Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl

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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl


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      Jamie se quedó petrificado. Después, retrocedió hasta el despacho de Eric.

      –Te he oído discutiendo con Wallace. ¿Qué estás haciendo aquí? El martes es tu día libre.

      –Solo quería revisar unas cosas –sentía el peso de la cinta métrica en el bolsillo como si fuera de plomo.

      –¿Wallace se ha tranquilizado?

      Jamie entrecerró los ojos, buscando algún indicio de burla en el rostro de su hermano, pero no encontró ninguno. A lo mejor no había oído aquella parte de la conversación.

      –Sí, ya está bien.

      –Perfecto. ¿Y tú? ¿Qué tal llevas su rechazo?

      –Vete al infierno.

      –¡Eh! –le llamó Eric cuando Jamie comenzó a avanzar a grandes zancadas hacia su despacho–. Espera un momento, quiero hablar contigo.

      Apretando los dientes, Jamie regresó hasta la puerta de su hermano.

      –Lo digo en serio –dijo Eric–. Quiero que hablemos de Tessa.

      Aquello borró de golpe toda la indignación de Jamie.

      –¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

      –No ha pasado nada. Es solo que… ¿Tú crees que estará bien? ¿Crees que le irá bien viviendo con Luke?

      –No lo sé, tío. Eres tú el que le ha dicho que adelante. Pensaba que te parecía bien.

      –No es que me parezca bien. Pero tiene veintisiete años y la casa es suya. Puede hacer lo que quiera.

      –Lo hará de todas formas, pensemos nosotros lo que pensemos –gruñó Jamie.

      –Exacto.

      En lo único que habían estado siempre de acuerdo había sido en todo lo relacionado con su hermana. Y, hasta aquel mismo año, ambos estaban de acuerdo en que era una joven dulce e inocente y seguiría siéndolo durante mucho tiempo. Pero se habían equivocado.

      Jamie se encogió de hombros.

      –Supongo. En cualquier caso, tú pareces llevarte muy bien con Luke.

      A Eric no le pasó por alto el tono acusatorio de Jamie. Frunció el ceño y cerró la mano en un puño.

      –Nos equivocamos con él. Te equivocaste a la hora de juzgarle.

      –Lo que yo sé es que en la universidad era un mujeriego.

      –Sí, bueno, pero todos podemos madurar. Y la hace muy feliz. Tú mismo lo reconociste.

      –Sí, supongo.

      Eric suspiró.

      –De todas formas, Tessa está con él, así que tendremos que darle una oportunidad. Siempre y cuando la trate bien.

      –Por supuesto –se mostró de acuerdo Jamie–. ¿Te ha comentado algo sobre cuándo piensa mudarse Luke?

      –Él paga un alquiler mensual, así que supongo que será antes del mes que viene. Tessa no fue muy precisa.

      –¿Entonces se irá a vivir con ella la semana que viene?

      –¡Ja!

      Sin estar siquiera allí, Tessa era lo único que de verdad les unía.

      Jamie dejó a su hermano riendo, algo que ocurría con poca frecuencia, y se dirigió hacia su despacho intentando analizar su resistencia a la relación de su hermana. Luke y él habían sido compañeros en la universidad. Aquel tipo le caía bastante bien. Y, aunque era cierto que Luke se había divertido, no podía decirse que fuera una mala persona. Había ligado con montones de chicas, pero jamás había sido uno de aquellos tipos que emborrachaban a sus acompañantes para que se soltaran. Y tampoco hablaba de sus ligues a su espalda.

      Y Eric tenía razón. Todo apuntaba a que Luke había dejado atrás los días de las mujeres y la bebida. Había madurado.

      A lo mejor era eso lo que le fastidiaba. Las locuras de Luke se habían aceptado como algo propio de la juventud mientras que a él parecían haberle etiquetado de mujeriego de por vida. Pero, en realidad, él era tan culpable de ello como todos los demás. Durante algunos años, se había entregado por entero a aquella vida. Porque… porque de verdad creía que no era otra cosa. Un mujeriego. Un holgazán. Nadie podía imaginar hasta qué punto estaba decepcionado consigo mismo.

      Así que, a lo mejor, eso era lo que le fastidiaba de su antiguo amigo. Luke había abandonado la juventud, aunque hubiera cometido otros errores a lo largo de los años. Y aquello era lo que Jamie tenía que aprender a aceptar: que era posible esforzarse y volver a equivocarse. Pero que, si eso ocurría, no tenía por qué pasar nada.

      Tomo aire y encendió el ordenador. Era hora de ponerse con los deberes. Y después… después llegaría la diversión.

      11

      Olivia le dio a Jamie un beso en la puerta e intentó fingir que la creciente oscuridad que veía tras él no la preocupaba. Pero sí lo hacía. Eran las nueve en punto. Si salían a aquella hora, no podrían regresar a casa hasta después de las once. Eso, asumiendo que no hicieran nada después de la cena, y no podía asumirlo en absoluto. De manera que no podría acostarse hasta las doce.

      «Y con un poco de suerte, no te dormirás hasta las dos o las tres».

      Olivia intentó reprimir su ansiedad. Podía hacerlo. Si dejar de salir a correr unos cuantos días era el precio a pagar por pasar una noche con Jamie, lo pagaría. Estaba dispuesta a pagar cualquier precio.

      Desde luego, Jamie lo merecía aquella noche. Iba con vaqueros y camiseta, como siempre, pero completaba su atuendo con una camisa de cuadros escoceses de color verde. Se había remangado la camisa, mostrando así sus antebrazos, y a Olivia le bastó verlos para que se le hiciera la boca agua. Tenían un aspecto increíblemente viril, eran anchos, musculosos y cubiertos de vello.

      –¿Estás lista? –preguntó Jamie, retrocediendo en el porche para que pudiera salir.

      –¿Adónde vamos?

      –Hace una noche preciosa. He pensado que podemos ir andando al restaurante, que está a solo unas manzanas de aquí –bajó la mirada hacia sus tacones–. ¿Estás dispuesta?

      –Claro –Olivia se interrumpió para quitarse los tacones–. Estoy dispuesta.

      –¡Vaya! Eso se merece un crédito extra, señorita Bishop. Impresionante.

      –Debo de tener un profesor muy inspirador. Cada vez soy más divertida.

      Cuando Jamie le tomó la mano, la inspiración pareció cosquillearle por el brazo y se extendió hasta el resto de su cuerpo desde allí. Olivia sintió la dureza y la frialdad de la acera bajo sus pies. Como el sol se había ocultado tras las montañas, notó también el frío mordisco del aire sobre la piel. Y se sintió profunda y plenamente viva.

      Olivia le apretó la mano.

      –Háblame de la cervecería.

      –¡Eh! Que hoy ya he hecho los deberes.

      –No, lo que quiero saber es cuándo empezó y cuánto tiempo lleva perteneciendo a tu familia.

      –Mi padre la inauguró hace veinticinco años. Uno de sus hermanos murió en Vietnam y le puso el nombre a la cervecería en su honor.

      –Qué emocionante. Pero siento mucho lo de tu tío.

      –Gracias.

      –¿Y tu padre? Creo que dijiste que había muerto.

      Por un momento, Jamie aflojó la mano con la que sostenía la de Olivia.

      Ella pensó que iba a soltarla, que había traspasado una línea prohibida. Pero Jamie volvió a tensar la mano sobre la suya.


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