El santo amigo. Teófilo Viñas Román

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El santo amigo - Teófilo Viñas Román


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vida es lo mismo que eliminar el sol del mundo»[5]; finalmente, Horacio considera al amigo como dimidium animae meae (=la mitad de mi alma)[6]. Por tanto, si te falta el amigo, caminarás incompleto por la vida.

      Y después de estos importantes representantes de la antigüedad greco-romana, defensores entusiastas de la amistad, llegamos a los grandes pensadores del mundo occidental de todos los tiempos (creyentes cristianos o no). Llama la atención, sobre todo, que todos ellos comiencen afirmando que la amistad es una exigencia de la propia naturaleza humana, al estilo de los viejos filósofos griegos y romanos. Con toda intención quiero comenzar citando a tres personajes de la edad antigua y medieval: San Agustín de Hipona, Elredo de Rieval y santo Tomás de Aquino; los tres comenzarán afirmando que la amistad es un bien natural.

      Ahora bien, si esta necesidad de la amistad se afirma desde la simple consideración de lo que es el ser humano, ¿qué no será si este, además, es un creyente cristiano? Sabe este, o debe saberlo, que tal vocación la ha depositado Dios en lo más íntimo de sí mismo y que en la respuesta positiva a ella se descubre, más que en cualquier otra dimensión, en el haber sido creado a su imagen y semejanza. Ahora bien, si «Dios es amistad» (ad intra y ad extra), como afirma el citado Elredo de Rieval, parafraseando con acierto el texto de san Juan —Dios es amor (1 Jn 16), Dios es amistad—, el hombre solamente realizará esta imagen en la medida en que viva el amor mutuo, preconizado por Jesús en la noche de su despedida: Vosotros sois mis amigos (Jn. 15, 14).

      Tampoco se pueden omitir, a este respecto, los testimonios de algunos autores de nuestros días. Entre los muchos que figuran en mi Florilegio, he aquí los que me parecen más significativos y elocuentes, en orden a mostrar la absoluta necesidad de la amistad en toda vida humana:

      Valiosísima, a este respecto, es la experiencia personal del psicoanalista Ignacio Lepp, el cual en el prólogo de una de sus obras nos manifiesta su propósito, como psicólogo y pedagogo, de persuadir a todos a «hacer amigos». Dice así:

      Ya en mi primera juventud, gracias a la amistad, experimenté las alegrías más profundas y más puras, y me fue posible triunfar sobre numerosos obstáculos que obstruían el camino de mi vida. Si hoy, en la edad madura, continúo creyendo en el hombre y teniendo confianza en el porvenir de la humanidad, creo que es a mis amigos a quienes lo debo. Por otra parte, mi larga práctica en la psicología profunda me ha permitido verificar, en numerosos seres, el importante papel que la amistad es capaz de desempeñar en la promoción de la existencia, y comprobar la penuria de quienes se ven privados de ella.

      Indudablemente que una persona sin amigos no puede ser feliz, ni puede encontrar la salvación integral. Y es que no se puede pecar impunemente contra la propia vocación y pretender la felicidad por otros caminos; ya decía Lord Byron que «la felicidad nació gemela», refiriéndose a que han de ser dos, al menos, los que la compartan, precisamente como amigos. Es fácil que todo esto se acepte a nivel teórico, sin embargo, no serán pocos los que quieran vivir en soledad, en ausencia de diálogo, sin comunicación espiritual, y tampoco harán nada para dejarse ayudar y descubrir el gozo de una relación interpersonal, en clave de auténtica y verdadera amistad. ¿Quién quiere echar una mano? En esa línea va, precisamente, el recurso a san Agustín, «el Amigo» y «hacedor de amigos».

      Ahora bien, si en la amistad se encuentra la felicidad, la búsqueda de esta ha de ser considerada también como otra de las exigencias más hondas en la vida del ser humano. Una cosa es cierta: si la amistad y la felicidad no son entendidas como las entendió san Agustín, es decir, abiertas a la transcendencia —a Dios—, quien las anda buscando nunca podrá encontrarlas del todo si prescinde de Él. En cualquier caso, dejemos que nos lo diga el propio Agustín. Y todo ello nos lo dirá ciertamente no solo con su palabra (teoría) sino, sobre todo, con su propia vida (praxis - vivencia).

      Pocas personas en la historia de la humanidad habrán vivido de modo más elocuente y apasionado la relación amistosa y con ella la búsqueda y conquista de la verdadera felicidad como san Agustín. Hoy, al acercarnos a él, podemos tener plena certeza de que no importa que hayan transcurrido más de dieciséis siglos, desde cuando él nos lo dijo; sabemos que sus


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