Crisis del Estado nación y de la concepción clásica de la soberanía. Manuel Alberto Restrepo Medina

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Crisis del Estado nación y de la concepción clásica de la soberanía - Manuel Alberto Restrepo Medina


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del plan de escritura.

       2.1. Origen y caracterización de la soberanía en la modernidad

      En su acepción moderna, el término soberanía aparece en el siglo XVI concomitante a la irrupción del Estado nacional como forma dominante de organización política de la sociedad occidental, designando el poder estatal como sujeto único y exclusivo de la política, que permite al Estado moderno oponerse al papado y al imperio, y de esa manera mantener el monopolio de la fuerza sobre un pueblo en un territorio determinado.6

      Hobbes y Bodin son los referentes de la configuración de la soberanía en la primera parte de su historia moderna, como un poder originario que no depende de otros y que tiene como fin el bien público, que se manifiesta en el derecho a mandar y a ser obedecido y que conjuga la relación entre los dos conceptos fundamentales de la filosofía política y de la jurídica, el poder y el derecho, sentando las bases teóricas para la resolución de los problemas sobre la legitimidad y la efectividad en el ejercicio del poder.7

      Para Bodin la soberanía presenta las siguientes características: absoluta, perpetua, indivisible, inalienable e imprescriptible. La soberanía es absoluta por no sufrir limitaciones por parte de las leyes, una vez que esas limitaciones solamente serían eficaces si hubiera una autoridad superior que las hiciera respetar; es perpetua, porque es un atributo intrínseco al poder de la organización política y no coincide con las personas individuales; es inalienable, porque no es una propiedad privada, sino un poder público que tiene una destinación pública, y su renuncia representa la desaparición del propio Estado; es imprescriptible porque no tiene un tiempo de duración pues aspira a existir permanentemente y solo desaparece cuando está coaccionado por una voluntad superior; es indivisible, porque se aplica a la universalidad de los hechos de una misma unidad que es el Estado, siendo inadmisible la existencia de varias partes separadas en la misma soberanía.

      Estas son características jurídicas de un poder político capaz de crear y defender un orden colectivo, superando los conflictos internos y externos; poder incuestionado, monopolizador de los medios de coacción, de aquella potencia o poder material que le permite imponerse en los confines de su unidad política.8 En la modernidad, la soberanía se encuentra relacionada con la realidad primordial y esencial de la política: la paz y la guerra, de manera que la función del soberano es custodiar la paz dentro de las fronteras territoriales del Estado, así como centrar todas las fuerzas en torno a la defensa y el ataque contra el enemigo extranjero, ya que el soberano es el único que puede intervenir y decidir de modo definitivo, dentro y fuera de su territorio.9

      Así, se reconoce a la soberanía como el elemento clave de la conformación del Estado nación, pues es desde ella desde donde se decide la ocupación del territorio y se certifica la identidad de un pueblo como nación, que se expresa, al menos, desde dos perspectivas: la absoluta, fundada en el monopolio de la coerción física, y la legal, como el poder de elaborar y dejar sin efecto las leyes,10 que en conjunto establecen la supremacía de hecho y de derecho de un poder político legítimo.11

      De acuerdo con Estévez, la pretendida superioridad del poder político sobre cualquier otro poder social radicado dentro del territorio del Estado tiene un componente real, manifestado en el monopolio del uso de la fuerza, que le debería permitir someter a cualquier otra organización que enfrentara militarmente al ejército estatal, y un componente ficticio o inmaterial, consistente en que el Estado se configura como fuente última de toda autoridad pública y como poder que decide en última instancia las controversias judiciales.12

      Al mismo tiempo, la soberanía se ejerce en dos niveles: el interno y el externo. En el primero el soberano procura eliminar los conflictos mediante procesos políticos y administrativos a través de organismos intermediarios; en el segundo el soberano establece sus relaciones con otros Estados, que son igualmente soberanos, mediante tratados o a través de la guerra. Así, mientras que a nivel interno el soberano está en una posición de absoluta supremacía sobre los súbditos, a nivel externo los Estados como soberanos se encuentran entre sí en una posición de igualdad.13

      En ejercicio de la soberanía, durante la modernidad se llegó hasta el control por parte de los Estados capitalistas nacionales de un sistema económico altamente productivo, la defensa de la promesa republicana de la inclusión igualitaria de todos los ciudadanos y la creación de la idea de que los destinatarios de las leyes son sus autores. Sin embargo, al comenzar a enfrentarse a la ruptura de las fronteras de la economía, de la sociedad y de la cultura que habían sido construidas sobre las bases territoriales que se remontan al siglo XVII, el Estado nacional parece haber llegado al límite de su eficacia.14

       2.2. La crisis del Estado nación

      Kalulambi afirma que el Estado nación, en cuanto construcción política, nunca ha sido estable, viéndose minado permanentemente por contradicciones internas y externas15 sin que el fin de la bipolaridad hubiera atenuado estas contradicciones, pues la mayoría de tales conflictos tienen una causa económica común arraigada tanto en la crisis del modelo capitalista liberal, incapaz de ofrecer bienestar a todos, como en la del modelo comunista.

      Frente a esa visión está la de quienes sostienen que luego de haberse consolidado como la forma de organización política de la modernidad, funcional al capitalismo, el Estado nación entra en crisis justamente porque el fin de la bipolaridad permitió la expansión de un único modo de producción a escala planetaria, sustentado en el poder de la técnica,16 cuyo carácter incondicionado e irrestricto ha favorecido la formación de superpotencias que amenazan la existencia de los Estados nacionales, poniendo en jaque su soberanía.17

      En efecto, la globalización neoliberal18 ha afectado en gran medida la concepción misma de los Estados, ya que mientras ellos se desenvuelven basados en referentes tradicionales en los cuales el tiempo y el territorio son partes fundamentales en la forma en que se organizan y desarrollan, los tiempos cortos que demanda la globalización y la falta de territorialidad están más cercanos al mercado, escenario en el cual el poder económico de las grandes empresas transnacionales las sustrae del control estatal.19

      Los Estados nacionales han quedado como meros espectadores que poco pueden hacer ante la integración progresiva de la economía mundial a partir de la producción internacional y aunque en el ámbito interno siguen participando en la economía de mercado, lo hacen introduciendo modificaciones a sus marcos normativos a favor de las empresas, en lugar de definir, como antes lo hacían, el campo de operación de las economías nacionales, evidenciando el declive de su autoridad, perdiendo cada vez más el control y sin poder fijar límites al mercado.20

      La consecuencia de la expansión de la ideología neoliberal, que está en la génesis de la globalización, dio lugar a que la apertura comercial y la desregulación de los mercados provocara inicialmente en los países periféricos consecuencias desastrosas para el empleo, la pequeña empresa o el nivel de vida de los trabajadores y la gran masa de la población, y a más largo plazo afectara gravemente a los propios países desarrollados, y a Estados Unidos en particular, dando lugar al desarrollo de un nuevo sistema financiero de carácter esencialmente especulativo en detrimento de la producción y el empleo.21

      Lo que resulta paradójico es que, como anota González, si bien es cierto que el Estado ha sido un promotor de parte importante de las crisis, también lo es que le ha correspondido realizar los rescates financieros producidos por ellas, evidenciando que aún le queda buen potencial para hacer frente a otras crisis políticas y económicas, y por ende sigue teniendo un importante papel que desempeñar para enfrentar los riesgos que la pretendida supremacía de la gobernanza financiera internacional supone para sus nacionales.22

      Ante los embates de la globalización, un primer grupo de Estados, del cual forman parte aquellos que tienen una muy mermada capacidad en términos comparativos frente al poder político, económico y en ocasiones hasta bélico, de los actores no estatales, simplemente han sido arrastrados por la corriente y su inacción o sumisión los ha puesto en una situación de asimetría brutal, sin redistribución de la riqueza y de sectorialización toyotista, que ha polarizado


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