Ciencias sociales y administración. Jean François Chanlat

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Ciencias sociales y administración - Jean François Chanlat


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razón por la cual le dedico este libro. En esta ocasión, quisiera rendirle también un sentido homenaje a otro de mis maestros, que significó mucho para mí, a Delmas Lévesque. Él supo hacerme compartir su pasión por las ciencias sociales y por la sociología en particular, siendo el origen de mi vocación sociológica y de mi ingreso en la Escuela de Altos Estudios Comerciales. De cierta manera, esta reflexión también le debe mucho.

      Quisiera también expresar toda mi gratitud, colectiva esta vez, a los numerosos colegas próximos y lejanos, y a todos mis estudiantes quienes, sin saberlo, contribuyeron a alimentar las reflexiones que aquí expongo. Quiero agradecer también a la Imprenta de la Universidad Laval, en particular a su director de desarrollo, Léo Jacques, por haber aceptado publicar mi manuscrito y asegurar su difusión, a todo el equipo de producción, por la edición, como también a las ediciones ESKA y al director de la colección “Ciencias de las organizaciones” Gilles Amado, por haber aceptado coeditarlo. Finalmente, agradezco a la Dirección de Investigaciones de la Escuela de Altos Estudios Comerciales por su ayuda financiera para la publicación de esta obra.

       “El doble reduccionismo que gobierna hoy por hoy los asuntos del planeta, lo constituye la reducción de lo político y lo social a lo económico, y de todo lo económico a lo financiero. Entre la lógica de lo viviente y la del dinero se juega el porvenir del mundo”.

      René Passet, 1996, p.231

       “Permitir que los mecanismos del mercado dirijan solos el destino de los seres humanos y el de su medio natural, así como también el monto y la utilización del poder adquisitivo, tendría como resultado la destrucción de la sociedad”.

      Karl Polanyi

      Durante las últimas décadas, las sociedades contemporáneas han sufrido numerosas transformaciones sociales. De todos estos cambios, tres me han interesado en tanto sociólogo docente en una escuela de administración: 1) la hegemonía de lo económico; 2) el culto a la empresa y 3) la influencia creciente del pensamiento gerencial sobre las mentalidades. Esta constatación, como es evidente, tiene consecuencias sobre la dinámica y el tipo de sociedad que estamos construyendo. Desde hace casi dos siglos, con el nacimiento de la revolución industrial, la afirmación de la Razón y del Progreso, y las grandes revoluciones políticas americana y francesa, entramos en una sociedad que se mueve al ritmo del crecimiento económico y de las aspiraciones democráticas. Este proceso socio-histórico, que surgió primero en Occidente,1 ha invadido de tal forma el mundo entero que, recientemente, el filósofo americano Francis Fukuyama, inspirado en Hegel, se atrevió a concluir el fin de la historia (1992).

      Aunque presuntuosa cuando se conoce lo trágico de la existencia humana –no hay sino que pensar en la experiencia del siglo que acaba de terminar para convencerse de esto–, esta afirmación no deja de ser sin embargo sintomática de cierto discurso de moda en el medio, donde se confunden el liberalismo económico y político con el apaciguamiento de las pasiones y a menudo con el pensamiento único. Que el liberalismo en general haya contribuido significativamente con el desarrollo de lo que somos hoy, nadie puede negarlo. Que el comercio tranquilo del que hablaba Montesquieu en el siglo XVIII pueda moderar los ardores nacionales, todos pueden dar ejemplos. Pero también es cierto que la dinámica del capitalismo, que constituye la matriz de estas transformaciones sociales, no se ha caracterizado jamás por un humanismo desbordante. Pensadores tan diferentes como Adam Smith, Karl Marx, Alexis de Tocqueville, John Stuart Mill, Max Weber, Emile Durkheim, Lëon Walras, Thorstein Vablen, Joseph Schumpeter, Karl Polanyi, Francois Perroux, Fernand Braudel, Raymond Aron y John Maynard Keynes, lo han señalado, a su manera, en sus escritos en un momento dado.2

      La hegemonía de lo económico que presenciamos en nuestras sociedades está basada en cierta lógica: la lógica capitalista. Fundada sobre la propiedad privada, el juego de los intereses personales, la búsqueda del beneficio y de la acumulación, se ha impuesto históricamente en todas partes y poco a poco. En los últimos años, la caída del muro de Berlín, el fracaso de las soluciones colectivistas y la crisis del estado benefactor no han hecho más que reforzarla, dando un lugar cada vez más central a las lógicas financieras.3 Algunos de nuestros contemporáneos –estimando que en lo sucesivo este funcionamiento responde al orden de la naturaleza– se han atrevido a exhortarnos a confiar de ahora en adelante nuestros destinos personales y colectivos al poder invisible de los mercados y, en particular, al de los mercados financieros.4

      Este triunfo de las ideas capitalistas como categorías dominantes del pensamiento económico y del mercado como modo de regulación de los intercambios, tuvo como efecto inmediato dar un lugar central a la empresa. “Hay capitalismo –nos recuerda Max Weber– allí donde las necesidades de un grupo humano se satisfacen económicamente por intermedio de la empresa, sin importar la naturaleza de la necesidad”.5 En el transcurso de los últimos años, este papel tradicionalmente otorgado a la empresa se ha unido con la celebración, particularmente entusiasta, de ésta, culto hasta entonces desconocido en la mayoría de las sociedades capitalistas indus trializadas.6

      En efecto, considerada durante mucho tiempo por la mayoría de las personas como un lugar de explotación, dominación y alienación, la empresa se ha convertido, si se da fe a los numerosos discursos que circulan hoy, en la institución por excelencia, fuente de riqueza y de cultura, capaz de resolver la mayor parte de los problemas que debemos enfrentar. Este culto a la empresa, que culminó en los años ochenta, tuvo dos consecuencias importantes: la difusión masiva de los discursos y de las prácticas administrativas en medios que siempre estuvieron alejados del “espíritu administrativo”, y el aumento considerable del número de estudiantes de administración en casi todo el mundo. Al conjugarse estos dos fenómenos, surgió una sociedad que se podría calificar de gerencial, en cuyo interior el que administra u homo administrativus, como diría mi colega Richard Déry, se convirtió en una de las figuras dominantes (1997).

      Las manifestaciones de esta sociedad gerencial son múltiples. En primer lugar, desde el punto de vista del lenguaje, se puede observar fácilmente como en nuestros días palabras como gestión, gerente y gestionar hacen parte del léxico utilizado corrientemente en los intercambios cotidianos. Desde el punto de vista de la organización, se puede observar cómo las nociones y los principios administrativos provenientes de la empresa privada –eficacia, productividad, resultados (performance), profesionalismo, relación empresarial, calidad total, cliente, producto, mercadeo, excelencia, reingeniería, etc.– han invadido ampliamente las escuelas, las universidades, los hospitales, las administraciones, los servicios sociales, los museos, los teatros, las sociedades musicales y los organismos sin ánimo de lucro. Recientemente, en un importante periódico canadiense de lengua inglesa, el rector de una gran universidad anglófona escribió que las universidades debían inspirarse ¡en las técnicas de Wal-Mart! Finalmente, a escala social se puede observar que los jefes de empresas, los gerentes, los ejecutivos, constituyen hoy un grupo influyente. Para convencerse pensemos, por ejemplo, en el lugar que ocupan no sólo en los medios, sino también en la vida de la ciudad, sobre todo gracias a su presencia cada vez más fuerte en los establecimientos universitarios. El gerente se ha convertido, sin duda alguna, en una de las figuras centrales de la sociedad contemporánea. La esfera de la vida privada también ha sido invadida. Ya no expresamos las emociones, las gerenciamos lo mismo que la disponibilidad del tiempo, nuestras relaciones, nuestra imagen, y hasta nuestra identidad. El “gerencialismo” es decir, el sistema de descripción, explicación e interpretación del mundo a partir de las categorías de la administración, está firmemente inscrito en la experiencia social contemporánea. Es el producto directo de una sociedad de gerentes que busca racionalizar todas las esferas de la vida social.

      La relación entre las ciencias sociales y la administración se sitúa en este contexto. Es más: está en el núcleo de la comprensión de la actual dinámica que acabamos de evocar brevemente; dinámica cuya finalidad se inscribe en el proceso de racionalización del mundo analizado, a principios de siglo, por Max Weber.

      ¿Qué formas toma esta relación? ¿Cuál es la contribución de las ciencias sociales


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