E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Bianca septiembre 2020 - Varias Autoras


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susto–. La culpa es mía. Está claro que la obsesión que tenía antes del accidente por conseguir atención mediática ha provocado esto.

      –Pues claro que no; querías ser actriz y necesitabas darte a conocer. Ese mundo funciona así –le contestó Lorenzo–. Siento haberte dado la impresión de que tus metas profesionales eran una mala elección; hacías lo que tenías que hacer para conseguir tus aspiraciones.

      «Pero, estando casada contigo, sí que eran una mala elección», añadió Brooke para sus adentros. Estaba claro que a él, que era un hombre muy reservado, lo último que le gustaba era que su esposa estuviera en el punto de mira de los medios. También estaba claro que antes del accidente eso a ella no le había importado demasiado. Tenía veintiocho años, así que difícilmente podría achacar su comportamiento a inmadurez. Había antepuesto su carrera a su matrimonio.

      –¡Vamos, Topsy! –llamó a su mascota.

      La perrita corrió hacia ellos, con la lengua fuera y las largas orejas agitándose en el aire. Brooke se agachó para levantarla y se puso a acariciarle la cabeza mientras le decía que era un gran perro guardián.

      Lorenzo la observaba anonadado. A Brooke nunca le habían gustado los animales, pero un fan anónimo le había regalado aquel cachorro cuando los perros falderos estaban de moda. Brooke había llevado al animal a casa consigo, lo había dejado en la cocina y, hasta donde él sabía, no había vuelto a mirarlo.

      Había llegado el momento de tener otra charla con el psiquiatra de Brooke para preguntarle cómo era posible que su esposa estuviese exhibiendo rasgos completamente nuevos en su personalidad, además de gustos muy distintos a los que tenía antes. Ya no estaba obsesionada con las ensaladas ni se preocupaba por su dieta. Tampoco usaba ya el gimnasio, y apenas bebía alcohol, a excepción de una copa de vino en la cena. Estaba observando tantos cambios que ya no sabía qué esperar cuando habría jurado que lo sabía todo de ella.

      –¿Te apetece una copa después de este… incidente tan desagradable? –le propuso cuando volvieron dentro y pasaron al comedor.

      –No es necesario; estoy bien. Pero agradezco que hayas venido en mi auxilio –murmuró ella, alzando la vista hacia él.

      –No tienes que darme las gracias; esta mañana no me porté bien contigo. Te ataqué y te juzgué mal.

      Ella lo miró a los ojos.

      –No pasa nada –murmuró ella en un tono juguetón, avanzando hacia él–; ya te he perdonado.

      –Pues no deberías perdonarme tan fácilmente –la reprendió él con una sonrisa sarcástica, al tiempo que retrocedía, intentando mantener las distancias entre ellos.

      Sin embargo, no pudo evitar tensarse cuando la cálida mirada de Brooke le provocó una punzada de deseo en la entrepierna.

      Brooke se dio cuenta de que, sin pretenderlo, estaba a punto de arrinconarlo contra la pared y se rio, sorprendida, preguntándose si Lorenzo siempre sería tan corto, tan serio, tan dado a decir y hacer solo lo correcto que ni siquiera se daba cuenta de cuando su esposa se le estaba insinuando.

      Le puso las manos en la camisa para deslizarlas por su pecho, recorriendo con las yemas de los dedos cada centímetro de sus impresionantes músculos, y se puso de puntillas para apretar sus labios contra los de él.

      Lorenzo hundió los dedos en su rizada melena, y ella sonrió contra su boca y se dejó llevar cuando hizo el beso más profundo. Ya no le quedaba duda alguna de que su marido la deseaba, se dijo con satisfacción; solo necesitaba un empujoncito.

      En ese momento se oyó un ruido detrás de ellos, y Lorenzo la apartó como si le hubiesen arrojado agua hirviendo. Era Stevens, el mayordomo, que murmuró una disculpa y les anunció que la cena estaba servida.

      Con las mejillas ardiendo, Brooke deseó que la tragase la tierra en ese momento y fue a sentarse a la mesa. Tomó su copa de vino para tomar un sorbo, no porque tuviera sed, sino para rehuir la mirada de Lorenzo. Estaba tan azorada por su atrevido comportamiento… Pero es que era como si Lorenzo fuese un imán que la atraía con tal fuerza que le era imposible resistirse.

      La enfurecía que Lorenzo se comportara como si nada hubiera pasado, preguntándole por su día y otras cosas triviales. Sin embargo, se esforzó por calmarse. No era culpa de Lorenzo que ella quisiera que fuese la clase de hombre que diría que al cuerno con la cena y la llevaría al sitio más cercano donde pudieran tener privacidad para hacerle apasionadamente el amor.

      ERA AHORA o nunca, se dijo Brooke, desafiándose a sí misma, aunque para sus adentros se moría de vergüenza por lo que estaba a punto de hacer.

      Los espejos del vestidor reflejaban su esbelta figura enfundada en un camisón de satén blanco y encaje. Se sentía rara llevando algo así, porque le parecía que era más una chica de pijamas, que aquel camisón tan sexy y a la última no iba con ella. Sin embargo, a juzgar por la extensa colección de lencería atrevida que había encontrado en el vestidor, parecía que su antiguo yo nunca había sucumbido a la tentación de anteponer la comodidad a la imagen. No, un pijama no era nada sexy y ella necesitaba parecer sexy, ¡lo necesitaba desesperadamente!

      ¿Y si Lorenzo la rechazaba, después de todo? ¿Cómo se repondría de esa humillación? Inspiró profundamente. Lo que la movía era la necesidad que sentía de tener un matrimonio normal, sumada al deseo que sentía por Lorenzo, se recordó. Además, ¿por qué habría de rechazarla cuando la había besado como si le fuese la vida en ello?, se preguntó, intentando apuntalar su maltrecho valor mientras se acerca a la puerta que comunicaba sus dormitorios y alargaba la mano hacia el picaporte.

      ¡La condenada puerta estaba cerrada con llave! No podía dar crédito, pero le preocupaba tanto acabar acobardándose, que salió de su dormitorio y recorrió el corto trecho hasta el de él. La puerta estaba abierta, y se coló dentro con el corazón desbocado.

      No podía creer la suerte que había tenido cuando oyó el ruido de la ducha en el cuarto de baño. Se subió de un salto a la cama de matrimonio y apagó las luces. No, quizá fuera un poco cobarde apagarlas, pensó contrayendo el rostro. Si se había puesto aquel camisón tan sexy era para que él lo viera. No era momento de ponerse tímida, se dijo, y volvió a encender.

      Lorenzo estaba de mal humor cuando salió de la ducha y agarró una toalla para secarse el pelo. Le costaba creer que el estar conviviendo con Brooke pudiera provocar en él ese deseo imposible de ignorar que parecía estar consumiéndolo por dentro. ¿Cómo podía estar pasando algo así?

      Cuando salió del cuarto de baño desnudo y la vio tumbada en su cama la poca capacidad de autocontrol que le quedaba se resquebrajó y ya no pudo contenerse más. Estaba harto de reprimirse todo el tiempo y de las advertencias de sus abogados, y lo único en lo que podía pensar era en que en su dormitorio no había cámaras y que podía hacer lo que le viniese en gana con la mujer con la que se había casado. Porque Brooke aún era su esposa, y él la deseaba a ella y ella a él.

      –Se… se me ocurrió que podríamos… –balbució Brooke, mientras intentaba, en vano, pensar en algo atrevido que decir.

      Se sentía como si nunca se hubiera acostado con un hombre, y eso no hacía sino aumentar sus nervios.

      –A mí se me estaba ocurriendo lo mismo –murmuró Lorenzo, con esa voz grave tan sexy.

      Pero es que además le sonrió –¡una sonrisa de verdad!–, y era una sonrisa tan arrebatadora que el pulso se le disparó y el estómago se le llenó de mariposas. Lorenzo tenía un cuerpo tan increíble… todo bronceado, cubierto de vello, tan viril… Al ver que ya estaba excitado, se le secó la boca.

      –Entonces… –musitó con voz trémula–, ¿no vas a echarme?

      Lorenzo, que aún tenía el cabello húmedo, ladeó la cabeza y la miró de arriba abajo de un modo ardiente.

      –¿Tú me deseas?

      Algo nerviosa


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