Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl

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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl


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importa que cierre? Me siento…

      –Claro, no pasa nada.

      Una vez estuvo la puerta cerrada, se sentó y comenzó a sacar papeles de su bolsa. Montones de papeles. Algunos de tamaños estándares y otros que recordaban de forma sospechosa a servilletas de la cervecería Donovan Brothers.

      Olivia no fue consciente de lo nervioso que estaba hasta que le vio manejar con tanta torpeza los papeles que la mitad terminaron en el suelo.

      –Lo siento, es solo… –recogió el último de los papeles caídos, lo colocó sobre el resto y presionó el montón–. Es la primera vez que le enseño esto a alguien.

      Olivia recordó en aquel momento su preocupación por el tamaño de sus senos y se quedó muy quieta, intentando sofocar una risa muy poco oportuna. Una vez superada la risa, asintió.

      –Sé hasta qué punto puede ser algo íntimo y personal un proyecto. La gente considera los negocios como algo árido, como entidades que solo sirven para ganar dinero. Pero un negocio puede ser algo tan significativo como cualquier otra forma de expresión.

      –Sí, supongo que sí –mantuvo las manos sobre sus documentos.

      Olivia inclinó la cabeza y Jamie por fin transigió.

      –De acuerdo. Permíteme dejar algo claro desde el principio. No quiero crear un nuevo negocio. Quiero trabajar con lo que ya hemos construido. La cervecería es un espacio cercano. Yo hablo con cada una de las personas que cruza la puerta de la cervecería. No quiero una expansión que suponga tener que atender cincuenta mesas más. De hecho, creo que lo mejor sería venderles el proyecto a mis hermanos como algo que encaja con lo que ya tenemos.

      –De acuerdo.

      –Así que…

      –Jamie –Olivia posó la mano en su brazo–, no tienes por qué estar tan nervioso.

      –Lo sé –asintió, inclinó la cabeza y le tendió los papeles.

      –Antes quiero que me cuentes qué idea tienes.

      Jamie parecía no saber qué hacer con las manos tras haberse quedado sin los documentos para apoyarlas.

      –La idea que tengo es… –tras hacer una pausa, se aclaró la garganta y volvió a intentarlo–. Estoy pensando que en todas las cervecerías a las que voy ofrecen el mismo menú. Sándwiches y patatas fritas. O platos presentados con salsas hechas con cerveza. O helados hechos con cerveza negra.

      Olivia tuvo problemas para no esbozar una mueca de repugnancia.

      –Son buenos menús. Pero, aunque quisiera hacer algo parecido, en la cocina no tenemos espacio para algo así.

      –Muy bien.

      –Así que estaba pensando en pizzas. Pero no como las pizzas a domicilio, sino pizzas artesanas con mozzarella fresca, hojas de albahaca y salsas caseras. Y, en vez de hacer comidas con cerveza, podríamos ofrecer cervezas para acompañar a cada una de las pizzas. Por ejemplo, una pizza picante puede combinarse con una pilsner. Otra que lleve mucha carne podría maridar con la porter. Y el queso feta es perfecto para una India pale ale.

      Se interrumpió de pronto, como si temiera haber hablado demasiado. Pero Olivia no supo cómo llenar aquel silencio. Estaba tan impresionada que no sabía qué decir.

      –Pero es solo una idea –se precipitó a aclarar Jamie.

      –Bueno, yo… ¡Caramba!

      Jamie bajó la mirada y la clavó en sus manos abiertas.

      –Creo que es una idea asombrosa. De verdad. Es original, pero asequible y fácil de llevar a cabo. Creo que a tus clientes les encantará y que atraerás a un nuevo público que busque un lugar en el que comer algo con la cerveza.

      –¿Sí? –Jamie comenzó a sonreír y cuando Olivia asintió, esbozó una enorme sonrisa–. ¿Te gusta?

      –Sí, me gusta. Y no solo es un concepto genial, sino que no vas a necesitar una enorme cocina industrial para llevarlo a cabo.

      –Exacto –Jamie comenzó a buscar frenético entre sus papeles y Olivia apartó las manos para evitar que se rozaran sus manos–. Mira.

      Le tendió una hoja que parecía haber arrancado de un catálogo. En ella aparecían cuatro modelos diferentes de hornos para pizza.

      –¿Tenéis una nevera comercial?

      –Tenemos una nevera bastante grande, pero creo que necesitaríamos una más grande. Y también un congelador, aunque quiero que los ingredientes sean frescos.

      Olivia se reclinó en la silla y le sonrió.

      –¿Qué pasa? –le preguntó Jamie con los ojos entrecerrados.

      –Tenemos mucho trabajo que hacer, pero todo lo que me has dicho es alentador. Por lo que me dijiste la vez anterior, pensaba que tenías una idea muy general, que solo habías pensado en la posibilidad de servir comidas. Pero veo que ya has empezado a recrear todo el proyecto. Y tienes una visión realista. Creo que todo va a ser muy fácil.

      –¿Sí?

      –Bueno, va a ser fácil para mí, pero tú vas a tener que trabajar mucho.

      Jamie se echó a reír, pero a Olivia le pareció ver una expresión de alivio cruzando su rostro. Parecía sentirse en un terreno inestable; resultaba extraño ver a un hombre con tanta confianza en sí mismo sintiéndose tan inseguro.

      A Olivia le costaba comprenderlo. Él era uno de los socios de la cervecería. Llevaba la barra con sorprendente habilidad. Pero había algo en su propio proyecto que le generaba inseguridad.

      –¿Y por dónde quieres empezar? –le preguntó.

      –No lo sé. ¿Por dónde te parece que deberíamos empezar?

      –Tienes una gran idea, por no mencionar un local perfecto. Así que, lo siguiente será un análisis comparativo de los competidores y los costes de equipamiento, renovación y diseño. Tendrás que ocuparte del desarrollo de la carta, la campaña de publicidad, el establecimiento de plazos, la elaboración de un presupuesto… –se interrumpió al darse cuenta de que Jamie había palidecido–. ¿Estás bien?

      –Sí, claro que estoy bien. Creo que tengo aquí algunas de esas cosas. Por lo menos en parte.

      A Olivia le parecía imposible que Jamie Donovan pudiera ser más encantador, pero al verle tan vulnerable, no pudo evitar que despertara en ella una nueva oleada de sentimientos cálidos y reconfortantes.

      –Muy bien –le dijo con suavidad–. ¿Por qué no le echamos un vistazo para ver lo que tenemos?

      Jamie soltó un suspiro de alivio, aunque parecía estar preparándose para algo traumático.

      –¡Eh! –Olivia le tomó la mano–. Solo es un jacuzzi –le dijo, repitiendo sus propias palabras–. No tienes por qué tener miedo.

      Jamie entrecerró los ojos.

      –Solo un jacuzzi, ¿eh? Estaría más tranquilo si no hubiera estado mintiendo cuando te lo dije.

      Si hubieran tenido una relación de verdad, en aquel momento, Olivia se habría levantado y habría rodeado el escritorio para darle un abrazo. Se habría sentado en su regazo, le habría abrazado y le habría dicho que no se preocupara, que estaba segura de que sería tan bueno dirigiendo un restaurante como en todo lo demás. Pero solo estaban haciendo de profesores. Por supuesto, con un toque más divertido de lo habitual. De modo que se limitó a apretarle la mano y se la soltó.

      Hasta ese momento, Jamie había cumplido más que de sobra con su parte del compromiso. En aquel momento, le tocaba a ella ayudarle a hacer realidad sus sueños.

      10

      Jamie sacó la cinta métrica del bolsillo y recorrió la cocina de la cervecería con


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