La Lista De Los Perfiles Psicológicos. Juan Moisés De La Serna
Читать онлайн книгу.con lo de la falta de sueño, así que intenté ahondar un poco más en ese segundo aspecto.
–¿Y bien?, ¿qué relación cree usted que hay entre la falta de sueño y ese algo que cogió?
–¡Ah!, sí, eso ―dijo algo desconcertada―. Verá yo creo que es valioso, pero ni siquiera me he atrevido a abrirlo, está tan bien preparado que me ha dado pena romper el papel en el que está envuelto.
–Pero si no sabe lo que es, ¿cómo le puede quitar el sueño? ―respondí dejando en evidencia la incoherencia de lo que decía.
–Precisamente, no sé lo que es, imagine que son unos zapatos nuevos.
–¿Zapatos? ―pregunté extrañado.
–Sí, o un bonito pañuelo para la cabeza. No sabe la falta que me hace ―respondió emocionada con una gran sonrisa.
–¿Y por qué no lo abre y lo descubre? ―señalé asombrado.
–Pues porque está envuelto en bonito papel de adorno.
–¿Cómo el de un regalo? ―pregunté intentando obtener más datos de aquel objeto.
–Sí, así es, es de color rojo, para mi gusto algo llamativo, y se nota que tenía un lazo, pues ahora sólo queda un trozo pegado.
–Pero cuando usted se lo encontró, ¿había alguien?
–No, no, ya miré y estuve un rato esperando con ello en la mano, pero nadie llegó a reclamarlo, ni siquiera se paraba quien pasaba al lado mía.
–¿Y qué quiere que haga yo? ―pregunté algo desconcertado por la situación.
–Pues que me ayude a dormir.
–¿Y con el paquete? ―la insistí sobre aquel detalle.
–¿Qué le pasa al paquete?
–¿Qué va a hacer con eso?
–¡Ah!, pues no sé, lo dejaré donde estaba, ¿es qué está mal?
–No, en absoluto, es que pensaba, que, si aquello puede ser el origen de su falta de sueño…
–Sí, dígame… ―interrumpió poniendo mucha atención.
–Pues bien, si es así, supongo que si se deshace de ello todo volverá a la normalidad.
–¿Usted cree?
–¡Seguro! ―afirmé con rotundidad, aunque para mis adentros no lo tenía tan claro.
La señora me miró con lástima, como si aquella noticia le hubiese llegado al corazón produciendo un gran dolor.
–¿Qué cree usted que debería hacer?
–No sé, pero si quiere solucionarlo, tendrá que abrirlo.
–¿El paquete?
–Sí, el paquete ―remarqué.
–Pero, si es un regalo que alguien lo está esperando, ¿cómo lo voy a abrir?
–Si lo tiene usted nunca le llegará a su destinatario, seguro que lo da ya por perdido ―comenté intentando mostrar lo aparentemente absurdo de aquella situación.
–Prefiero que lo tenga usted ―afirmó la mujer después de pensárselo un poco.
–¿El qué? ―pregunté sorprendido por aquella resolución.
–Sí, así me puede decir lo que es, y volverlo a envolver una vez que lo haya visto, y yo lo dejaré donde lo encontré ―respondió con una sonrisa nerviosa.
–Pero si lo abro…
–Con mucho cuidado ―interrumpió la mujer con los ojos como platos y una mirada penetrante.
–Sí, eso, lo abro, ¿no perderá su encanto?
–No, mire en su interior y me dice lo que es, y lo cierra como estaba, así creo que podré dormir como lo hacía antes.
Personalmente no estaba muy convencido de que aquella fuese la solución, pero veía que esta señora estaba dispuesta a quedarse lo que restaba de tarde si no le atendía en su petición.
En verdad nunca me había enfrentado a una situación tan desconcertante e incluso absurda, “¡Ya podía abrirlo ella misma sin necesidad de venir a mi consulta!”, pero como quería dar por zanjado el tema le dije,
–¡Déjeme ver ese regalo!
La señora sacó de una bolsa de compra una caja blanca con una tapadera roja y sobre este un lazo ancho del mismo color. “Pues sí que parece una caja de zapatos”, pensé para mí.
Con cuidado quité el lazo que aún tenía y entreabrí la caja a espaldas de aquella señora tal y como ve había pedido. Cuál no sería mi sorpresa cuando no pude por menos que descubrirla entera.
–¿Qué es esto? ―pregunté en voz alta entre alarmado y asombrado.
–¿Son zapatos? ―preguntó la señora emocionada y ansiosa.
–No, es un anillo de pedida y una invitación a un espectáculo de balé.
–¿De balé? ―preguntó la señora algo desilusionada por mis palabras.
–Eso parece y además tiene una dedicatoria, “Aunque no nos conocemos, estoy seguro de que nuestros caminos se cruzarán”.
–¿No dijo que era un anillo de pedida? ―recalcó la mujer tratando de mirar mientras se tapaba los ojos para no hacerlo.
–Sí, ¿por qué? ―pregunté sin entender su expresión.
–¿Cómo va a ser de pedida si no conoce a la otra persona? ― puntualizó la señora.
–¡Ni idea! ―dije algo desconcertado sin saber si aquello era una especie de broma o algo así.
Pareciera que no se le hubiese perdido a nadie esa caja, sino que lo habían dejado a propósito para que otro lo recogiese, una especie de “mensaje en la botella” del que había escuchado algunas historias, pero lo de la invitación al balé, eso era más extraño, ¿sería una cita a ciegas?, pero ¿alguien estaría dispuesto a acudir sin saber con quién?
–¡Qué desilusión! ―afirmó la señora mientras se disponía a abandonar la consulta―, tanto esperar para esto.
–Bueno, piense que ahora podrá dormir mejor sabiendo lo que contiene ―afirmé con una sonrisa forzada.
–¡Ya!, bueno, eso, pero si al menos hubiesen sido unos zapatos, aunque fuesen de otro número distinto al mío ―protestó la señora.
–¡Tenga su caja! ―dije con la intención de devolvérsela una vez cerrada y dejado todo como estaba.
–No la quiero, ¡vaya pérdida de tiempo!, adiós ―concluyó la señora mientras cerraba la puerta tras de sí.
Yo salí tras ella, tratando de que volviese por la caja para depositarla allá donde lo había recogido, pero la señora no quiso saber nada del tema, y metiéndose en el ascensor cerró las puertas forrada de hierro y pulsó hacia la planta baja.
Esa fue la última vez que vi a aquella extraña mujer, que lejos de pedir ayuda con su problema de acumulación de basura, había perdido hasta el sueño por saber lo que contenía una caja, eso sí enlazada con gusto.
“¡Bueno!, y eso que creí haber terminado”, me dije mientras volvía a mi despacho, sintiéndome satisfecho de haber hecho una buena obra por una desconocida, “Ahora ya podrá dormir tranquila”.
Miré por la ventana desde mi despacho cuando sonó el reloj de pared tan laboriosamente adornado, “Vaya, se me ha hecho tarde”, pensé mientras metía las manos en mi chaqueta para comprobar que tenía las llaves del despacho.
“Ahora sí que he terminado por hoy”, me dije mientras miraba a mí alrededor para ver si estaba todo ordenado antes de salir de mi centro de trabajo, que era como mi segunda casa, aunque a decir verdad pasaba más tiempo aquí que donde residía.
Estas cuatro paredes, llenas