Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl

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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl


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padres. Cada hermano tenía una personalidad diferente, pero todos habían sido queridos por igual. Aunque había resultado ser Jamie el único que no lo merecía. Toda una sorpresa.

      –Yo no estoy muy unida a mi madre –confesó Olivia. Jamie oyó el sonido de un interruptor y la imaginó acomodándose en la cama–. Es una mujer fría, muy estricta. Y nada divertida.

      Jamie sonrió al oír su tono irónico.

      –Tú no eres una mujer fría –le aseguró.

      –¿No?

      –No. Estás tumbada en la cama con un pijama muy corto y manteniendo una conversación inapropiada con uno de tus alumnos, ¿no es cierto?

      La risa de Olivia volvió a disipar la tristeza.

      –Tú no sabes nada de mi pijama.

      –Shh.

      –Y esta conversación no tiene nada de inapropiado.

      –Podría tenerlo, si dejaras de intentar corregirme.

      –Jamie –suspiró–, eres increíble, ¿lo sabes?

      –Me encanta que susurres eso estando en la cama.

      Pero la voz de Olivia era cada vez más queda, de modo que Jamie fue lo bastante galante como para ofrecerle colgar. Pensó en la agenda que tenía para el día siguiente y esbozó una mueca. Le tocaba pasar el día entero haciendo trabajo de oficina y ocuparse después de la barra, y los viernes abrían hasta las diez. Gracias a Dios, aquel era un espacio de degustación y no un bar normal que abriera hasta altas horas de la madrugada.

      –Si eres capaz de aguantar despierta una hora más, mañana también te arroparé antes de dormir.

      –Me encantaría –susurró Olivia.

      Y Jamie casi pudo sentir sus dedos deslizándose por su cuello.

      –A mí también me encantaría.

      Qué relación tan extraña. Nada de sexo. Largas conversaciones íntimas. Y maldita fuera si no le gustaba.

      6

      –¿Por qué no contestas a mis mensajes?

      Olivia no se podía creer que hubiera contestado al teléfono. Había estado evitando a Víctor durante toda la semana, pero al salir de la ducha no había podido ver el identificador de llamadas y allí estaba, soportando sus reproches.

      –Víctor, una de las razones por las que me divorcié de ti fue que, de esa manera, no tendría que responder ni a tus mensajes, ni a tus llamadas ni a tus correos electrónicos a no ser que quisiera. Y no quiero.

      –Vamos, Olivia, ¿qué te pasa últimamente?

      Olivia se envolvió en la toalla.

      –¿De qué estás hablando?

      –Te comportas de manera extraña.

      Extraña. Sí, por ejemplo, había salido con un desconocido más joven que ella. Y Jamie llevaba tres noches seguidas llamando a la hora de dormir. No podía continuar negando, por lo menos ante sí misma, que se estaba enamorando de él. Por lo visto, hablar con un hombre durante horas mientras se estaba en la cama era una herramienta muy efectiva para romper resistencias.

      –¿Olivia? –Víctor elevó la voz con obvia irritación.

      –¿Sí?

      –¿Quién era ese tipo?

      La curiosidad debía de estar corroyéndole las entrañas, para que lo preguntara de forma tan directa. A Víctor le gustaba retorcer los temas complicados de tal manera que, al final, a Olivia le costaba recordar cuál era la cuestión principal. Sonrió.

      –¿Qué tipo?

      –¡Maldita sea! Olivia, si quieres que juguemos…

      –Víctor –le interrumpió–, no estoy jugando. Mi vida ya no tiene nada que ver contigo. Todo ha acabado entre nosotros para siempre.

      –Eso no es cierto. Seguimos siendo amigos.

      –¡No somos amigos! ¿De dónde te has sacado esa tontería?

      –Olivia, escucha…

      –No, tengo que colgar. Ya hablaremos en otro momento. O no. En realidad, no importa. Adiós.

      Por primera vez desde hacía meses, no se notó nerviosa tras hablar con Víctor. La cuestión era que ya no le importaba. Tenía otros asuntos de los que preocuparse. Asuntos más importantes, esperaba.

      Jamie la había invitado a almorzar a su casa, a un brunch. El almuerzo era la más inocente de las comidas, pero, en aquel caso, era posible que fuera la expresión codificada del sexo. Podrían haber quedado para salir a almorzar, pero ella iba a ir a su casa para disfrutar de una comida íntima.

      Estaba aterrada, y preparada en un cien por cien.

      Algo había cambiado para Olivia durante aquellos últimos días. Salir con Jamie continuaba pareciéndole peligroso e irresponsable y sabía que aquella relación no llegaría a nada. Pero qué más daba. Solo llevaba un año divorciada. Todavía no estaba preparada para una relación estable. Aquel era el momento de disfrutar de una aventura apasionada con un hombre más joven que ella, capaz de hacerla retorcer los dedos de los pies con el mero sonido de su voz.

      De hecho, llevaba horas levantada pensando en ello.

      Debido a su trabajo, Jamie no era una persona muy madrugadora. Le había pedido que fuera a su casa a las doce y le había explicado que tendría que invitarla a un almuerzo porque el desayuno era la única comida que sabía hacer bien. Olivia se había entretenido yendo a correr, duchándose y secándose el pelo. Pero en aquel momento tenía que enfrentarse a la imposible tarea de elegir lo que se iba a poner. Se plantó delante del armario y miró con impotencia su ropa.

      Sabía lo que se habría puesto si hubieran decidido salir. Un bonito vestido sin mangas, no tenía la menor duda. ¿Pero y si tenía la típica casa descuidada de un universitario? ¿O un compañero de piso?

      Un brunch podía sonar como algo elegante, pero a lo mejor Jamie consideraba que para un almuerzo bastaba con unas galletas saladas y algo de embutido. Se imaginó a sí misma con un elegante vestido, sentada en una mesa diminuta y comiendo dónuts cubiertos de azúcar glas.

      –No –se regañó a sí misma.

      Jamie tenía veintinueve años, no diecinueve. Tenía una casa de verdad, con una mesa de verdad y una cocina que quizá sabía cómo usar. Así que eligió un bonito vestido amarillo y lo dejó en la cama. Después se dirigió a la cómoda para enfrentarse a la tarea, todavía más difícil, de elegir la ropa interior.

      ¡Ay! En aquel momento se arrepintió de haberse puesto un sujetador con tanto relleno. La publicidad falsa y desnudarse a plena luz del día no casaban bien. Bajó la mirada hacia la toalla que apenas sobresalía sobre su pecho y volvió a mirar el cajón lleno de bonitos, delicados e innecesarios sujetadores. Se sentó entonces con fuerza en la cama y se enfrentó a un problema que había estado ignorando. Un problema que había intentado olvidar con todas sus fuerzas.

      No solo era una inexperta en divertirse de forma irresponsable.

      Era una inexperta y punto.

      Víctor era el único amante que había tenido. El único. Si se acostaba con Jamie, él sería el segundo. Pero, por supuesto, no se lo diría jamás de los jamases.

      Al fin y al cabo, era una mujer moderna y cultivada. Una divorciada de treinta y cinco años sin prejuicios morales y con una saludable vida amorosa. De joven, no había pretendido reservarse para el matrimonio o para la llegada de su alma gemela. El problema había sido que era una chica delgaducha y con gafas demasiado tímida para atreverse a mirar más allá de los libros. Y, al igual que otras chicas calladas y tímidas antes que ella, se había enamorado locamente de aquel


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