Los magos de Hitler. Jesus Hernandez

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Los magos de Hitler - Jesus Hernandez


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ocho de los diez pares de tarjetas. Aunque otros expertos aseguraron que en pruebas similares los resultados del acusado no reflejaban esa supuesta clarividencia, tuvieron más peso los testigos de la defensa. Los abogados de la acusación, viendo que el acusado iba a salir indemne también en esa tercera jornada, consiguieron convencer al juez para que dictase el aplazamiento del juicio, con el fin de dar tiempo a reunir más testimonios y analizar los nuevos aspectos legales del caso. A pesar de las protestas de Hanussen y sus abogados, el juez decidió aplazar el proceso hasta mayo de 1930.

      Afortunadamente para el mago, y de manera un tanto sorprendente, las autoridades checoslovacas permitieron a Hanussen moverse con entera libertad fuera de las fronteras del país hasta que se retomó el juicio. El mago aprovechó ese tiempo para llevar a cabo actuaciones en varias ciudades alemanas. También atendió los requerimientos de la policía germana para esclarecer crímenes de difícil resolución. Así, gracias a su colaboración, la policía de Offenbach pudo detener al asesino de un comerciante. Sin embargo, Hanussen no logró resolver un famoso caso que había horrorizado a los alemanes, el del asesino en serie conocido como el «Vampiro de Düsseldorf». Hanussen hizo una descripción detallada del criminal tras realizar el análisis grafológico de una nota dejada por éste, pero cuando por fin el asesino fue detenido, se comprobó que ninguna de sus características coincidía con las apuntadas por Hanussen.

      El 22 de mayo de 1930, se reanudó el juicio en Leitmeritz con Hanussen en el banquillo. La acusación había logrado reunir nuevos testigos, que comenzaron a declarar desde el estrado, asegurando haber sido engañados y estafados por el mago. No obstante, gracias a la habilidad de Wahle, buena parte de los testigos acabaron incurriendo en contradicciones y de otros se demostró que habían mentido. Por su parte, los testigos de la defensa continuaron aportando innumerables ejemplos de clarividencia del acusado. En cuanto a los peritos que habían estudiado a Hanussen, seguía sin haber unanimidad sobre los resultados.

      la prueba definitiva

      Las jornadas del juicio fueron transcurriendo en ese monótono toma y daca que no parecía conducir a ninguna conclusión. El quinto día, Wahle cursó la petición para poder presentar una veintena de nuevos testigos, a lo que la acusación pidió tiempo para llamar a otros declarantes. El juez, contrariado, expresó su temor de que el juicio se alargase indefinidamente. Pero entonces Hanussen dio un sensacional golpe de efecto. Cansado de que se pusieran en duda sus capacidades, decidió someterse a una serie de pruebas en la misma sala en la que se estaba celebrando el juicio. Dichas pruebas debían resultar definitivas en un sentido u otro.

      Tanto el juez como los abogados de la acusación quedaron sorprendidos y confusos, pero la propuesta de Hanussen era el mejor modo de concluir esa partida que estaba resultando interminable. Así, se decidió que el mago fuera sometido a cinco pruebas distintas. A fin de evitar cualquier intento de manipulación, el juez dispuso severas medidas de seguridad en la sala, lo que incluía la presencia de dieciocho policías.

      Para la primera prueba, un profesor procedió a ocultar una llave en el exterior de la sala. Cuando regresó, Hanussen puso una mano en su codo y le pidió que se concentrase en la localización de la llave, para captar así su pensamiento. El mago salió entonces de la sala y cinco minutos después volvió victorioso con ella, después de encontrarla oculta bajo una maceta de flores.

      En la segunda prueba, catalogada como «psicografológica», tres personas elegidas por el juez debían escribir dos palabras en una pizarra mientras Hanussen se encontraba fuera de la sala. A su regreso, el mago debía describir la personalidad de cada uno de los elegidos, interpretando su caligrafía. Aunque de dos de ellos trazó un retrato impreciso, del tercero reveló una serie de detalles sorprendentes que fueron confirmados plenamente por el sujeto, lo que provocó el entusiasmo del público asistente.

      La tercera prueba era similar a la anterior. A Hanussen le entregaron un sobre con una carta manuscrita y tuvo que describir cómo era la persona que la había firmado. El mago analizó detenidamente el escrito y aseguró que su autor era una mujer que era presidenta de alguna compañía u organización, acertando de pleno.

      Los presentes en la sala estaban asombrados ante las habilidades demostradas por el adivino, mientras que la acusación no podía disimular su disgusto. Consciente del efecto tan favorable que estaba causando entre el público, Hanussen se adornó impartiendo a los presentes una clase de grafología elemental, analizando en una pizarra las firmas de Beethoven y Richard Wagner, señalando en ellas los indicios que indicaban su genialidad artística.

      Hanussen había superado con éxito las tres primeras pruebas, pero la cuarta se presentaba muy difícil para él. Tres personas se limitarían a decirle una fecha y un lugar, y él tendría que adivinar lo que ocurrió en ese lugar y momento concretos. El primer voluntario fue un jurista, que le preguntó por lo ocurrido el 17 de mayo de 1927 a las cuatro de la tarde en la Boreslauer Strasse. Hanussen entró lentamente en trance y contestó: «Un accidente de motocicleta». El asombrado jurista confirmó que era correcto; el público estalló en aplausos. El segundo voluntario, un médico, también le proporcionó un lugar y una fecha. En este caso, Hanussen no fue capaz de adivinar el acontecimiento que había tenido lugar: el ascenso del médico en su departamento universitario.

      A pesar de la momentánea decepción causada por ese inesperado tropiezo, la expectación volvió a crecer ante la intervención del tercer voluntario, un famoso actor teatral de la época que estaba asistiendo al juicio, Hans Bassler. El actor planteó también un lugar y una fecha. Hanussen no lo dudó; correspondían al nacimiento de su hijo. Un sorprendido Bassler confirmó que el mago tenía razón. Los asistentes al juicio aplaudieron enfervorizados. Hanussen había probado delante de todos que podía leer la mente de las personas.

      Tras la triunfal exhibición, el juez dijo haber tenido bastante y dejó el juicio visto para sentencia. Al día siguiente, 27 de mayo de 1930, Hanussen fue declarado inocente de los cargos de los que se le acusaba. Cuando el mago salió del palacio de justicia, se encontró con una multitud que le acompañó hasta el hotel en el que se alojaba. Esa noche, la absolución se celebró en todos los restaurantes de Leitmeritz, en los que no faltó el champán. Hanussen dejaría escrito que ése fue el día más feliz de su vida; nunca nadie podría volverle a acusar de ser un farsante.

      La prensa sensacionalista encontró un filón en la demostración protagonizada por el mago en la sala del juicio. Un titular rezaba: «Legalmente confirmado: Hanussen puede adivinar el futuro». En otros se aseguraba que «la clarividencia existe» o que la absolución había supuesto un «triunfo para el ocultismo». En The New York Times se podía leer que Hanussen «había probado su poder como clarividente». El proceso había conseguido convertir a Hanussen en una celebridad en toda Europa y Estados Unidos.

      Aprovechando la impagable publicidad obtenida gracias al juicio de final tan feliz, al día siguiente Hanussen tomó un tren para dirigirse a Berlín con el objetivo de alcanzar su consagración definitiva. En la capital germana Hanussen conseguiría llegar al zenit de su carrera. Pero entonces no podía sospechar que también iba a encontrar allí su perdición.

      a la conquista de berlín

      En 1930 Berlín era, sin duda, la ciudad más dinámica de Europa. Durante la década de los veinte, la capital alemana había logrado convertirse en el mayor polo de atracción para financieros, publicistas, diseñadores, arquitectos, cineastas y artistas. En esa metrópolis de cuatro millones de habitantes habían proliferado los restaurantes, las salas de baile y los cabarets, cuyas fiestas no tenían comparación con las de ninguna otra gran urbe europea. Además, la noche berlinesa contaba con una subcultura erótica que la dotaba de un carácter transgresor, lo que la hacía aún más atractiva.

      En esa época, el interés de los alemanes por lo oculto y lo sobrenatural estaba gozando de un gran auge. A juzgar por las ventas de revistas y libros especializados en estos temas, se calcula que podían contar con unos doce millones de seguidores en todo el país. Como no podía ser de otro modo, Berlín era también la capital de las artes adivinatorias y demás conocimientos pseudocientíficos. Se estima que en la ciudad había unas veinte mil personas que se dedicaban profesionalmente a este heteróclito campo, entre las que se encontraban astrólogos, tarotistas, hipnotizadores, adivinos


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