Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
Читать онлайн книгу.bajar las caderas para hundirse en ella, porque jamás había deseado nada con tanta intensidad. Nada. Ninguna mujer, ninguna fantasía le había llevado nunca a tal grado de desesperación.
Olivia bajó la mirada hacia él. El pelo húmedo se pegaba a su cuello en bucles oscuros. Abría los ojos de tal manera que Jamie podría haberse hundido en ellos. Su pecho se elevaba y descendía al ritmo de sus jadeos mientras aguardaba expectante.
–Mierda –musitó Jamie, y la abrazó para besarla.
Su miembro quedó atrapado entre ellos, presionando el vientre de Olivia. Cada vez que esta respiraba, provocaba un placer ardiente en su sexo. No podía dejar de pensar en lo que sentiría estando dentro de ella. Se enredó el pelo de Oliva en la mano y la besó con fuerza.
Olivia, excitada, le clavó las uñas en los bíceps mientras se retorcía contra él. El mundo entero de Jamie se transformó en una ola de palpitante deseo. Posó una mano en su muslo y deslizó los dedos a lo largo del rincón en el que se unían estos. La acarició, adorando cómo se retorcía contra él y provocándola hasta hacerla sollozar.
Justo cuando estaba a punto de hundir los dedos en su interior, el mundo se detuvo. Todo se detuvo. Los dos se quedaron paralizados, mirándose impactados.
Jamie no tenía la menor idea de cuánto tiempo llevaban juntos en el jacuzzi, pero se había olvidado de prolongar el tiempo del temporizador. Rugió en sus oídos aquel repentino silencio. El agua se aplacó y quedó convertida en un plácido estanque.
Olivia abrió los ojos y miró a su alrededor como si acabara de recordar dónde estaba.
–¡Ay! –exclamó.
Jamie sintió el susurro de aquella exclamación como una caricia de aire frío en la mejilla.
Tomó aire y deslizó los dedos sobre la tensa perla del clítoris.
–Ay –repitió ella, arqueando las caderas contra él.
Jamie había vuelto a recuperar el control en el agua serena. Era capaz de pensar y comprendió que no quería que aquello acabara en solo unos minutos. Así que la acarició despacio, con mucho cuidado, deleitándose de nuevo en sus gemidos de placer. Siguió los pliegues de su sexo, le acarició el clítoris y la torturó dibujando la sensual apertura con los dedos, pero sin hundirlos en su interior. Y también para él fue una tortura tener su miembro presionado entre sus cuerpos cuando todo lo que deseaba estaba a solo unos centímetros de distancia.
Al cabo de unos segundos, Olivia le hizo alzar el rostro hacia ella y le besó con fuerza.
–¡Dios mío! Esto se te da genial –gimió contra su boca.
Jamie soltó una risa incómoda mientras ella se sentaba.
–¿Tienes… protección?
¿Por qué demonios se habría dejado los vaqueros a cinco mil kilómetros de distancia? Jamie señaló con un gesto vago los pantalones, pero no fue capaz de desviar la mirada de Olivia, que continuaba entre sus piernas. Tenía unos senos adorables y los pezones tensos y oscuros. Pero Jamie solo era capaz de fijarse en el triángulo de vello oscuro que reposaba entre sus muslos.
–Jamie –le urgió Olivia–, ¿tienes preservativos?
–En los pantalones –consiguió farfullar.
Olivia se inclinó de nuevo hacia delante, presionándole el miembro de tal manera que Jamie vio estrellas de placer, y alargó la mano para agarrar el montón de ropa.
–Gracias –contestó Jamie jadeando.
Tomó los pantalones para sacar un preservativo. Después se detuvo durante unos segundos un tanto embarazosos atrapado por Olivia.
–¡Ah! –exclamó Olivia, echándose hacia atrás para apartarse de sus rodillas.
Jamie se levantó y se puso el preservativo, consciente de la mirada de Olivia. Cuando volvió a sentarse en el agua, agarró a Olivia de la mano y la hizo acercarse flotando hacia él. Se hundió algo más en el agua para que ella pudiera ponerse de rodillas en el asiento y colocarse sobre él. Después, tomó su propio miembro con la mano y guio a Olivia hacia él. Pudo observar todo el proceso a través del agua clara. Y cuando rozó el sexo de Olivia con la cabeza de su miembro, la oyó tomar aire y contenerlo.
Después el cuerpo de Olivia le aceptó, cerrándose a su alrededor. Jamie oyó cada aleteo de su respiración, hasta el más leve jadeo mientras se hundía en ella.
Jamie no respiraba. Estaba demasiado ocupado sintiendo la tensión, la presión. Demasiado ocupado observándola mientras empujaba en su interior.
Olivia posó la mano en su pecho y extendió los dedos.
–Espera –jadeó, respirando con más fuerza.
Jamie esperó con los dientes apretados mientras sentía los músculos de Olivia moviéndose a su alrededor y cediendo después levemente.
–Ya está –susurró Olivia.
Gracias a Dios, Jamie pudo por fin respirar e hizo descender a Olivia los últimos centímetros. Durante unos instantes, allí quedó todo. Aquello era lo único que necesitaban.
Permanecieron los dos muy quietos, dejando que el agua se serenara a su alrededor. Olivia posó la mirada en el lugar en el que se unían sus cuerpos, como si estuviera tan fascinada como él.
Y todo fue silencio. Un silencio profundo. Los pájaros cantaban. Oyeron pasar un coche por la calle y, a lo lejos, el zumbido de un cortacésped.
Jamie deslizó las manos por las caderas y la cintura de Olivia hasta alcanzar sus senos. Le acarició los pezones con los pulgares y Olivia sacudió las caderas. Jamie no necesitó nada más para salir de aquel letargo. Olivia volvió a mover las caderas en círculo con un torturado suspiro. Jamie permitió que fuera ella la que marcara el ritmo. Al principio, Olivia fue despacio, poco a poco, pero, en el momento en el que él le pellizcó los pezones, aumentó el ritmo de sus movimientos, haciendo chocar sus caderas con fuerza contra él mientras las caricias de Jamie se hacían más rudas.
El orgasmo de Jamie estaba ya consolidándose en la base de su miembro de modo que intentó no pensar en lo sexy que estaba Olivia. En cómo se arqueaba mientras cabalgaba sobre él, empujando sus senos con firmeza contra sus manos. Intentó no fijarse en su miembro saliendo de ella cuando Olivia se elevaba, ni sentir la imposible tensión de su vagina cuando se deslizaba hacia abajo. Intentó no oír el sonido tenue y oscuro de los gritos que Olivia reprimía para que no llegaran a oídos de sus vecinos.
Pero cuando los gemidos aumentaron de volumen y el movimiento de sus caderas se hizo más rápido, comprendió que ya no iba a poder aguantar mucho más. Se hundió un poco más en el agua, la hizo echarse hacia atrás, colocó una mano en su cadera y otra entre sus cuerpos.
Podía sentir el perfecto contraste de su dureza contra el sexo blando de Olivia, pero la pasión entorpecía sus movimientos y tardó unos segundos en encontrar el lugar preciso que buscaba.
–¡Dios mío! –exclamó Olivia cuando por fin le acarició el clítoris–. ¡Jamie! –continuó moviéndose a toda velocidad.
Jamie apretó los dientes, resistiéndose a aquel constante placer.
–¡Dios mío! –susurraba Olivia una y otra vez mientras Jamie rezaba para poder aguantar.
Al final, los susurros de Olivia se transformaron en un sollozo. Sacudió las caderas contra él mientras sus músculos interiores le atrapaban con una tensión casi imposible. Olivia enterró el rostro en su cuello y pronunció su nombre con un grito amortiguado. Jamie se aferró a sus caderas hasta que cesaron los espasmos.
A Olivia todavía le temblaban los muslos cuando Jamie la alzó para sentarla de nuevo sobre él. Le miró deslumbrada por lo ocurrido.
Y entonces Jamie se abrazó a sus caderas y se vació dentro de ella, permitiéndose fijarse en todo cuanto le rodeaba. En el pelo revuelto y los ojos somnolientos