. Nada de pancartas, nada de puños en alto. No ha pasado todavía —y no puede asegurar que vaya a suceder—, pero cada nuevo evento abre un enorme y aterrador abanico de posibilidades. Los temas del ensayo, someramente esbozados, son:
• El sexo como último bastión del capitalismo hiperconsumista.
• Las aplicaciones móviles destinadas a la consecución del denominado «fast sex» como la apología máxima del usar y tirar, con sus implicaciones antiecologistas, antirrevolucionarias y, desde luego, antifeministas.
• El sexo como la obsesión más alienante de la contemporaneidad.
• El orgasmo como «opio del pueblo».
• El poliamor, el amor libre y las nuevas formas de relación como el disfraz progresista bajo el que se ocultan intereses meramente individualistas fácilmente relacionables con el capitalismo y el patriarcado. Y con la publicidad intrusiva. Y con las niñas explotadas en fábricas deslocalizadas en la India. Y con la deforestación. Y con Ronald McDonald.
Mientras habla, la Conferenciante pasa revista a un público cada vez más receptivo. La mayoría son mujeres de entre veinte y cuarenta años. Como excepción, algún varón desperdigado genera un pico en las líneas de cabezas más o menos homogéneas que emergen de los asientos.
En la última fila, discretamente situado en semipenumbra y aislado del resto de asistentes, un tipo con perilla, melena lacia y coleta baja se masturba en silencio. Mientras observa con ojos cánidos a la Conferenciante, fantasea con «la bolchevique». No se trata del alias de un viejo amor de su juventud revolucionaria, sino de una postura sexual ideada junto con sus compañeros de las Juventudes Comunistas durante una asamblea abierta a la que no acudió nadie. La postura, que fue denominada así en detrimento de «la internacional» por votación a mano alzada, es una virguería sexual algo enrevesada durante cuyo ejercicio la mujer, montada a horcajadas sobre el hombre, arquearía la espalda hacia atrás y flexionaría las rodillas usando como apoyo los talones —cerca ya del pino puente—, de forma que la confluencia de las siluetas de los amantes reprodujera la forma de la hoz y el martillo.
La Conferenciante mira al tipo y lo reconoce. Se trata de un cabecilla político, aún emergente, al que se augura un gran futuro dentro de esa «nueva izquierda» que la reverencia. Acude a casi todas sus conferencias, incluso a algunas fuera del país, y repite siempre el mismo numerito. La Conferenciante siente cómo sus pulsaciones se aceleran y se le humedecen las bragas, y concluye los ruegos y preguntas de los Insoportables de forma algo brusca.
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Valeria y Miranda ven por primera vez un hombre desnudo el 23 de junio de 1988. Es una noche clara y sin estrellas, en un cobertizo oscuro y con termitas. El hombre se presenta como un montañero experimentado. Viene de la sierra de Cebollera, a poco más de una hora en coche de Beratón tomando la carretera n-111. Tiene los ojos pardos, la nariz aguileña como un anzuelo de pesca y un pene blancuzco y flácido, que resplandece en la semioscuridad del cobertizo como un diminuto pez en el fondo abisal.
La visión de aquel miembro de aspecto grotesco es un acontecimiento nuevo para Valeria y Miranda. Pertenecen a una de las primeras generaciones del Beratón libre de hombres y, aunque puntualmente han conocido a otros excursionistas, el intercambio de información nunca se ha tornado tan explícito. El hombre del pito blandurrio les ofrece vino y cigarrillos, placeres que Valeria y Miranda han probado antes y que no desatan en ellas el entusiasmo previsto. En cambio, la fascinación de ambas se divide entre el pene cada vez más erecto del visitante y la caja de galletas Napolitanas que asoma de su mochila.
Cuando las mujeres de Beratón notan su ausencia, hace cuarenta y cinco minutos que Valeria y Miranda dormitan arrebujadas en la palangana de la pickup del montañero, quejándose entre sueños del olor a pelo mojado y pienso que las envuelve como una manta de pastor.
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Los Predictor de última generación incorporan tres mejoras principales:
Informan del tiempo exacto (días y horas) que la usuaria lleva embarazada.
Indican si la gestación está aún a tiempo de ser frustrada mediante el uso de una de las llamadas «pastillas del día después», cuya capacidad de acción se ha incrementado hasta el punto de ser capaces de detener un embarazo de un mes y medio de antigüedad.
Vibran cuando han generado las respuestas anteriores, una tecnología meramente destinada a mejorar de forma algo abstracta la experiencia de la usuaria, que si bien no resulta particularmente práctica, aumenta la percepción de modernidad y, por ende, la confianza asociada al producto.
Cloe desenvuelve la estrecha cajita de cartón que acaba de adquirir en la farmacia y deposita el papel cebolla sobre la repisa superior del váter.
A continuación, extrae el Predictor de su envase y orina cuidadosamente sobre la parte porosa del pequeño objeto blanco.
Su veredicto supondrá bien un gran alivio o el inicio de un incómodo proceso que podría llevarla a acabar reclinada sobre la fría camilla de su ginecóloga y con trescientos euros menos en su cuenta corriente.
No contempla la opción de tener ese bebé que ahora su naturaleza curiosa y las rémoras de su educación católica se empeñan en perfilar en su imaginación: gordito, rosado, con la nariz chata, sano, vestido de azul, vestido de rosa, dormitando bajo la mirada de vecinas metomentodo que se detienen a poner nota mental a los recién nacidos del barrio, mientras sus madres, primerizas y asustadas, los pasean en brazos como si se tratara de bombas racimo. Lo imagina enfermo, con una malformación congénita que afecta al sistema respiratorio o al cardiovascular, risueño, llorón, con síndrome de Down, con Asperger, con los ojos azules, con la polio.
La maternidad es para ella un panorama aterrador que —piensa— la edad nunca conseguirá teñir de rosa, en contra de los invasivos pronósticos que ciertas amigas —los pezones manchados de leche materna transparentándose a través de camisetas de lactancia con horribles diseños coloristas de Desigual— le dirigen cada vez que tienen oportunidad.
Su madre le dijo hace años que cuando encontrase a la persona adecuada, cuando estuviera enamorada de verdad —ese «de verdad» que solo adquiere legitimidad al ser pronunciado por mujeres en matrimonios considerados exitosos, aunque su éxito se deba más a una resignación bien llevada que a un perpetuo estado de alborozo y disponibilidad sexual—, las ansias por quedarse embarazada acudirían a ella en tropel, como un ejército entusiasta que pasara veloz sobre su antigua vida, convirtiéndola en un arrasado solar del que solo asomarían algunos espumarajos de césped, secos y aplastados. El augurio, de momento, no se ha cumplido, aunque Cloe es consciente de estar enamorada de verdad y de que su pareja es el Mejor Novio Posible.
Cloe y el Mejor Novio Posible llevan juntos poco menos de un año y ella está segura de que juntos forman una pareja perfecta y envidiable. Se conocieron durante un festival de autoedición al que Cloe acudió junto a su prima X, una habitual de estos eventos cuya máxima es atrincherarse en el propio puesto y dar algún que otro paseo, sin socializar demasiado y mirando con desdén las publicaciones de aspecto más naíf.
El Mejor Novio Posible formaba parte del equipo de organización del festival y era uno de sus ponentes habituales; en este caso, con una conferencia acerca de las ventajas y desventajas de la autoedición para autores noveles. En aquella ocasión, Cloe había sido la protagonista del evento con sus breves pero muy agudas y divertidas intervenciones durante la ronda de preguntas. Al día siguiente, el Mejor Novio Posible pasó por el puesto de la prima para adquirir un par de fanzines a base de collages —que no pensaba abrir— e invitar a Cloe a comer. Ella se encargó de opinar sobre la maqueta del libro aún inédito del Mejor Novio Posible, además de acabar comprometiéndose a escribir un pequeño prólogo. Con esta tarea como excusa, Cloe y el Mejor Novio Posible comenzaron a hablar casi a diario y acabaron intercambiando información