E-Pack Bianca septiembre 2020. Varias Autoras

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ti no estaré demasiado cansado –murmuró con voz aterciopelada, apartando cualquier pensamiento de trabajo de su mente para vivir el presente.

      Cuatro semanas después seguían en Italia porque Lorenzo había vuelto a alargar su estancia. Brooke, que acababa de poner la mesa en el patio, retrocedió un par de pasos para admirar lo bonita que le había quedado. Tarareando, volvió a entrar en la cocina para ver cómo iba la comida que tenía al fuego.

      Esa noche estaba preparando ella la cena porque Sofía se había ido unos días a visitar a su hija. Había descubierto que no se le daba tan bien la cocina como había esperado, pero Sofía le había dado unos cuantos consejos útiles y con algunos preparativos previos se había sentido capaz de probar a hacer un menú sencillo.

      Sus ojos se posaron en la labor de punto que Sofía había dejado en la mesita del rincón. Estaba tejiendo una chaquetita de lana para su primer nieto. La tomó, incapaz de explicar por qué le había llamado la atención, y mientras la estudiaba descubrió que no solo sabía cómo se llamaban cada uno de los puntos, sino que hasta se dio cuenta de que en una de las vueltas Sofía había cometido un error. Parpadeó y notó una fuerte punzada en la sien. Sacudió la cabeza sorprendida. Bueno, sí, parecía que sabía tricotar, pero… ¿y qué?, se dijo, quitándole importancia. ¡Pues como tantas otras personas!, se respondió, frotándose la sien hasta que el dolor comenzó a disiparse.

      Sin embargo, cuando salió de nuevo al patio unos mareos repentinos hicieron que la cabeza le diera vueltas y que le flaquearan las piernas. Se apresuró a sentarse, puso la cabeza entre las piernas e inspiró lenta y profundamente. No sabía qué le pasaba, y ya había pensado en pedir cita con un médico cuando volvieran a Londres al día siguiente.

      Dudaba que los mareos y el dolor de cabeza tuvieran relación alguna con la contusión que había sufrido en el accidente. Y tampoco creía que esa fuera la causa de las náuseas que había sentido de tanto en tanto en los últimos días, pero sí pensaba que ya iba siendo hora de que se hiciera una revisión, de todos modos. Quizá hubiera pillado algún virus, pensó preocupada.

      Volvió a levantarse y alzó la mirada hacia el tranquilo paisaje de viñedos y huertos frutales que se extendía más allá de los jardines. Nunca hubiera imaginado que acabarían quedándose todo un mes en Italia. El tiempo había pasado tan deprisa…

      Durante ese tiempo Lorenzo había tenido que ir a montones de reuniones de negocios, algunas incluso en otras ciudades de Italia, como ese día, o fuera del país, pero el resto del tiempo estaba allí, con ella, bien trabajando desde casa o bien llevándola a hacer un poco de turismo, y su tranquila estancia en la Toscana estaba obrando maravillas en su estado de ánimo.

      Por desgracia no le habían vuelto más recuerdos, y eso la decepcionaba un poco, pero, viéndolo por el lado positivo, estaba durmiendo bien, comiendo bien, y en general se sentía con más fuerzas. Claro que una buena parte de todo eso se debía a que su relación con Lorenzo había mejorado. Cuando le había propuesto que dejasen que la situación fluyese y viesen cómo iban las cosas, no le había prometido que fuera a hacer un esfuerzo especial, pero estaba claro que estaba esforzándose por que todo fuera bien.

      Por muy ocupado que estuviera, siempre buscaba tiempo para ella. La había llevado a degustar el vino local a la Piazza Grande de Montepulciano, habían paseado a la sombra de los árboles a lo largo de las murallas de Lucca, explorado el laberinto de las cuevas subterráneas de Pitigliano y los jardines Garzoni en Collodi. También la había llevado a cenar a varios restaurantes maravillosos de Florencia, aunque había disfrutado muchísimo más con el picnic en el huerto de naranjos al pie de la villa porque Lorenzo la había sorprendido con un colgante de zafiro que la había dejado sin aliento, y luego le había hecho apasionadamente el amor.

      Para cuando oyó posarse el helicóptero de Lorenzo, ella ya tenía el primer plato en la mesa. Dio un paso atrás y sonrió al verlo subir la colina en dirección hacia ella. Estaba guapísimo, vestido con un traje gris tórtola a medida y el cabello negro despeinado.

      Cuando vio que Brooke estaba esperándolo, una amplia sonrisa asomó a los labios de Lorenzo. Probablemente era un poco presuntuoso por su parte, pero lo halagaba que su esposa estuviera impaciente por que llegara. Su figura, esbelta pero curvilínea, toda de blanco parecía la de un ángel, con una nube de rizos rubios enmarcando sus bellas facciones.

      –He preparado la cena –le dijo–. Venga, siéntate.

      –Es que quería darme una ducha antes…

      –Ni hablar; se enfriará la comida –replicó Brooke–. Si quieres comer, es ahora o nunca.

      Lorenzo sonrió con picardía.

      –Hagamos un trato: yo me siento a comer ahora si tú luego te vienes a la ducha conmigo…

      –Hecho –murmuró Brooke sonrojándose. Cuando se sentaron los dos a la mesa, señaló el plato de él con un ademán–: Venga, come. Es una comida muy sencilla, pero es que todavía tengo mucho que aprender.

      –No te preocupes; si lo que no acabo de creerme es que hayas hecho la cena… –le confesó Lorenzo.

      –Bueno, no me darán una estrella Michelín ni nada de eso, pero he pensado que tampoco podía ser tan difícil cocinar algo –respondió ella muy seria.

      Empezaron a comer con apetito y, después de charlar un rato de cosas intrascendentes, Lorenzo le preguntó:

      –¿Cómo llevas lo de volver a Londres mañana?

      –Me entristece un poco –admitió ella, dejando el tenedor para juguetear con el zafiro que pendía de su cuello–. Me encanta este lugar y me siento mucho más relajada que cuando llegamos, pero sé que no podemos vivir eternamente desconectados del resto del mundo.

      –No, es verdad –asintió Lorenzo, apartando su plato al terminarlo. Se echó hacia atrás en su asiento y le preguntó–: ¿Por qué te has tomado tantas molestias?; podríamos haber cenado fuera. Es lo que suelo hacer cuando Sofía libra.

      –Es que… como es nuestra última noche aquí… –Brooke se encogió de hombros en un intento por parecer despreocupada.

      Se levantó para ir a la cocina a por el segundo, un estofado. Lo sirvió en un par de platos y volvió fuera.

      –Tiene muy buena pinta –comentó Lorenzo cuando le puso el suyo delante.

      –Espero que también sepa bien –respondió ella mientras se sentaba de nuevo.

      Lorenzo saboreó el plato en silencio, disfrutando de cada bocado, y cuando hubo acabado rebañó la salsa con el pan y le dijo con una sonrisa traviesa:

      –No se hable más: a partir de hoy cocinarás cada noche que pueda pasar sin ti.

      –¿Y eso cada cuánto será? –inquirió ella juguetona, levantándose y recogiendo los platos para traer el postre.

      –Me temo que no muy a menudo –le confesó Lorenzo, siguiéndola hasta la cocina. Cuando Brooke metió los platos en el fregadero, le rodeó la cintura con los brazos, atrayéndola hacia sí–. Tienes tareas mucho más importantes que la cocina, cara mia.

      Al notar que estaba excitado, Brooke se echó hacia atrás, apretándose contra él, y se deleitó al oírlo aspirar hacia dentro, y aún más cuando le desabrochó los vaqueros y su mano descendió por su vientre tembloroso hacia su sexo.

      –¿Qué clase de tareas? –le preguntó con voz trémula, sospechando que no llegarían a tomarse el postre.

      Al notar la húmeda bienvenida bajo sus braguitas y escuchar el gemido que escapó de sus labios, Lorenzo se rio suavemente.

      –Creo que tú ya sabes cuáles son, gatita mía.

      –Pues tienes que tomar una decisión –murmuró Brooke. Luchando contra el deseo, se apartó de él y se abrochó los vaqueros–: o el postre… o yo.

      Lorenzo la atrajo de nuevo hacia sí.

      –Soy italiano;


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