Marido de conveniencia. Jacqueline Baird

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Marido de conveniencia - Jacqueline Baird


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Allí se habían confirmado sus peores temores: estaba embarazada. Al llegar a su casa, se había encontrado un mensaje en el contestador diciéndole que fuera rápidamente a casa de los Zarcourt y había dado por sentado que su todavía no oficial prometido, Charles, estaba libre de servicio durante algunos días . Pero al ver los sombríos rostros con los que la habían recibido, había comenzado a sospechar que no era ésa la razón por la que le habían hecho ir hasta allí.

      Josie dio un sorbo al zumo y estuvo a punto de atragantarse al oír las palabras de su padre:

      –Tienes que ser valiente, Josie.

      –Valiente –murmuró ella. Miró nuevamente a su alrededor, pero Charles continuaba sin aparecer. Josie pestañeó y se frotó la palma sudorosa de la mano contra el muslo. No había comido nada en todo el día y estaba un poco mareada. Deslizó la mirada hacia Conan. Parecía enfadado, y muy serio también, pero no, aquello no podía ser… –. Si ésta es otra de esas payasadas que tú consideras bromas, puedes estar seguro de que no tiene ninguna gracia –le dijo cortante.

      –No es ninguna broma. Es verdad. Ha habido un accidente. Charles está muerto –afirmó.

      Josie se quedó mirándolo fijamente mientras desaparecía el color de su rostro.

      –¿Un accidente? –se humedeció nerviosa los labios resecos. ¡Charles muerto! No era capaz de imaginárselo. Se llevó el vaso a la boca, terminó el zumo y, por vez primera en toda su vida, se desmayó.

      Abrió los ojos minutos después. No estaba segura de dónde estaba ni de lo que había pasado. Sólo era consciente del fuerte brazo que la sujetaba y de lo agradable que le resultaba tener apoyada la cabeza contra aquel musculoso pecho.

      Pero no tardó en recobrar la memoria. Alguien había dicho que Charles estaba muerto. Pero era imposible: estaba embarazada de él. Horrorizada por su egoísmo, alzó la cabeza y se desembarazó del brazo de Conan para sentarse en el borde del sofá. Miró a su padre, que estaba a su lado con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza hundida entre las manos. Se volvió hacia Conan. No necesitaba repetir la pregunta. La respuesta estaba en la compasión que reflejaba su mirada.

      –¿Es verdad? –preguntó con voz temblorosa.

      Conan le tomó las manos y se las estrechó suavemente.

      –Lo siento, Josie. Lo siento mucho, pero es verdad.

      Josie quería llorar. Debería llorar. Pero las lágrimas se negaban a acudir.

      –¿Cómo ha sido? –consiguió preguntar, casi con normalidad.

      –No pienses ahora en ello. ¿Te encuentras bien? Ahora eso es lo único que importa –contestó Conan.

      –Sí, sí, estoy bien. Pero, por favor, quiero saber lo que ha pasado –exigió mirando alternativamente a los hombres que la rodeaban.

      –Creo que debería dejar que mi padre te lo explicara. Estoy seguro de que podrá hacerlo mejor que yo –contestó Conan con una cínica sonrisa mientras se reclinaba en el sofá y deslizaba lentamente la mirada sobre ella.

      Josie sintió que el color retornaba a sus mejillas y, por un segundo, recordó la última vez que había visto a Conan. Pero aquél no era momento para pensar en esas cosas, así que decidió prestar atención al Mayor y lo escuchó horrorizada mientras éste confirmaba sus peores temores.

      Dos días atrás, mientras conducía un jeep, Charles había pisado una mina antipersonas. Había muerto al instante. La familia había sido avisada ese mismo día, pero como Josie no estaba esa tarde en el trabajo, les había resultado imposible ponerse en contacto con ella.

      El nudo que comenzaba a formarse en su garganta amenazaba con ahogarla cuando el Mayor concluyó con estas palabras:

      –Así quiso morir siempre. En acto de servicio, al lado de su regimiento. Charles ha sido un auténtico héroe.

      Mientras lo escuchaba, en lo único en lo que Josie podía pensar era en el pobre Charles. Dejó a un lado todas sus dudas sobre él para enfrentarse al dolor de su muerte. Charles, aquel atractivo joven rubio de ojos azules, estaba muerto. Era increíble.

      –Dime, Josie, ¿es cierto que llevas un hijo de Charles en tus entrañas? –le preguntó el Mayor–. ¿Estás segura?

      –Sí, he estado esta misma tarde en el médico; por eso no me habéis localizado en casa –explicó, mientras las lágrimas comenzaban a rodar lentamente por sus mejillas.

      –¡Dios mío! Papá, ¿es que no te das cuenta de que esta pobre mujer todavía está en estado de shock? –lo interrumpió Conan con severidad–. ¿Tan desesperado estás que no puedes esperar un momento más adecuado para hacerle ese tipo de preguntas?

      El comentario de Conan fue justo lo que Josie necesitaba para dejar de hundirse en un lamentable estado de autocompasión. Podía haber perdido a su novio y estar embarazada, pero no estaba dispuesta a dejar que nadie la llamara «pobre mujer», y menos un demonio arrogante como Conan.

      –Yo la llevaré a su casa –la voz de Conan penetró en sus pensamientos. Alzó la cabeza y advirtió la firmeza con la que estaba mirando a su padre–. Es su hija, señor Jamieson. En vez de continuar sentado como si todo el peso del mundo descansara sobre sus hombros, debería intentar cuidarla. Estoy seguro de que en este momento necesita el apoyo de alguien.

      –No, no –Josie por fin consiguió reunir fuerzas para hablar. Se levantó de un salto y se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

      No era muy alta, medía un metro sesenta aproximadamente, pero tenía un cuerpo perfectamente proporcionado. Su pelo negro azabache caía en una cascada de rizos por su espalda, tenía los ojos violetas y rodeados de largas y espesas pestañas, una nariz perfecta y unos labios delicadamente llenos. Aquel día iba vestida con un sencillo jersey azul, una falda a juego y unos mocasines azul marino, y no parecía tener idea de lo adorable y valiente que se mostraba ante aquellos tres hombres que tenían los ojos fijos sobre ella.

      –Estás muy afectada, Josie –dijo Conan mientras se levantaba–. Déjame llevarte a tu casa; tu padre no está en condiciones de conducir.

      Posiblemente, pero Josie recordaba demasiado bien lo que había ocurrido la última vez que Conan la había llevado a su casa.

      –No, gracias. Yo sí que puedo conducir. Vamos, papá, te llevaré a casa.

      –No seas tonta, Josie –repuso Conan agarrándola del brazo–. Estás muy afectada, déjame…

      –¡Suéltame! –gritó liberando su brazo bruscamente–. No necesito tu ayuda –se volvió nuevamente hacia su padre–. Vamos papá, quiero marcharme de aquí –estaba a punto de derrumbarse y lo último que le apetecía era hacerlo delante de Conan.

      Afortunadamente, su padre por fin comprendió que necesitaba marcharse de allí y decidió irse con ella.

      Josie jamás sabría cómo consiguió conducir hasta su casa. Las lágrimas nublaban continuamente sus ojos, aunque no estaba segura de si lloraba por Charles o por sí misma.

      Más tarde, esa misma noche, era incapaz de dormir. Los acontecimientos de las últimas semanas pasaban una y otra vez ante sus ojos, concluyendo siempre con la trágica muerte de Charles. Se suponía que su compromiso iba a hacerse público esa misma semana. Pero si era sincera consigo misma, Josie sabía que su intención era cancelar ese compromiso. Pocos días después de que Charles se marchara, se había dado cuenta de que en realidad no lo amaba. Al igual que miles de jóvenes antes que ella, se había dejado cegar por el ideal del amor romántico y había cometido un estúpido error. Sólo cuando había comenzado a sospechar que podía estar embarazada, había sido consciente de la enormidad del error que había cometido. Pero incluso entonces, había decidido que no tenía por qué casarse con Charles. Pensaba explicárselo personalmente en cuanto volvieran a verse, y esperaba que la comprendiera. Pero ya no lo vería nunca más, estaba muerto… En lo más profundo de su subconsciente, sentía un cierto alivio. Al fin y al cabo, se había ahorrado todas


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