Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento. Nina Harrington

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Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento - Nina Harrington


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de confidencialidad que firmo son herméticos, pero créeme… he trabajado con muchas personas y no sé cómo pueden seguir adelante con todo el equipaje que arrastran. Creía que yo tenía problemas hasta que trabajé con supervivientes reales.

      –¿Es lo que somos? ¿Supervivientes?

      –Todos y cada uno de nosotros. Todos los días. Y no hay nada que podamos hacer al respecto. Aunque sí sé una cosa.

      –Me muero por conocerla –ironizó Mark.

      –¡Estoy hambrienta! –exclamó Lexi con exagerado dramatismo–. ¿Puedo sugerir que comamos antes de empezar con la vida personal de tu madre?

      –Desde luego. Prepárate para dejarte seducir por una de las excelentes tabernas de la costa. ¿Qué te parece una crujiente ensalada griega seguida de una suculenta lubina con patatas? Pero con una condición. No hablaremos de nuestros trabajos ni de por qué estamos aquí. ¿Trato hecho?

      –¿Ir a un restaurante? –Lexi pensó en la montaña de papeles que habían dejado atrás–. Aquí nos espera mucho trabajo.

      –Razón por la que el aire fresco nos sentará muy bien. Llevo tres días encerrado en casa. Necesito un descanso y un cambio de escenario.

      Mark estaba decidido a esquivar lo que habían dejado atrás en la maleta de recuerdos, de modo que cedió.

      –De acuerdo, tenemos un trato –su expresión se suavizó–. Pero también un pequeño problema –él enarcó las cejas–. Cuesta creerlo, pero anoche me flaqueó la determinación de sacar a los cachorros del coche. ¿Podemos ir andando? ¿O en autobús?

      Mark metió la mano en un bolsillo y se acercó un paso, llenando el espacio que había entre ellos con su fragancia masculina. Sacó unas llaves y las hizo oscilar en el aire.

      –No hay problema. Estoy listo. ¿Y tú?

      –¿Ahora? Necesito unos minutos para cambiarme y recoger el bolso –se señaló el cabello–. Y arreglarme el pelo y aplicarme un poco de maquillaje.

      La inspeccionó de arriba abajo y sonrió al hacerlo.

      Lexi cruzó los brazos y lo miró con ojos centelleantes. Sintió como si tuviera visión de rayos X y pudiera atravesarle los pantalones y la blusa para verle la nueva lencería roja que llevaba debajo. Estaba ruborizada, le sudaban las palmas de las manos y cuanto más la observaba, más encendida se sentía.

      –Oh, yo no me preocuparía por eso –murmuró él–. Y menos por tu pelo.

      Mark soltó una risa exuberante que reverberó en el jardín. El sonido fue tan asombroso, cálido y natural, que Lexi tuvo que parpadear para asegurarse de que se trataba de la misma persona.

      Era una versión casi feliz de aquel hombre siempre atractivo pero severo. Hizo que le diera un vuelco el corazón.

      Hasta ese momento había considerado a Mark apuesto, pero eso lo llevaba a un nivel nuevo.

      –Estarás bien –continuó él, mostrándose algo tímido ante ese estallido de felicidad. Y luego extendió la mano hacia ella, como si la desafiara a acompañarlo.

      –Voy a necesitar cinco minutos –trató de sonar entusiasta al pasar a su lado y soslayar su mano–. El tiempo suficiente para traer el coche.

      –No necesitas cinco minutos –respondió Mark con una sonrisa, tomándola de la mano y prácticamente arrastrándola hasta el camino de grava–. ¿Y quién ha dicho nada de un coche?

      –Vuestro carruaje os espera, señora.

      Lexi observó la moto, luego el juvenil casco negro que Mark sostenía. Bajó a la grava y rodeó lentamente el vehículo, examinándolo desde diversos ángulos.

      –Es una scooter –declaró ella al final.

      –Tu capacidad de observación es superlativa –repuso él, conteniendo el deseo de sonreír.

      –Es una scooter muy bonita –continuó Lexi–, y muy limpia para ser de un chico, pero… sigue siendo una scooter –movió la cabeza dos veces y lo miró desconcertada–. ¡Pero no puedes llevar una scooter! Hacerlo tiene que ir contra las reglas de los aristócratas ingleses.

      –Me encanta frustrar tus expectativas. Al lugar que vamos, la mejor opción es un transporte de dos ruedas.

      Entonces, sacó un segundo casco del asiento trasero y se lo entregó a ella. Era rojo con un rayo blanco a cada lado y las palabras Pizza Paxos en letras negras en la parte delantera. Algo difícil de soslayar.

      –Ah, sí. El casco de Cassie estaba rebajado y era el único que le quedaba a mi amigo Spiro.

      Ella lo miraba dubitativa.

      –¿El único? Comprendo.

      Sin decir otra palabra, se puso el bolso en bandolera, le quitó el casco de las manos, se echó el pelo atrás y se lo puso. Todo en un único movimiento fluido.

      La admiración silenciosa de él aumentó dos grados.

      –No digas ni una palabra –le advirtió ella con ojos centelleantes.

      –No me atrevería –Mark palmeó el asiento trasero–. Te convendría agarrarte a mí cuando arranquemos.

      –Oh, creo que podré arreglármelas. De todos modos, gracias.

      Aunque estaban a medio metro, el aire crepitaba de tensión.

      –No pasarás frío –le comunicó Mark con calma–. No vamos lejos.

      Arrancó la moto y puso primera. Luego comprobó la correa del casco y se acomodó en el asiento sin mirar una sola vez atrás para ver lo que hacía ella.

      Diez segundos más tarde, sintió el peso de ella al sentarse. Fue el momento elegido para esbozar una amplia sonrisa que sabía que Lexi no podía ver.

      –¡Allá vamos!

      Aceleró y avanzaron despacio por el camino privado. Después de comprobar que el camino comarcal estaba vacío, emprendieron la marcha.

      Lexi giraba la cabeza a un lado y otro disfrutando de la maravillosa campiña griega mientras iban a unos treinta kilómetros por hora. Los jardines de las casas ante las que pasaban tenían abundantes limoneros, buganvillas y adelfas. Los cipreses y los pinos creaban un horizonte perfecto de luz y sombra bajo el azul profundo del cielo.

      Y en todo momento podía vislumbrar una línea estrecha de un azul más oscuro entre los árboles, donde el mar Jónico se encontraba con el horizonte.

      El sol brillaba sobre su piel expuesta y se sintió libre, audaz y preparada para explorar. Se sentía tan completamente liberada, que sin pensar en ello cerró los ojos y se relajó para dejar que el viento le refrescara el cuello. Justo al hacerlo, la moto aminoró la marcha, tomó una curva cerrada a la izquierda y se metió en lo que parecía un camino de granja.

      Abrió los ojos y de forma instintiva se aferró a la cintura de Mark. Notó que los músculos de él se contraían bajo sus manos, cálidos, sólidos y tranquilizadores.

      Llegaron ante una hermosa y diminuta iglesia blanca donde Mark se detuvo sin brusquedad alguna.

      Era el final del camino.

      –¿Mencioné que el resto del trayecto es a pie? –preguntó él en tono inocente.

      La respuesta de Lexi fue una mirada cáustica antes de observar sus escuetas sandalias doradas.

      –¿Cuánto tendré que caminar?

      –Cinco minutos, como mucho. Está al final del sendero para mulas y luego a través de los olivos.

      –¿Cinco minutos? Ahora que tu terrible secreto ha quedado expuesto, te lo haré pagar –sonrió y avanzó por el sendero pedregoso entre las altas paredes blancas de piedra que separaban los olivares. Las agujas de las coníferas suavizaban el trayecto.

      –¿Alguno


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