Los magos de Hitler. Jesus Hernandez

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Los magos de Hitler - Jesus Hernandez


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casos de premonición. El primero de ellos sería con sólo tres años, cuando, en mitad de la noche, se despertó y acudió corriendo a casa de una compañera de juegos, a la que se llevó fuera justo antes de que se produjese una explosión en la droguería que había en la planta baja del edificio.

      Cuando tenía sólo nueve años, su madre murió de tuberculosis. Se trasladó entonces con su padre a Boskowitz, en Moravia. Allí sufrió acoso por su condición de judío; el antisemitismo en esa región llevaba a que muchos judíos, hasta un cincuenta por ciento, tratasen de borrar sus orígenes hebreos cambiando sus apellidos, comprando falsos certificados de bautismo o mediante conversiones públicas. Es significativo que, más adelante, el propio Hanussen llevase a cabo una estrategia similar. A los once años, padre e hijo se trasladaron a Viena.

      Con catorce años, Hermann se sintió irresistiblemente atraído por el mundo del espectáculo y acudió al anuncio de una compañía de teatro que buscaba actores. A partir de ahí, el joven comenzó un periplo artístico que lo llevaría al mundo de circo. En el Grand Circus Oriental aprendió trucos de ilusionismo y a tragarse espadas o antorchas. Luego se rumorearía que, cuando estaba trabajando en un circo en Lemberg, tuvo que abandonar precipitadamente la ciudad tras dejar embarazada a la sobrina del rabino, para evitar represalias.

      El futuro mago acabó en la localidad rusa de Jitomir, donde encontró trabajo en un pequeño circo ambulante regentado por un italiano. Allí, Hermann adoptó el primer nombre artístico de Steno, actuando también como tragasables, aunque al cabo de un tiempo descubrió que poseía aptitudes como vidente; al menos, conseguía hacer creer al público que las tenía, ganándose su favor. Pero todavía debía pasar un tiempo antes de que su fama se extendiese por toda Europa.

      En 1912, poco después del fallecimiento de su padre, Hermann se casó por el rito judío con una artista vienesa, Herta Samter, ya embarazada del que iba a ser su primer hijo. Desgraciadamente, el niño murió al nacer y a los pocos meses el matrimonio se rompió. En septiembre de ese año, Hermann se unió a una compañía de ópera con la que viajaría por Grecia y Turquía, lugares a donde regresaría más adelante. A su vuelta a Viena trabajó como periodista, pero decidió trasladarse a Berlín, donde comenzó a actuar en clubs nocturnos como adivino. Allí puso en práctica lo aprendido en su etapa circense, recurriendo a trucos de ilusionista para exhibir su supuesta clarividencia.

      Durante la primera guerra mundial, sirviendo en las filas del ejército austro-húngaro, el soldado Steinschneider tuvo ocasión de demostrar sus dotes adivinatorias. Según explicaría el propio mago en sus dudosas memorias, el tren en el que su unidad se trasladaba al frente se encontraba detenido en una estación; cuando estaba a punto de reanudar la marcha, tuvo la premonición de que iba

      a ocurrir una catástrofe. Advirtió a los oficiales que era necesario retrasar la partida; ante la lógica negativa de sus superiores, tomó la decisión de tumbarse sobre la vía, delante del tren, para impedir su marcha. Finalmente, fue apartado de la vía y obligado a subir al tren. Cuando se dirigía hacia un puente, éste sufrió el impacto de un proyectil enemigo y se derrumbó. Si el tren hubiera salido a la hora prevista, en ese momento se habría encontrado sobre el puente. Gracias a su corazonada y la valentía de su acción, Steinschneider había salvado la vida de sus compañeros.

      éxito en viena

      A mediados de abril de 1918, el soldado clarividente obtuvo un permiso especial para regresar a Viena, como recompensa por su providencial acción. En el tren conoció por casualidad a un actor y empresario teatral que había alquilado el Konzerthaus vienés, con capacidad para tres mil espectadores, para una serie de actuaciones de una bailarina danesa que daría comienzo el 30 de abril. Stein-schneider le habló de sus experiencias anteriores en el mundo del espectáculo y el empresario decidió darle una oportunidad para que actuase como telonero, aunque le sugirió que tomase como nombre artístico el de «Erik Jan Hanussen», para ser presentado como un «maestro vidente de Copenhague». A partir de entonces, no sólo adoptaría ese nombre, sino que aseguraría ser un aristócrata danés.

      Sus actuaciones en el Konzerthaus de Viena fueron todo un éxito. Sus números de hipnosis, telepatía y adivinación provocaron el entusiasmo del público. Hanussen se convirtió enseguida en el artista principal, relegando a la bailarina al papel de telonera. Incluso mantuvo un encuentro con la familia real austríaca, que acudió al teatro para ver su actuación y quiso felicitarle personalmente.

      Pero el artista debía reincorporarse a su unidad, que se encontraba en Cracovia, por lo que tuvo que abandonar Viena. Mientras tanto, el empresario aprovechaba sus influencias para lograr protección para Hanussen, lo que consiguió apelando a la familia imperial. Gracias a la intercesión de tan altas esferas, Hanussen sería trasladado al tranquilo frente bosnio, haciendo una escala de unos días en Viena para actuar. Así, el 24 de mayo de 1918 Hanussen se encontraba otra vez en la capital y, dos días después, el Konzerthaus estaba abarrotado de público deseoso de ver su actuación, incluyendo la familia imperial.

      Hanussen tuvo que seguir su viaje hacia Bosnia, en donde quedaría destinado hasta el 3 de noviembre de 1918, cuando se produjo el armisticio entre el Imperio austrohúngaro y las potencias aliadas. El mago pudo entonces regresar a Viena, que vería el hundimiento del Imperio de los Habsburgo para pasar a ser la capital de la nueva república austríaca. El 11 de noviembre, precisamente el día en el que concluyó la guerra con el armisticio entre Alemania y los aliados, Hanussen actuaría de nuevo en el Konzerthaus vienés, en medio de una gran expectación. En estas nuevas actuaciones, el mago incorporaría un ingrediente pseudointelectual, presentando sus habilidades telepáticas desde un punto de vista pretendidamente científico.

      Los shows del mago llamaron la atención del director artístico del teatro Apolo, el palacio de variedades más importante de Viena, al que no le costó mucho trabajo convencer a Hanussen para que aceptase una suculenta oferta de contrato. Las actuaciones en el Apolo comenzaron el 1 de enero de 1919, siendo su éxito apoteósico. Hanussen llegaría a realizar dieciséis actuaciones a la semana con todo el billetaje vendido, un récord que sólo había sido superado por el mítico tenor italiano Enrico Caruso.

      Erik Jan Hanussen, en un retrato autografiado de 1919.

      Su carrera artística ya había comenzado.

      Para demostrar sus supuestas dotes telepáticas, Hanussen se puso en manos de la Universidad de Viena, sometiéndose a experimentos

      en condiciones de laboratorio. En una prueba consistente en adivinar unos números escritos en la pizarra de otra habitación, el mago logró unos resultados superiores a lo que se podía esperar por puro azar, pero no fueron tan destacados como para demostrar que poseía el don de la telepatía.

      La fama de Hanussen en Viena aumentaría aún más después de protagonizar en febrero de 1919 un curioso episodio, a raíz del robo de cientos de miles de coronas en la planta de impresión del banco estatal de Austria. Ante la falta de progresos de la policía en el esclarecimiento del caso, un oficial del banco contactó con Hanussen, que se ofreció a poner su clarividencia al servicio de la ley. Así, acompa-ñado de un exótico ayudante eritreo y pertrechado de un plano de la planta de impresión, estuvo durante dos horas inspeccionando el recinto y recogiendo información. Por las características del robo, que incluyó también hojas de billetes de escaso valor, dedujo que no se trataba de una banda organizada y que el autor era uno de los trabajadores. También dedujo que el producto del robo se encontraba todavía en la imprenta y pidió el listado de los trabajadores que accedían a las áreas en las que se podía ocultar mejor el botín. Entre ellos, había uno que ese día no había acudido al trabajo; Hanussen aseguró que ese era el autor del robo. Una vez detenido e interrogado, el trabajador confesó.

      La hazaña de Hanussen le reportó una recompensa de dos mil coronas y grandes titulares en la prensa, lo que incrementaría todavía más la expectación con la que era recibido en cada función sobre el escenario del siempre abarrotado teatro Apolo.

      En octubre de 1919, Hanussen se trasladó a Praga para conquistar también los escenarios de la capital de la nueva república checoslovaca.


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