Matar. Dave Grossman
Читать онлайн книгу.consiste en entender la existencia, alcance, y la naturaleza de la resistencia del ser humano medio a matar a sus semejantes. En este capítulo intentaremos hacerlo.
Cuando empecé a entrevistar a los veteranos de combate como parte de mi investigación, estuve debatiendo algunas de las teorías psicológicas relativas al trauma en combate con un viejo sargento gruñón. Se rio despectivamente y dijo: «Esos cabrones no saben nada sobre eso. Son como un mundo de vírgenes que estudian el sexo y no tienen nada más que las guíe que las películas porno. Y sí que es como el sexo, porque en realidad las personas que lo hacen sencillamente no hablan sobre el asunto.»
En cierto sentido, el estudio del acto de matar en combate resulta muy parecido al estudio del sexo. Matar es un acontecimiento privado, íntimo, de una intensidad abrumadora, en el que el acto destructivo se convierte psicológicamente en algo muy parecido al acto de la procreación. Para aquellos que nunca lo han experimentado, la descripción de la batalla que nos ha ofrecido Hollywood, y la mitología cultural en la que esta se basa, resultan tan útiles para entender el acto de matar como lo serían las películas pornográficas para entender la intimidad de una relación sexual. Un observador virgen aprendería con éxito la mecánica del sexo viendo películas x, pero él o ella nunca podrían esperar comprender la intimidad y la intensidad de la experiencia de procrear.
Como sociedad, nos fascina tanto matar como el sexo; quizás más porque estamos saturados de sexo y tenemos una base relativamente sólida de experiencia individual en esta área. Muchos niños, cuando ven que soy un soldado condecorado, me preguntan en seguida: «¿Alguna vez mataste a alguien?» o «¿A cuánta gente has matado?».
¿De dónde sale esta curiosidad? Robert Heinlein escribió una vez que la plenitud de la vida consistía en «amar a una buena mujer y matar a un hombre malo». Si existe en nuestra sociedad un interés tan fuerte por el acto de matar, y si se equipara para muchos con un acto de masculinidad equivalente al sexo, ¿por qué no se ha estudiado este acto destructivo de forma tan específica y sistemática como el acto de procrear?
A lo largo de los siglos hubo unos pocos pioneros que sentaron las bases para un estudio así, y en este capítulo intentaremos revisarlos. Quizás el mejor punto de partida sea S.L.A. Marshall, el más grande e influyente de estos pioneros.
Con anterioridad a la segunda guerra mundial, se daba por hecho que el soldado medio mataría en combate simplemente porque su país y sus líderes le habían dicho que lo hiciera, y porque era esencial defender su propia vida y la de sus amigos. Cuando llegó el momento en que ese soldado medio no mató, se asumió que había entrado en pánico y había echado a correr.
Durante la segunda guerra mundial, el general de brigada S.L.A. Marshall preguntó a estos soldados medios qué es lo que habían hecho en la batalla. Su inesperado descubrimiento fue que, de cada cien hombres en la línea de fuego durante el episodio de un encuentro, una media de 15 o 20 «participaron con sus armas». Dicha cifra se daba invariablemente «con independencia de si la acción duraba uno, dos o tres días».
Marshall era un historiador del ejército de Estados Unidos asignado al frente del Pacífico durante la segunda guerra mundial, y más tarde se convirtió en el historiador oficial del frente de operaciones europeo. Disponía de un equipo de historiadores que trabajaban para él, y estos basaron sus conclusiones en un ingente número de entrevistas individuales a miles de soldados en más de cuatrocientas compañías de infantería, en Europa y el Pacífico, inmediatamente después de haber estado en combate cuerpo a cuerpo con tropas alemanas y japonesas. Los resultados eran los mismos de forma consistente: solo del 15 al 20 por ciento de los fusileros estadounidenses en combate durante la segunda guerra mundial dispararon al enemigo. Aquellos que no dispararon no salieron corriendo o se escondieron (en muchos casos corrieron muchos riesgos para rescatar a sus camaradas, conseguir munición o llevar mensajes), sino que simplemente no dispararon sus armas contra el enemigo, incluso cuando se veían atacados por diferentes oleadas de cargas banzai.1
La pregunta es: ¿por qué estos hombres no dispararon? Cuando empecé a examinar esta cuestión desde el punto de vista de historiador, psicólogo y soldado, empecé a darme cuenta de que faltaba un factor fundamental en la comprensión del acto de matar en combate, un factor que da respuesta a esta pregunta y mucho más. Este factor que faltaba es el hecho sencillo y demostrable de que existe, en la mayoría de los hombres, una resistencia intensa a matar a sus semejantes. Se trata de una resistencia tan arraigada que, en muchas circunstancias, los soldados en el campo de batalla morirán antes de superarla.
Para algunos esto resulta «obvio». «Por supuesto que es difícil matar a alguien», dirían. «Yo no sería capaz de hacerlo.» Pero se equivocan. Con el condicionamiento y las circunstancias adecuadas, parece ser que casi cualquiera puede matar y lo hará. Otros pueden decir que «cualquier hombre matará en combate cuando se enfrenta a alguien que intenta matarle». Y se equivocarían mucho más, porque en esta sección evidenciaremos que, a lo largo de la historia, la mayoría de los hombres en el campo de batalla no intentó matar al enemigo, ni siquiera para salvar su propia vida o las de sus amigos.
1. Ha habido una controversia considerable en relación con la calidad de la investigación de Marshall en esta área. Algunos escritores modernos (como Harold Leinbaugh, autor de The Men of Company K), se muestran particularmente vehementes en su creencia de que la tasa de disparos durante la segunda guerra mundial fue significativamente más alta de lo que Marshall afirmó. Sin embargo, veremos que por todas partes mi investigación ha descubierto información que corroboraría la tesis esencial de Marshall, si no su porcentaje exacto. Las investigaciones de Paddy Griffith sobre la tasa de muertes provocadas por los regimientos de infantería en las batallas napoleónicas y de la Guerra Civil estadounidense; los estudios de Ardant du Picq; las investigaciones de soldados y estudiosos tales como el coronel Dyer, el coronel Gabriel, el coronel Holmes, y el general Kinnard; y las observaciones de veteranos de la primera y segunda guerra mundial como el coronel Mater y el sargento Roupell —todas ellas corroboradas por las conclusiones de Marshall—.
Sin lugar a dudas, este asunto requiere más investigación y estudio, pero no alcanzaría a entender la razón por la que estos investigadores, escritores y veteranos alterarían la verdad. Sí puedo, sin embargo, comprender y apreciar las muy encomiables emociones que moverían a los hombres a sentirse ofendidos por cualquier cosa que pudiera asemejarse a mancillar el honor de esos soldados de infantería que sacrificaron tanto en el pasado de nuestra (o cualquier otra) nación.
Las últimas descargas de esta batalla en curso estaban del lado de Marshall. Su nieto, John Douglas Marshall, recoge en su libro Reconciliation Road una de las refutaciones más interesantes y convincentes. John Marshall fue objetor de conciencia durante la guerra de Vietnam y fue completamente repudiado por su abuelo. No tenía razón para querer a su abuelo, pero concluye en su libro que la mayor parte de lo que escribió S. L. A. Marshall «resulta todavía válido, si bien muchas cosas de su manera de vivir merecen crítica».
1 Luchar o huir, postura o sumisión
Una de las raíces de nuestra equivocación en torno a la psicología del campo de batalla estriba en una mala aplicación del modelo luchar-o-huir ante el estrés del combate. Este modelo sostiene que, ante el peligro, una serie de procesos fisiológicos y psicológicos preparan y apoyan a la criatura en peligro para o bien luchar o bien huir. La dicotomía luchar-o-huir resulta un conjunto apropiado de opciones para cualquier criatura que se enfrenta a un peligro distinto al que proviene de su propia especie. Cuando examinamos la respuesta de las criaturas que se enfrentan a la agresión de su propia especie, el conjunto de opciones se expande para incluir la postura y la sumisión. Esta aplicación del patrón de respuestas intraespecies en el reino animal (es decir, luchar, huir, postura y sumisión) a la guerra humana es, hasta donde yo sé, completamente nuevo.
La primera decisión en un conflicto intraespecies suele centrarse en huir o adoptar una postura. Un babuino amenazado o un gallo que decide mantenerse firme no responde a la agresión de uno de su especie lanzándose instantáneamente a la yugular de su enemigo. Por el contrario, ambas criaturas se enzarzan instintivamente en una