Navidad en Reindeer Falls. Jana Aston
Читать онлайн книгу.empleados adicionales. Luego, tendré que rehacer todas las previsiones estimadas de ventas. Y contratar a un diseñador que se encargue de los envases, bolsas y vasos para llevar. Después, tendré que conseguir todo eso y presentar muestras. No, no me va a llevar una semana, sino el resto del mes.
—Mándame un informe cuando acabes —añade Nick, como si esto fuera la conclusión inevitable solo porque ha dado la orden. Sé que es el jefe. De verdad que lo sé. Pero te aseguro que su abuelo no hacía las cosas así.
Para empezar, no llevó ni un solo traje que hiciera que me preguntase cuál sería su aspecto si estuviese desnudo.
¡Buf! No pienso ir de viaje con él. Ni en broma. Quizá ya se le ha olvidado. Me remuevo en la silla y miro a Nick por el rabillo del ojo mientras fríe a preguntas al director de almacén acerca de los costes de materiales. Nunca he ido a un viaje de trabajo. Ni siquiera sé cómo organizarlo. ¿Se supone que tengo que reservar yo el vuelo y el hotel y luego enviar la factura con los gastos? ¿O es su asistente el que hace la reserva? Quizá… Quizá pueda ignorar la situación hasta que sea demasiado tarde. Se marcha en menos de una semana, así que lo más seguro es que sea demasiado tarde para reservar otro vuelo. En diciembre, para más inri. Expiro y me relajo en la silla de la sala de conferencias.
Nick mira en mi dirección mientras el director de almacén le explica los costes de las cestas de Navidad. Me enderezo un poco y me pregunto si he suspirado muy fuerte.
Un momento después, me llega un correo a la bandeja de entrada.
En el asunto pone «Itinerario de viaje».
Capítulo 3
—No puedo ir a Alemania la semana que viene —anuncio con seguridad y firmeza.
Me he pasado toda la tarde practicando frente al espejo del baño el discurso para librarme del viaje con Nick y creo que es sólido. Estoy segura de que he previsto todos los argumentos y me he preparado para rebatirlos.
—Coordinaré el negocio de comida preparada con mi contacto del Oso de Baviera por correo electrónico —añado sin esperar una respuesta.
Cuando por fin reúno el coraje para entrar en su despacho y hablar con él, Nick se encuentra mirando la pantalla del ordenador con el ceño fruncido. No he esperado a tener su atención antes de soltarle el discurso a propósito. Nota mental: me sorprende que el ceño no se le haya quedado fruncido de forma permanente en su bonita cara. Apuesto a que le saldrán líneas de expresión en la frente antes de los cuarenta.
—Sería igual que si estuviese allí, pero más fácil para todos.
—¿Igual? —Se reclina en la silla y me dedica toda su atención. Sustituye el ceño fruncido por una expresión que definiría como escéptica mezclada con curiosidad. Apoya una mano en el reposabrazos de su silla y con la otra se coloca bien la corbata. Su tío llevaba corbatas navideñas todo el mes de diciembre. Tenía tantas que se ponía una distinta cada día.
La corbata de Nick es del color del carbón.
—Virtualmente hablando —digo con una sacudida de mano.
—Dime, señorita Winter, ¿qué parte de «vendrás conmigo a Alemania» parece opcional? Porque no lo es.
Odio hablar con él en el despacho de su tío. Lo sé, ahora es el de Nick. No estoy en fase de negación. Sus tíos ya se han mudado a Key West junto con media docena de gallinas como mascotas que merodean por el jardín y entran y salen de un gallinero hecho a medida. En realidad, tampoco lo entiendo, pero el señor y la señora Saint-Croix parecen emocionados con su jubilación y soy muy consciente de que no van a volver.
Pero hablar con Nick en este despacho me confunde porque no lo ha redecorado. Esperaba que reemplazase los pósteres enmarcados de juguetes y frases motivacionales cursis con la silueta de una gran ciudad o con su diploma de Dartmouth. O que cambiase el viejo escritorio de madera en el que se sentó su tío durante casi cuarenta años por uno elegante, moderno y nuevo.
Pero no lo ha hecho. Lo único que ha cambiado han sido la silla y el ordenador. Y alguna que otra cosa.
Ha añadido un tablón de anuncios enorme con un marco grueso de roble y lo ha colgado en la pared junto a la puerta, justo frente a la mesa de Nick. Apareció un fin de semana como por arte de magia hace más o menos un mes y sigue vacío desde entonces. Me pone de los nervios que esté vacío. ¿Qué sentido tiene disponer de un tablón de anuncios si no vas a poner nada? Es raro.
Él es raro.
—No voy a terminar los cambios de la cafetería para final de mes si pierdo una semana de trabajo con el viaje a Alemania.
—¿Quién ha dicho que el plazo límite de los cambios sea a final de mes? —Deja la corbata y tamborilea con los dedos sobre la mesa.
—Supuse que querías…
—Me gustaría que dejases de asumir cosas —me interrumpe. Lo dice con un tono mordaz, pero no esperaba que su voz sonase tan suave. Me descoloca. Y hay algo en su expresión, algo que no sabría identificar. Su irritación y exasperación no son nada justas. Me mantiene alerta al pedirme informes de manera constante, cuando me desafía en las reuniones y cuando se me echa encima para hacerme preguntas que ya he respondido por correo.
«Soy yo la que debería estar molesta, no él», pienso indignada.
—Nick, es Navidad —digo, y sé que por mi voz suena a súplica, pero no puedo evitarlo. Diciembre en Reindeer Falls es mi época favorita del año. Todo el mundo lo sabe.
—Estamos a 3 de diciembre —responde con sequedad. Está claro que mi súplica no lo ha impresionado.
—Ya sabes a qué me refiero. Es la época navideña —replico y extiendo los brazos para indicar que el mes entero es Navidad. Lo es. No tendría ni que explicarlo.
—En Alemania también es la época navideña —contraargumenta—. Pensaba que la idea de ver el lugar en que se inspira Reindeer Falls en la época más mágica del año te atraería.
En eso no se equivoca. Debería atraerme. Me atrae.
Lo que me incomoda en sitios que no debería es la idea de estar en su compañía durante buena parte de la semana.
Bajo la mirada al escritorio antes de lanzarme a por la siguiente excusa de mi lista.
—A lo mejor no lo sabes, pero este año la cadena Food Network va a grabar El maestro del jengibre en Reindeer Falls, y mi hermana tiene muchas posibilidades de ganar. Tengo que estar aquí para verlo.
—La final se graba en directo en Nochebuena desde la plaza —responde Nick sin inmutarse—. Te aseguro que para entonces ya habremos vuelto.
Su silla elegante emite un chirrido cuando gira un par de centímetros para mirarme. Disfruta de lo lindo de cada segundo.
Pero, además…
Hijo del cascanueces, ¿cómo lo sabía? ¿Cómo estaba al tanto de lo de El maestro del jengibre? Contaba con que no tuviera ni idea del calendario de fiestas locales. No tardo en pasar al siguiente argumento.
—No tengo pasaporte —anuncio. Hasta me las apaño para añadir un tinte falso de tristeza a mi mentira.
Nick me observa un buen rato. El silencio pesa entre los dos hasta que casi empiezo a moverme inquieta por la mentira. Nerviosa por tener su atención. Pasan las horas. Eones. Da tiempo a hacer la masa de las galletas para Papá Noel, hornearlas, dejar que se enfríen y emplatarlas en el tiempo que Nick me mira a la espera de que confiese.
—Entonces —dice finalmente; habla despacio y de manera deliberada—, ¿debo asumir que el mes pasado saliste y volviste al país de forma ilegal cuando te tomaste tres días de vacaciones para ir a la boda de tu prima en México?
Se me abren los ojos como platos y me ruborizo. Estoy segura de que nunca le dije que la boda era en México. Miro fijamente