Nikola Tesla. Margaret Cheney
Читать онлайн книгу.Tesla acuñó el concepto de campo magnético rotatorio, había tenido la corazonada de que el universo era una sinfonía de corrientes alternas, armonías que recorrían una vasta serie de octavas. La corriente alterna de 60 ciclos por segundo no era sino una única nota de la octava más baja. Con una frecuencia de miles de millones de ciclos por segundo, en una de las octavas más altas, se situaba la luz visible. Pensaba que sólo adentrándose en el inmenso campo de las oscilaciones eléctricas, desde su corriente alterna de baja frecuencia a las ondas luminosas, llegaría a hacerse una idea más cabal de la sinfonía del cosmos.
Los trabajos de James Clark Maxwell en 1873 revelaron la existencia de un amplio campo de oscilaciones electromagnéticas situadas por encima y por debajo de la luz visible, oscilaciones de longitudes de onda mucho más cortas y mucho más largas. En Bonn, en 1888, investigando sobre longitudes de onda más largas que las de la luz o el calor, el profesor alemán Heinrich Hertz no sólo había demostrado la pertinencia de la teoría de Maxwell, sino que se convertiría en el primero en generar radiaciones electromagnéticas. Tras enviar una gran carga eléctrica a través del explosor mediante una bobina de inducción y comprobar que un chispazo más pequeño saltaba entre los bornes de otro, situado un poco más allá, los experimentos de Hertz pusieron de manifiesto la existencia de un campo magnético. Por esa misma época, en Inglaterra, sir Oliver Lodge trataba de proceder a la detección de diminutas ondas eléctricas en circuitos por cable.
Los materiales empleados por Hertz eran rudimentarios, y la bobina en donde se originaba la chispa tan poco práctica como peligrosa. En ese momento, apareció Tesla con algo diferente y mucho más avanzado: una serie de alternadores de alta frecuencia que producían oscilaciones de hasta 33.000 ciclos por segundo (33.000 hercios, frecuencia que hoy calificaríamos de media a baja), un mecanismo que era, en realidad, un anticipo de los grandes alternadores de alta frecuencia desarrollados en un futuro aún lejano para las transmisiones radiofónicas mediante ondas continuas, pero insuficiente para satisfacer las necesidades inmediatas del inventor. Ideó entonces lo que conocemos como bobina Tesla, un transformador de núcleo de aire en resonancia con una bobina primaria y otra secundaria, un transformador que, a altas frecuencias, convierte corrientes altas y de bajo voltaje en corrientes bajas y de alto voltaje.
Al poco tiempo, este aparato para producir altos voltajes que, aún en nuestros días y de una u otra manera, se utiliza en los receptores de radio y de televisión, se convirtió en herramienta imprescindible de investigación en los laboratorios de ciencias de todas las universidades, puesto que permitía amplificar las débiles y amortiguadas oscilaciones del circuito ideado por Hertz y soportaba corrientes de casi cualquier magnitud. En este sentido, Tesla se adelantó en unos cuantos años a los primeros experimentos de Marconi.
La necesidad de aislar el equipo de alto voltaje le sugirió la conveniencia de sumergirlo en aceite para evitar el contacto con el aire, idea que pronto se abrió paso en el mercado convirtiéndose en el sistema universal de aislamiento para todos los aparatos de alta tensión. Para reducir la resistencia de las bobinas, Tesla recurrió a conductores trenzados, con dos cables separados y aislados. Como rara vez encontraba el momento de patentar los aparatos que utilizaba o los métodos que seguía en sus investigaciones, también este hallazgo pasó a formar parte del acervo común. Años después, otros se encargarían de comercializarlo: es lo que hoy se conoce como “hilo Litz”, término derivado de cable Litzendraht (“cable trenzado”).
Desarrolló, asimismo, un nuevo modelo de dinamo replicante, adaptada a sus necesidades específicas de corriente de alta frecuencia, un ingenioso motor de un solo cilindro sin válvulas, que funcionaba con aire comprimido o vapor. La velocidad que alcanzaba era tan constante que se propuso adaptarlo a su sistema polifásico de 60 ciclos, combinándolo con motores síncronos convenientemente acoplados para indicar la hora exacta en los lugares donde llegase la corriente alterna. Así nació la idea del nuestros modernos relojes eléctricos.[13] En su avidez por seguir descubriendo cosas, tampoco encontró tiempo para patentar el cronómetro.
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