Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
Читать онлайн книгу.la cabeza.
Olivia no podía ver lo guapa que estaba. Cálida, sonrojada y, por una vez, en absoluto tensa. Era casi como verla desnuda. Casi.
Jamie le tomó la mano y la condujo de nuevo a aquella fiesta llena de gente altiva y aburrida que estaba fingiendo disfrutar.
–¿Vienes a muchas fiestas como esta?
–No a muchas. Por lo menos ahora. Ahora intento decidir a las que de verdad quiero ir, pero, por desgracia, todas son como esta. Todo el mundo intenta impresionar a los otros y comportarse de manera intachable. ¿A qué clase de fiesta sueles ir tú?
–Yo no voy a fiestas. Trabajo.
–¿Tu trabajo no es tan glamuroso como parece?
–Es muy glamuroso, señorita Bishop, pero trabajo muchas horas.
–No me llames así –le pidió Olivia, dándole un cachete en el brazo.
–No seas así, Olivia. Me resulta muy excitante que seas mi profesora.
–Apenas puede decirse que sea tu profesora –le dijo, recordando lo que el propio Jamie le había dicho.
–Solo lo suficiente –le corrigió él.
Olivia soltó una carcajada y le dio un codazo en las costillas mientras se dirigían hacia unas puertas que daban a una terraza. Jamie ya había localizado a Víctor Bishop y era indiscutible que el tipo estaba tenso. Jamie le brindó una sonrisa.
–¿Y por qué has decidido apuntarte a las clases? –le preguntó Olivia mientras salían a la terraza.
Jamie estaba tan relajado que estuvo a punto de contestar con sinceridad. Pero recordó que estaba guardando un secreto y selló sus labios.
Olivia inclinó la cabeza.
–¿Por qué? –insistió ella.
– Por nada en particular. Solo quería actualizar algunos conocimientos básicos sobre el mundo de los negocios.
–No, me estás ocultando algo –habían llegado a una barandilla desde la que se disfrutaba de una vista espectacular, pero Olivia se colocó de espaldas a ella para mirarle a los ojos–. ¿Por qué te has apuntado a esas clases? Tengo la sensación de que llevas muy bien la cervecería.
Jamie miró por encima de ella.
–Qué vista tan maravillosa.
–Suéltalo.
Mierda.
–No quiero hablar de eso.
–¿Por qué no?
–Es demasiado pronto. Apenas estoy empezando a pensarlo.
–¿Estás pensando en montar tu propio negocio?
–¡No!
Olivia arqueó una ceja.
–No es eso, de verdad. Es solo que… No sé. Estoy pensando en ampliar las prestaciones de la cervecería.
Ella adoptó una expresión neutral y a continuación formó con la boca una bonita O de sorpresa.
–¡Vas a incorporar un restaurante!
–Shh –Jamie miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la había oído–. Todavía no. Y es posible que no lo haga nunca. Estoy yendo a tus clases para explorar las posibilidades. Eso es todo.
–Pues me parece genial. ¿Qué responsabilidades tienes en la cervecería? –se volvió para contemplar la vista una vez había conseguido sonsacarle su secreto.
–Yo me dedico a la barra y todos aportamos algo a la gestión –algunos más que otros.
–Servir comida supondría una mayor implicación en la cervecería.
El cuello le ardió de vergüenza. ¿Estaba insinuando que no sería capaz de involucrarse más?
–Sí, ya lo sé.
–Si necesitas cualquier tipo de ayuda, no dejes de decírmelo.
–Me las arreglaré.
Olivia le dio un golpe con la cadera.
–Tienes razón.
A lo mejor Olivia pensaba que no iba a ser capaz de hacerlo. A lo mejor había visto algo en él.
–¿De verdad?
–Sí –contestó ella con voz queda–. La vista es increíble.
¡Ah! Por supuesto. Jamie se inclinó contra la barandilla para mirarla, consciente de que el brazo de Olivia estaba a solo unos milímetros del suyo. Cuando vio que se le ponía la piel de gallina, tuvo la excusa perfecta para agarrarla del brazo y acercarla a él. La brisa agitaba la melena de Olivia, desnudando su cuello.
–Me alegro de que me hayas traído aquí –susurró–. Pero nos hemos olvidado de buscar a Víctor.
–Nos ha visto.
–¿De verdad? ¿Y crees que se ha dado cuenta?
Jamie le acarició la muñeca con el pulgar.
–Claro que se ha dado cuenta.
–¿Pero cómo?
Jamie la miró con expresión interrogante. Estaba desconcertada, algo que divirtió y extrañó a Jamie al mismo tiempo.
–Por tu boca –le aclaró, dejando que su mirada cayera sobre sus labios–, por tus ojos.
Olivia negó con la cabeza, como si no lo comprendiera.
Jamie sonrió.
–Se nota que estás excitada –le aclaró.
Olivia tensó los músculos del brazo y el rubor cubrió su rostro.
–No lo sé… Estoy segura de que… –cuando comenzó a apartarse, Jamie entrelazó los dedos con los suyos y la retuvo a su lado.
–Excitarse no tiene nada de malo, Olivia, ¿no crees?
–Es solo que… –volvió a negar con la cabeza y, en aquella ocasión, cuando se apartó, él se lo permitió–. Ni siquiera te conozco.
La alarma se encendió en sus enormes ojos. No parecía darse cuenta de que aquello formaba parte de la excitación. Parte de lo que había hecho que se le colorearan las mejillas y se le suavizaran los labios cuando la había besado.
–Es la química –musitó Jamie–. No tiene nada que ver con la razón. De hecho, es todo lo contrario.
–La química –susurró ella
La mirada de Olivia titiló un instante mientras la deslizaba por el cuerpo de Jamie y este sintió que la química volvía a activarse. Olivia curvó los labios antes de sacudir la cabeza y borrar por completo su sonrisa.
–Bueno, gracias.
–¿Por la química?
–Por seguirme el juego.
Jamie estaba siguiéndole el juego, sí, pero no todo había sido un juego. Aun así, si aquello la ayudaba a sentirse mejor, él estaba dispuesto a dejarlo pasar.
–¿Quieres que te traiga otra copa de vino?
–No. Creo que deberíamos irnos –le guiñó el ojo–. Ya has hecho tu trabajo.
–Olivia…
–Gracias otra vez. Por todo. Pero creo que deberías llevarme a casa.
Jamie sonrió. Aquello no sonaba como una invitación, pero, por lo menos, había conseguido un beso. El jueves le llevaría una manzana y vería hasta dónde podía llegar a partir de ahí.
5
No había llamado.