Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
Читать онлайн книгу.le guiñó el ojo.
–Y quizá podamos trabajarnos una sesión de «no puedo esperar más» contra la pared del cuarto de baño mientras estamos allí. Siempre y cuando eso te parezca divertido.
–Creo…
La cara le seguía ardiendo. Tenía la garganta tan cerrada que le costaba creer que todavía pudiera respirar. Aquello no era normal. No era así como la gente hacía las cosas. Ni siquiera las divorciadas maduras con los hombres más jóvenes que ellas. A lo mejor debería sentirse ofendida porque Jamie le estaba ofreciendo un trato que implicaba meterse en su cama. O colocarla contra una pared.
Pero, por otra parte, aquello le facilitaba las cosas. No tendría que preocuparse de que la relación se convirtiera en algo especial. En algo profundo. Solo… estaban haciéndose un favor. Intercambiando servicios.
Pensando en ello, decidió que quizá fuera así como se hacía. A lo mejor era como una de aquellas ricachonas que mantenían a su lado a hombres mucho más jóvenes que ellas, si bien, en su caso, era una ricachona bastante pobre.
Pero era así como hacían los hombres, ¿no? Los hombres como Víctor ofrecían consejo, estabilidad, una mano sabía con la que guiar a sus parejas. Las mujeres jóvenes les brindaban a cambio cuerpos tersos y la satisfacción de necesidades básicas.
–¿Y bien? –la urgió Jamie.
Dejó la copa en la mesa y se enderezó. La miró a los ojos sin la menor sombra de vergüenza. ¿Cómo era capaz de hacer algo así?
Olivia se obligó a sí misma a enderezarse también. Fuera cono fuera, ella le deseaba, ¿no?
–De acuerdo –dijo, sorprendida por la convicción que reflejaba su propia voz–. Trato hecho, pero quiero que demos hoy la primera lección.
7
–No he traído bañador –dijo insegura a pesar de su atrevida declaración.
Jamie intentó parecer serio mientras sacudía la cabeza al tiempo que dejaba el último plato en el fregadero.
–¿No has oído lo que te he dicho antes?
Casi podía ver cómo repasaba mentalmente la lista de diversiones que le había propuesto. De hecho, movía los labios mientras la recitaba para sí. De pronto, abrió los ojos como platos.
–Pero hoy… Yo pensaba que…
–¿Qué? –preguntó Jamie, fingiendo que no sabía a qué se refería.
Olivia comenzó a farfullar con el rostro de nuevo enrojecido.
–¿Que nos lo tomaríamos con más calma? –sugirió Jamie para evitar que se sintiera culpable.
Pero sabía lo que iba a decir. Ella pensaba que iban a disfrutar del sexo y, al parecer, estaba dispuesta a ello. La sangre comenzó a bombearle a toda velocidad, inundando sus venas hasta que todo su cuerpo estuvo en tensión.
Olivia se aferró a sus palabras, asintiendo con entusiasmo.
–Sí, a tomárnoslo con más calma.
–Pero yo estoy intentando enseñarte a lanzarte de golpe. Empezaremos por el jacuzzi.
Olivia miró hacia la terraza mientras dejaba los cubiertos en el fregadero.
–Pero… la gente nos verá.
–No. El jacuzzi está a salvo de miradas.
–Pero para llegar hasta allí…
–Tengo toallas, Olivia. Toallas grandes y esponjosas.
Olivia tragó saliva y fijó la mirada en el rectángulo que el sol formaba sobre el suelo de la cocina.
–De acuerdo –aceptó, pero parecía aterrada.
–¡Eh! –Jamie se acercó a ella y la agarró por la barbilla–. Estoy de broma. Podemos empezar por acostarnos tarde.
Olivia le miró a los ojos y Jamie volvió a reconocer en ellos una gran vulnerabilidad. El corazón le dio un vuelco, pero Olivia apretó la mandíbula y rectificó.
–No, tienes razón. Yo no soy la experta en esto. Debería confiar en ti.
Jamie dibujó la línea de su barbilla con el dedo y su piel le pareció de seda.
–Solo es un jacuzzi –la tranquilizó.
No quería que Olivia pensara que se estaba mostrando dispuesta a hacer ninguna otra cosa en aquel momento. No quería avergonzarla hablando de sexo.
–Será solo un baño. Nada más.
–De acuerdo. Solo un baño en el jacuzzi.
–Te dejaré la toalla en el dormitorio.
Se alejó con naturalidad, intentando evitar que notara con cuánta anticipación esperaba aquel momento. Si Olivia pensaba que se bañaba desnudo en el jacuzzi cada fin de semana con una chica diferente, que así fuera. Se guardó un par de preservativos en el bolsillo, se colgó una toalla al cuello y dejó otra en la cama para Olivia. Después, volvió a pasar delante de ella y agarró la botella de champán y las copas.
Cuando vio que Olivia abría el grifo del fregadero, se detuvo.
–Que quede esto bien claro, de los platos me ocuparé yo después.
–¡Ah, de acuerdo! –dijo Olivia.
Cerró el grifo del agua y Jamie se dirigió corriendo hacia el jacuzzi. Había conectado el temporizador para que el agua estuviera caliente durante los fines de semana, así que estaba ya a la temperatura adecuada. Jamie encendió los chorros, dejó la ropa en el banco y se metió.
Sabía que Olivia tardaría un poco. Podía imaginarla en aquel momento de pie en la cocina, con los dedos entrelazados y la mandíbula tensa como el acero. Era una mujer seria y prudente, pero también de gran fortaleza. No tenía la menor duda de que reuniría el valor que necesitaba.
Apoyó la cabeza en la bañera y cerró los ojos mientras la imaginaba recorriendo el pasillo muy despacio, con los tacones repiqueteando contra la madera. Cuando llegara al dormitorio, clavaría la mirada en la toalla. Después en la cama. Sus manos vacilarían sobre el nudo que sujetaba su vestido. Dios, Jamie haría cualquier cosa por desatárselo. Por liberar aquel cinto y descubrir lo que se escondía bajo la tela amarilla. Por ver por primera vez su piel. ¿Qué llevaba debajo del vestido? ¿Unas prendas sencillas y discretas? ¿Algo delicado y sedoso?
Para cuando abrió los ojos y la descubrió de pie ante él, ya estaba comenzando a excitarse. Parpadeó sorprendido. En su mente, Olivia todavía estaba nerviosa y vestida.
–¡Eh! –la saludó, recorriendo con la mirada la toalla que se ceñía a su cuerpo.
¡Debajo de la toalla no llevaba nada! Estaba seguro. Tenía los ojos abiertos como platos y los nudillos tan blancos como el algodón al que se aferraban, pero permanecía erguida, sosteniéndole la mirada.
–¿Estás seguro de que no puede vernos nadie? –le preguntó.
–Estoy seguro. Hay demasiadas sombras.
–¿Podrías…?
Jamie volvió a cerrar los ojos, pero aguzó el oído para compensar tanta caballerosidad, como si fuera posible oír cómo caía una toalla por encima del sonido de los chorros. Contó hasta diez, y después hasta veinte, convencido de que se produciría un cataclismo en el instante en el que Olivia estuviera desnuda con él en el agua. O, por lo menos, que Olivia le salpicaría un poco.
–¿Contará como que me he bañado desnuda si tienes los ojos cerrados todo el tiempo?
Aquello sería una tragedia, así que Jamie abrió los ojos al instante. Y allí estaba ella. El torbellino de burbujas cubría la mayor parte de su cuerpo. Todo, la verdad fuera dicha. Jamie podía ver