E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras
Читать онлайн книгу.¿Sabes una cosa? Creo que le gustabas más tú que Alex.
Chelsea se echó a reír, pero luego se puso muy seria de repente:
–¿Por qué has dicho que le gustaba?
Yelena la miró a los ojos.
–Voy a contarte algo que no debería saber nadie, pero pienso que debes saberlo. No sé cómo decirlo… Gabriela… bueno, murió.
Chelsea dio un grito ahogado y Yelena le agarró la mano.
–¿Cómo? ¿Cuándo? –consiguió preguntar por fin.
–En marzo. Estábamos en Alemania. La llevaron al hospital, pero había perdido mucha sangre y no pudieron hacer nada por ella…
–¿Fue un accidente? ¿De coche?
Yelena solo pudo asentir al ver las lágrimas en los ojos de la hermana de Alex. «Perdóname por la mentira piadosa, pero es necesaria», pensó.
Chelsea se puso a llorar y la abrazó. Yelena contuvo las lágrimas y cuando la chica se apartó de ella, le ofreció un pañuelo.
–Siento no habértelo contado antes –le dijo.
–No pasa nada –respondió Chelsea, limpiándose las mejillas–. La echo de menos.
–Yo también.
–Ella… era la única a la que podía contarle las cosas.
–¿Qué tipo de cosas? –le preguntó Yelena.
–Cosas –repitió la chica, encogiéndose de hombros–. Como lo que quería hacer con mi vida. Los lugares a los que quería ir. Ella había viajado mucho.
Yelena sonrió.
–Sí, le encantaba viajar.
–Era genial –dijo Chelsea sonriendo–, y siempre tenía tiempo para mí. Como tú.
A Yelena le gustó oír aquello.
–Gracias.
Entonces, Chelsea se puso tensa y levantó la vista, Yelena siguió su mirada y un segundo más tarde, vio entrar a Alex por la puerta.
–Son las nueve y media –dijo este.
–Sí –respondió Yelena, terminándose el café y dejando la taza en la bandeja–. ¿Querías algo?
Alex miró a Chelsea.
–¿No tienes clase?
–Todavía no –respondió su hermana.
–¿Por qué no vas a ver si mamá quiere desayunar?
–Creo que ya…
–Chelsea. Márchate.
–Vale –respondió ella, tomando su bolso y fulminándolo con la mirada.
Luego sonrió a Yelena y salió de la habitación.
Yelena hizo una mueca, y Alex entró del todo y cerró la puerta tras él.
–¿Cómo está tu…? –hizo una pausa y añadió–: ¿Bella?
–Está bien.
–¿Necesita algo?
Yelena sonrió.
–Aparte de comer, dormir y que le cambien el pañal, no. Solo tiene cinco meses.
–Vale.
Yelena inclinó la cabeza hacia un lado.
–¿Cuántos años tenías cuando nació Chelsea, quince?
Él asintió.
–Pero casi no la veía. Estaba siempre con niñeras.
–Pues a tu madre no parece importarle mancharse las manos –comentó ella.
–Fue idea de mi padre.
–Ah.
Aquel era otro comentario desfavorable más dirigido a William Rush. Ella no se imaginaba estar separada de su hija y no darle la comida, el baño y disfrutar de ella.
Alex debió de imaginar lo que estaba pensando, porque arqueó una ceja.
–Cuéntame lo que estás pensando –le dijo.
–Es solo que… –tomó los papeles que tenía encima de la mesa y evitó su mirada–. Conozco a muchas personas que han ido a la universidad, que han conseguido un buen trabajo y se han centrado en su carrera. Trabajan duro y salen de fiesta, pero siguen esperando que algo le dé sentido a sus vidas. Una gran pasión. Un bebé te cambia la vida –levantó la vista por fin–. Supongo que todas las madres nos sentimos así.
–Al menos, las buenas –comentó él.
Ella sonrió débilmente.
–¿Quieres ver lo que he estado haciendo? –le preguntó.
Alex asintió con firmeza y se sentó. Por suerte, Yelena no había mencionado lo ocurrido el lunes por la noche.
Él había estado tan seguro de su implicación en todos sus problemas, que no se le había ocurrido pensar que el propio Carlos hubiese oído la conversación que había tenido con su padre. Y que Yelena pudiese ser inocente. Así que Alex había pasado el día anterior poniendo en orden sus ideas, hasta que se había metido en Internet y había leído los periódicos.
Había sentido ira y asco al leer más mentiras acerca de William Rush y, en esa ocasión, su amante desconocida.
Había deseado romper la pantalla del ordenador, pero, en su lugar, se había servido un whisky. Luego, había tirado el vaso al suelo del patio y, mientras recogía los fragmentos, en vez de pensar en Carlos, había pensado en Yelena.
¿Cómo podía ser tan difícil tomar una decisión?
Ya la tenía allí, pero lo que sentía al estar cerca de ella no era lo que había esperado sentir. Y, además, tenía una hija, y no era suya.
¿Por qué se le hacía un nudo en el estómago cada vez que se la imaginaba en la cama con otro?
«Porque… porque… es mía», pensó.
–Como ves, el coste de la decoración será…
Yelena dio un grito ahogado cuando Alex alargó el brazo para tomar los papeles y lo que agarró fue su mano.
Sus miradas se cruzaron y ella parpadeó con fuerza y se apartó.
Y Alex deseó algo más, pero el momento pasó demasiado pronto y eso lo entristeció.
Leyó los papeles y dijo:
–Cuéntame el resto del plan.
Ella tragó saliva con nerviosismo y empezó:
–Después de la fiesta, tu madre ha sugerido que nos centremos en la comunidad local. Le encanta la zona y quiere ayudar a sus habitantes. Con un programa de escolarización y haciendo varias donaciones.
–¿Y su trabajo en Canberra? ¿No se verá perjudicado si asume más compromisos?
–Alex… –Yelena dudó–. ¿No te lo ha contado?
–¿El qué?
–Que sigue haciendo donaciones, pero ha dimitido de las juntas de las organizaciones.
–Ya veo –respondió él.
–Pam ha querido dimitir. Alex, escúchame. Después de los rumores… –hizo una pausa–. Mira, no quiero meterme en vuestros problemas familiares…
–No lo estás haciendo. Ya les he contado a las dos por qué estás aquí, lo que debería facilitar tu trabajo.
Yelena supo que aquello no tenía nada que ver con la campaña, pero asintió.
–Gracias, pero si no estamos todos en