Un secreto desvelado. Moyra Tarling

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Un secreto desvelado - Moyra Tarling


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le ayudó a calmar los nervios.

      No por primera vez, deseó haber encontrado una fotografía de Michael Carson entre los objetos personales de su madre; sin embargo, el diario y la carta era todo lo que había.

      Tendría que ser paciente. Era una suerte que su padre volviera en ese momento del crucero.

      Al morir de cáncer un año atrás, su madre la había dejado sin familia: ni hermanos, ni tíos, ni primos ni abuelos. Aunque su madre se casó con Brian O’Sullivan cuando Maura tenía tres años, el matrimonio no tuvo hijos.

      Maura se había preguntado con frecuencia por qué su madre se casó con Brian; quien, bajo la insistencia de su madre, había acabado por adoptar a Maura. Pero su sueño de formar parte de una verdadera familia, de tener un padre que la quisiera incondicionalmente, pronto se vio truncado.

      Para Brian O’Sullivan, ella era la hija de otro hombre, y la ignoró la mayor parte del tiempo. Su tendencia a la bebida le transformó en un hombre irascible y difícil de tratar, y Maura aprendió pronto que lo mejor era mantenerse apartada de su camino.

      El matrimonio duró tres años. Su madre, cansada del alcoholismo y los insultos de su marido, solicitó el divorcio. Deshacerse de él fue un alivio para Maura; sin embargo, la negativa presencia de Brian solo consiguió aumentar su deseo de tener un verdadero padre.

      Le preguntó a su madre sobre él, pero ésta le dejó claro que el tema era tabú. Aunque sabía que su madre la quería, Maura siempre tuvo la impresión de ser una carga para ella. Por ese motivo, toda la vida había sentido envidia de sus amigas, con padres cariñosos y siempre dispuestos a ayudarlas en lo que necesitaran.

      Enterarse de la existencia de su padre y de que vivía en California la había conmovido, y se dio cuenta de que no descansaría hasta no verle cara a cara y preguntarle por qué les había dado la espalda a ella y a su madre.

      Necesitaba saberlo. Se merecía saberlo.

      Maura volvió a entrar en el cuarto y se fijó en la bonita decoración. El suelo estaba cubierto con una moqueta color crema; el mobiliario, de madera de caoba, consistía en una cómoda, dos mesillas de noche haciendo juego y una preciosa cama doble con cabecero de madera tallada.

      La colcha le recordó a Maura un campo de flores silvestres; y las paredes, pintadas color albaricoque claro, añadían frescura al ambiente.

      Se acercó a la maleta, la puso encima de la cama y comenzó a deshacerla.

      Spencer estaba en la barra de bar del cuarto de estar sirviéndose una copa de whisky. Sus padres estaban en la cocina, terminando de preparar la cena.

      Diez años atrás, su padre había dejado en sus manos las riendas del rancho. Desde entonces, su padre encontraba un gran placer en merodear por la cocina.

      Durante la infancia y adolescencia de él y su hermana, su madre tenía cocinera; y una vez que se marcharon de casa para ir a estudiar a la universidad, su madre no tuvo valor para despedir a la señora B. La señora B enseñó a su nuevo alumno, Elliot Diamond, todo lo que sabía; entre tanto, la madre de Spencer había animado a su marido en su nueva carrera.

      Spencer sonrió. Después de más de cuarenta años de matrimonio, sus padres seguían muy enamorados y disfrutaban de su mutua compañía. Y cuando Spencer se casó con Lucy, creyó que su matrimonio sería igualmente duradero.

      Se había equivocado. Su matrimonio fue un desastre en el que sus sueños frustrados le dejaron en un mar de dolor y amargura.

      Un leve sonido llamó su atención; al volverse, vio a Maura, a la entrada del cuarto de estar, con una blusa color crema y una falda multicolor que le llegaba a los tobillos. Su cabello rojizo estaba recogido en un moño en la nuca.

      —Entra —invitó él; consciente, una vez más, de lo mucho que esa mujer le atraía—. ¿Te apetece una copa?

      Le gustaba más con el cabello suelto, como lo llevaba cuando la conoció. Tuvo que resistir la tentación de quitarle las horquillas.

      —Sí, gracias, agua mineral —contestó ella.

      Maura se acercó a él, deteniéndose al otro lado de la barra de bar.

      —¿No te apetece mejor una copa de vino?

      Maura se mordió el labio inferior. Al momento, los músculos del estómago de Spencer se tensaron al sentir una emoción adormecida en él desde hacía mucho tiempo.

      —Bueno, de acuerdo.

      —Estupendo, ahora mismo te la sirvo.

      Spencer dejó su vaso en la barra, abrió el pequeño frigorífico que había debajo y sacó una botella de vino.

      Con la facilidad de la experiencia, la descorchó con un sacacorchos grande de cobre que formaba parte de la barra de bar.

      —Es un sacacorchos maravilloso —comentó Maura mientras le veía servir el claro líquido en una copa.

      —Y muy eficaz —añadió Spencer al tiempo que le daba la copa.

      —Gracias —los dedos de Maura rozaron los de él y, al momento, un temblor le subió por el brazo.

      Maura, sorprendida, lo miró. En el momento en que sus ojos se encontraron, a Maura le dio un vuelco el corazón.

      —Oh, ya estás aquí, Maura —dijo Nora Diamond rompiendo la tensión.

      Aliviada por la interrupción, Maura se volvió a su anfitriona.

      —¿Has encontrado tu habitación cómoda? —preguntó Nora.

      —Sí, es preciosa, gracias —respondió Maura.

      —Por favor, si necesitas algo, dímelo —dijo Nora con una sonrisa—. ¿Estás bebiendo Chardonnay?

      Maura asintió.

      —Sí, su hijo me ha servido una copa.

      —Spencer, querido, si no te importa, sírveme una a mí también —dijo Nora—. Maura, mi marido me ha pedido que os diga que la cena está lista; así que, por favor, siéntate a la mesa. Y ahora, si me perdonas, voy a echar una mano a Elliot.

      Evitando la mirada de Spencer, Maura se acercó a la mesa de roble. Dejó el vaso encima de la mesa y sacó la silla más cercana.

      —¿Qué te parece el vino? —le preguntó Spencer acercándose a la mesa.

      Le sujetó la silla para ayudarla y, cuando Maura se sentó, sintió el cálido aliento de él en la nuca.

      La piel se le erizó, y Maura tuvo que hacer un inmenso esfuerzo por evitar que la mano le temblara al ir a levantar la copa.

      Bebió un sorbo de Chardonnay, más para tranquilizar sus nervios que por probarlo; cuando la sedosa frescura del líquido le refrescó la garganta, sintió que la tensión de su cuerpo empezaba a desvanecerse.

      —Mmmm… delicioso. Muy refrescante y con sabor a fruta —comentó ella.

      —Me dejas impresionado —Spencer dejó la copa que su madre le había pedido delante de su plato—, creía que los de Kentucky solo bebían bourbon.

      —Bueno… es verdad —comentó Maura disimulando una sonrisa—. Y, como debes saber, es el mejor bourbon del mundo. No obstante, algunos de nosotros somos capaces de apreciar una copa de vino decente.

      Spencer lanzó una carcajada. El sonido de aquella risa hizo que Maura volviera a temblar.

      De repente, apareció Elliot con una bandeja humeante que llevó a la mesa. Lanzó a Maura una sonrisa mientras dejaba la bandeja con pechugas de pollo sumergidas en una cremosa salsa de champiñón.

      Nora apareció con otras dos bandejas: una con patatas al vapor y otra con verduras salteadas.

      Una vez que se hubieron sentado y que la comida estuvo servida, la conversación fluyó con facilidad mientras comían.

      Spencer


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