Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl

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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl


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un cartón de zumo de naranja y una botella de champán sobre una mesa redonda.

      –¿Un cóctel mimosa?

      –¿Y tienes que preguntarlo? ¿Alguna vez te ha dicho alguien que no?

      Jamie frunció el ceño, pero Olivia estaba demasiado distraída por lo que veía a su alrededor como para preocuparse.

      –Qué lugar tan bonito, Jamie.

      Se sentaron en una amplia terraza de madera equipada con una mesa, sillas y una única tumbona. Desde allí, bajando un escalón, se accedía a una zona más pequeña que incluía un jacuzzi escondido detrás de un enrejado. Pero el resto del jardín era lo más sorprendente. Un camino de piedra cruzaba las plantas y las formaciones de rocas. Al final del enorme jardín había una pequeña cascada que caía desde unas piedras de unos dos metros.

      –Qué espacio tan bonito. Es muy relajante.

      –Gracias.

      Jamie hizo un gesto para que se sentara, le tendió un cóctel y volvió a la cocina. Ya había puesto la mesa y Olivia se descubrió sonriendo mientras contemplaba la vajilla y la cubertería, todo dispuesto en perfecto orden sobre un mantel de papel. Su café ya estaba preparado.

      –La otra taza que tengo es un vaso de pinta.

      –¿Necesitas ayuda? –se ofreció.

      –No –Jamie salió haciendo equilibrios con dos fuentes, sendos cucharones de madera y la cafetera–. Si algo sé hacer, es servir una mesa.

      Colocó cada cucharón en una de las fuentes y aquel detalle le recordó a Olivia al de las servilletas de papel dobladas. Su detallismo no alcanzaba los niveles de Martha Stewart, pero le pareció adorable. Una vez más.

      Olivia se sirvió los huevos y el café y la mezcla de fragancias fue gloriosa. Le sonó el estómago, pero cuando alargó la mano hacia el tenedor, Jamie tomó la botella de champán. Olivia se obligó a esperar con educación mientras él le servía el champán y el zumo de naranja. Cuando terminó, Jamie alzó su copa.

      –Por la diversión –brindó.

      –Y las cosas nuevas –añadió ella.

      Cinco minutos después, Olivia se dio cuenta, avergonzada, de que había dejado el plato limpio. Y la copa vacía.

      –¡Ay, estaba todo buenísimo!

      –Toma un poco más –le ofreció Jamie, inclinando la botella.

      El líquido dorado burbujeó y siseó en su copa. Olivia soltó una risita y ella misma se preguntó si estaría achispada. Después, se sirvió un poco de café.

      –¿Siempre has querido ser profesora? –le preguntó Jamie mientras se servía una generosa cantidad de tortilla de beicon.

      –No, la verdad es que no.

      –¿Aterrizaste en ese trabajo sin pensarlo?

      –Sí –había surgido así, sin más. Pero había aterrizado empujada por la mano de su marido. Intentó no suspirar–. Pero la asignatura que imparto me encanta. Mis padres eran inversores y empresarios. Hay mucho conocimiento especializado en cualquier negocio relacionado con la hostelería. Muchas cosas que un restaurador no tiene por qué saber. Me gusta poder servir de ayuda en ese campo.

      Jamie la miró con atención.

      –¿Ah, sí?

      –Es un campo difícil. Montar un restaurante es arriesgado y estresante, y consume mucho tiempo. Me gusta la idea de poder echar a la gente una mano.

      De hecho, a ella le habría gustado ser asesora en vez de profesora. Abrió la boca para decirlo, pero decidió no hacerlo, incapaz de expresarlo de una forma que no resultara patética. Se había enamorado de Víctor y él había querido que dedicara su tiempo y su energía a su carrera. Y eso era lo que había hecho ella. Había aceptado un trabajo mal pagado en la universidad porque lo importante era la carrera de Víctor. Por supuesto que sí. Nadie se habría atrevido a discutirlo.

      Jamie se la quedó mirando fijamente con los ojos entrecerrados, como si quisiera descifrar algo. Olivia quería encogerse y protestar diciendo que había hecho lo que en aquel momento había considerado lo mejor. Sí, entonces era una idiota de veintitrés años que se había casado con un hombre que la manipulaba, pero su intención había sido buena. Al fin y al cabo, a Víctor acababan de nombrarle profesor numerario. Tenía que sacar adelante su carrera.

      –No es un mal trabajo –dijo con voz queda.

      –Tengo una idea –no parecía decepcionado. Parecía… ¿emocionado?

      A Olivia le costó acostumbrarse a aquel giro inesperado de la conversación.

      –¿Qué clase de idea?

      –A lo mejor podemos ayudarnos el uno al otro.

      Olivia inclinó la cabeza con expresión interrogante.

      –Tú quieres aprender a divertirte…

      –¿Y?

      Jamie sonrió, pero no lo hizo con su habitual nivel de confianza.

      –Y yo quiero aprender cómo convertir una cervecería de degustación en un auténtico pub.

      No era un plan muy impactante. Olivia ya había imaginado que intentaría orientar su negocio en aquella dirección. Pero sí era sorprendente oírle exponer los problemas de ambos como si estuvieran al mismo nivel. ¿Le estaba proponiendo que trabajara para él a cambio de sexo?

      –Jamie… no sé.

      –No tenemos nada que perder.

      –Si voy a trabajar para tu familia, no estoy segura de que sea apropiado…

      –No vas a trabajar para mi familia. Mi familia no sabe nada de esto.

      –No lo comprendo –musitó.

      Alargó la mano hacia su copa y se alegró de que Jamie se la hubiera vuelto a llenar.

      Jamie se reclinó en la silla y sostuvo su copa entre las manos, fijando en ella la mirada mientras inclinaba el líquido.

      –Mi hermano no confía en mí. La verdad es que nadie confía en mí. Supongo que me lo he ganado a pulso. Digamos que mi criterio a la hora de meterme en algunos asuntos ha sido bastante cuestionable.

      –¿Te refieres a asuntos relacionados con el negocio?

      –No, no me refiero a eso. Hace años, hice algunas locuras, bastante considerables. Y, una vez asumes el papel de oveja negra, es difícil quitártelo de encima.

      –¿Tuviste algún problema con las drogas? ¿Hiciste algo ilegal?

      –No, nada parecido. Es solo que… mi hermano y yo no nos parecemos en nada. Él es un ejemplo de responsabilidad. Yo nunca pude competir con él a ese nivel, así que ni siquiera me molestaba en intentarlo –se encogió de hombros–. Es complicado, pero, al final, el resultado es este. Somos socios a partes iguales en la cervecería, así que, proponga lo que proponga, tendré que convencer a mis hermanos de que es una buena idea. Por eso necesito ayuda. Toda la ayuda posible.

      –Por supuesto, estaré encantada de ayudarte, pero no necesito que…

      –No, eso no es verdad. Tú también necesitas ayuda. Y da la casualidad de que a mí se me da muy bien divertirme. Estoy muy curtido en ese campo.

      A Olivia le ardía la cara como si se hubiera caído en un campo de agujas.

      –¿Pero sexo? Yo no puedo…

      –Yo no he dicho nada de sexo.

      ¡Ay, Dio santo! Olivia se llevó la mano a la mejilla.

      –No lo entiendo.

      –Me refiero a divertirse. A quedarse despierto hasta más tarde de las diez, por ejemplo.

      –A


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