Navidad en Reindeer Falls. Jana Aston
Читать онлайн книгу.y tenemos el principal reclamo de la ciudad: el mercado navideño de Otto, la mayor tienda minorista nacional con temática navideña que atrae a visitantes de todas partes durante todo el año. Y no tenemos uno, sino dos hoteles con servicio de parque acuático para los veraneantes. Como he dicho, somos un destino bastante famoso para ser una ciudad que cada año corona a la princesa del Bastón de Caramelo.
No quiero alardear, pero hace siete años me coronaron a mí. Aunque suene algo superficial, todavía conservo la tiara. La utilizo para decorar el árbol, porque ser la princesa del Bastón de Caramelo era mi sueño de pequeña. Eso y trabajar en El Reno Volador cuando fuese mayor.
Pulso las teclas del ordenador para pasar las diapositivas que he preparado. Las he proyectado en la pared de la sala de conferencias para que todos vean las novedades. Tengo fotos del proceso de construcción e imágenes de los muebles para el salón de té que ya he pedido. La línea de porcelana china personalizada está en proceso; la utilizaremos en el salón de té y la venderemos como una nueva colección de productos.
Tal vez esté siendo demasiado efusiva, pero me apasiona el proyecto y, además, ¿quién no estaría emocionado?
—¿Se ha ajustado la publicidad para la inauguración anticipada? —pregunta Nick. Me mira fijamente y, despacio, le da vueltas a un bolígrafo entre los dedos mientras me juzga en silencio.
—No. La inauguración oficial sigue siendo el 1 de junio. Ahora mismo, la apertura anticipada está prevista para el 10 de mayo. Estará dirigida a los vecinos, y durante el tiempo restante realizaremos los últimos ajustes antes de la temporada de verano. El presupuesto de las nóminas sí se ha ajustado a la inauguración anticipada —añado con brusquedad porque Nick todavía me mira.
Me aclaro la garganta y paso a la siguiente diapositiva: las finanzas.
—Ya tenemos el veinte por ciento reservado para el próximo verano gracias a la publicidad previa al lanzamiento y las reservas a través de internet. Espero que aumenten de forma drástica en cuanto publiquemos las fotos del interior y empecemos con el verdadero impulso publicitario. En un pronóstico más modesto, he estimado los beneficios en base a un setenta por ciento reservado durante las vacaciones de verano e invierno y una reserva del treinta por ciento durante la temporada baja. —En la pantalla aparece un gráfico proyectado con los ingresos según estos números—. Aunque son muy modestos. Se espera que tengamos una reserva del cien por cien en pleno verano en cuanto la gente haya visto el espacio terminado. Y creo que las cifras en temporada baja superarán bastante el treinta por ciento cuando nos convirtamos en el lugar donde los niños de la ciudad celebren sus fiestas de cumpleaños, pero quería conservar…
—¿Y qué pasa con los niños decepcionados? —me interrumpe Nick.
Me quedo congelada. ¿Me toma el pelo? ¿Qué niños decepcionados? ¿Quiere que haga un plan de juegos para los niños que odien la diversión? Jolín, seguro que sí. ¿Por qué no se me ha ocurrido? Pues claro que quiere, odia la diversión desde que aprendió a hablar y decidió que todo el mundo era decepcionante.
—¿Qué pasa si tenemos todo el aforo reservado durante la temporada alta y no consiguen mesa? —insiste Nick al ver que he enmudecido—. El espacio en Núremberg que ponemos como ejemplo tiene un mostrador de comida para llevar. ¿Les has preguntado si están dispuestos a compartir la proporción del negocio de los que cenan in situ frente a la comida para llevar?
Ah.
Me remuevo en la silla. Siento una especie de amor-odio por la forma en que dice «comida para llevar» y no «comida preparada». Estoy segura de que se le ha pegado después de haber vivido en Europa. Pero como lo odio, me niego a admitir que es adorable.
—No sabía que tuviesen un mostrador de comida preparada. En la página web no había imágenes.
—En la página web —repite Nick despacio al tiempo que arquea las cejas—. ¿Has estado en la cafetería de Alemania?
—No —respondo, pero lo digo con seguridad porque no pienso mostrar ni un ápice de debilidad. He investigado, sé que mi plan de negocio es firme—. No tenemos metros cuadrados para añadir un mostrador de comida preparada y, además, las cuentas salen sin ese servicio.
Nick se da golpecitos en el labio inferior con el bolígrafo, pensativo. La sala permanece en silencio a la espera de que me arruine el día de una forma u otra.
—La tienda de velas Jack el Frío cierra en enero —anuncia Nick—. Ahora tienen el local adyacente a nuestra nueva cafetería. Haremos un pasillo en la parte de atrás de ambas unidades para que compartan cocina y espacio de refrigeración. Podemos añadir unas mesas más y un mostrador de merchandising adicional en la parte de comida para llevar. Holly vendrá conmigo a Alemania la semana que viene para familiarizarse con la dirección de la cafetería original en Núremberg, ver cómo gestionan la situación durante la temporada alta y qué ideas podemos implementar en nuestra cafetería.
Espera un momento. ¿Acaba de decir que me voy de viaje con él?
—¡Por favor, no!
Todas las miradas se posan en mí.
—Es decir, esto… —Me quedo callada con el cerebro a mil por hora—. ¿La tienda de velas cierra? Vaya, llevan en el negocio toda la vida. —Sacudo la cabeza con tristeza y miro a todas partes menos a Nick. Mi amiga de contabilidad me dirige una mueca compasiva—. Yo, bueno, tendré que acumular velas con aroma a bastón de caramelo antes de que cierren. Es mi olor favorito. Cosas de la estación. —«Por todos los bastoncitos, Holly, ¡cierra el pico!»—. Por cierto, ¿cómo lo sabes? —Enderezo la pantalla de mi portátil y doy golpecitos con el pie por debajo de la mesa, nerviosa—. No he oído nada al respecto.
—Soy amigo de su hija Taryn.
Puf, Taryn. Estaba en el último año de instituto cuando yo iba a primero, así que es dos años más joven que Nick. Era el tipo de chica que se burlaba de tus calcetines navideños favoritos cuando te los ponías sin querer-queriendo en marzo. El tipo de trasgo de la Navidad que cierra una tienda de velas local tan querida.
—Va a hacerse cargo del negocio de sus padres y lo va a trasladar a un local nuevo en River Place —dice Nick, con lo que interrumpe mis pensamientos—. Necesita más espacio para incorporar talleres para fabricar velas, y parece que alguien le quitó el local disponible que había junto a su tienda original.
Oh.
Vale, esa fui yo. Fui yo quien le quitó el local vacío en venta para la cafetería El Osito. Y no va a cerrar el negocio, va a ampliarlo, así que, después de todo, a lo mejor no está en la lista de niñas malas de Papá Noel. Miro fijamente a Nick y me pregunto qué tipo de amistad tienen, si son amigos con derecho a roce.
Qué asco.
—¿El diseño de la cocina se puede ajustar a la carga de trabajo adicional que se requiere para sostener el negocio de comida para llevar? ¿Podemos hacer los ajustes ahora, antes de que terminen las obras? —Nick me mira y deja de escribir en el portátil.
—Sí. —Sé que podemos porque hice que tres pasteleros distintos vieran el diseño de la cocina y todos dijeron que el espacio era suficiente para el doble de la producción prevista. Quería asegurarme de que estuviésemos cubiertos si decidíamos ampliar o añadir servicios de catering.
—¿Puedes comprobarlo? —añade Nick, y sigue escribiendo. Lo dice como una pregunta, pero no lo es. Es una orden. Tendré que modificar todas las cifras para incluir las cantidades adicionales de comida preparada; después, le enseñaré el trabajo y me preguntará por qué tenemos un veinte por ciento más de espacio de refrigeración de lo que tenía previsto que necesitábamos y, entonces, dedicaré diez minutos a explicarle que los espacios de refrigeración no vienen a medida, sino que se diseñan con unos metros cúbicos específicos, y que tener un veinte por ciento más es mejor opción que un tamaño menor, lo que solo nos daría un dos por ciento de espacio de refrigeración extra respecto a lo previsto.
Y me observará todo el tiempo. En silencio y con