Marido de conveniencia. Jacqueline Baird

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Marido de conveniencia - Jacqueline Baird


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inclinado hacia delante y había tomado su mano.

      –¿Por qué? Creo que esta noche ya has hecho suficiente –estaba agotada. Cuando Conan había deslizado la mano por su brazo desnudo, su piel había reaccionado como si la hubiera tocado con un hierro al rojo vivo.

      –No tan rápido. Al fin y al cabo, pronto vamos a ser parientes. ¿No me merezco al menos un beso de hermanos?

      Y antes de que Josie pudiera darse cuenta de lo que pretendía, Conan había deslizado un brazo por su cintura mientras apartaba los rizos de su rostro con la otra mano. Y de pronto, la había besado con una pasión tan intensa, que inmediatamente había despertado la respuesta de la joven. Josie estaba demasiado asombrada por su audacia para hacer algo que no fuera someterse a las expertas demandas de su boca.

      –Sólo quería que tuvieras algo con lo que comparar, Josie. No tengas demasiada prisa en casarte. No tienes por qué hacerlo con el primer hombre con el que has hecho el amor.

      –¿Cómo…?

      –No importa, pero recuerda que hay muchos otros peces en el mar. Y créeme, no tienes una sola posibilidad de ser feliz con Charles –la había acompañado hasta la puerta de su casa y se había marchado.

      Al recordar lo ocurrido, Josie suspiró pesadamente. Conan se equivocaba, pensó, mientras la luz del amanecer comenzaba a inundar su dormitorio. No había muchos peces en el mar, al menos para ella. Estaba embarazada, destinada a ser una madre soltera. Pero por primera vez desde que lo había descubierto, se dio cuenta de que no le importaba. La idea de tener un hijo le resultaba de hecho tan reconfortante que pensando en ello se quedó dormida.

      Al cabo de unas horas, abrió nuevamente los ojos.

      –Papá –musitó al ver a su padre sentado al lado de la cama.

      –¿Cómo te encuentras, Josephine? –preguntó su padre preocupado, fijando la mirada en el pálido rostro de su hija.

      –Estoy bien –contestó sonriente. Su padre era la única persona que la llamaba «Josephine». Pero la sonrisa desapareció de su rostro al recordar las noticias del día anterior–. ¿Qué hora es? –preguntó, intentando ocultar su tristeza tras una pregunta intrascendente.

      –Cerca de las diez y media.

      –¡Oh, Dios mío, llegaré tarde al trabajo!

      –No, ya he llamado a la oficina y les he dicho que tienes una terrible jaqueca.

      –Pero si yo nunca tengo jaquecas.

      –Oh, Josephine, ¿y eso qué importa? –su padre suspiró y se levantó de la silla para sentarse en la cama. Le tomó la mano–. Lo siento, sé lo difícil que tiene que ser para ti haber perdido a Charles tan trágicamente. Recuerdo el dolor que sentí cuando murió tu madre. Todo esto es culpa mía. Si hubiera sido un padre mejor, si te hubiera dado el apoyo que necesitabas, esto jamás habría pasado.

      Las palabras de su padre hicieron que Josie se sintiera infinitamente peor. No podía soportar que se culpara a sí mismo por lo ocurrido. Las lágrimas inundaron sus ojos.

      –Oh, papá –suspiró, con los ojos llenos de lágrimas.

      –Chss, Josephine, no llores –musitó su padre, secándole la lágrima con el pañuelo–. Conseguiremos que todo salga bien.

      –Eso espero –contestó con un susurro. Lloraba más por su padre que por ella misma. Josie sabía que podría salir adelante. Pero su padre era un hombre chapado a la antigua que consideraba toda una desgracia que una mujer fuera madre soltera.

      –Confía en mí, Josephine. Todo saldrá bien. Tómate el tiempo que necesites, lávate la cara, vístete y baja. Conan está aquí y quiera hablar contigo… supongo que sobre los arreglos del funeral –le estrechó cariñosamente la mano y salió.

      ¡Conan! ¿Qué diablos querría? Josie no era capaz de imaginarse por qué querría hablar con ella de nada referente al funeral. Pero al menos fue un aliciente para levantarse de la cama. Se lavó rápidamente, se puso unos pantalones grises y un jersey negro y bajó dispuesta a encontrarse con Conan.

      Capítulo 2

      CUANDO llegó al final de las escaleras, se interrumpió bruscamente, tomó aire y, con un gesto decidido, abrió la puerta del salón.

      –¡Josie! ¿Qué tal te encuentras hoy? –Conan deslizó la mirada sobre ella, deteniéndose durante una fracción de segundo en sus senos.

      Su convencional y amable recibimiento no confundió a Josie ni por un instante. Dudaba además seriamente de que hubiera ido hasta allí para expresarle sus condolencias. Conan nunca había aprobado su relación con Charles y estaba segura de que jamás habría perdido el tiempo con una joven como ella si no hubiera sido porque el Mayor lo había enviado.

      Conan estaba de pie en medio de la habitación. Iba vestido con un jersey de lana blanca y unos vaqueros negros, una combinación de colores que realzaba la fuerza de su ya de por sí seductora imagen. Josie sintió al verlo un estremecimiento que poco tenía que ver con el miedo.

      –Muy bien, gracias –contestó, luchando contra la extraña sensación provocada por aquel hombre. Al reparar en la cínica sonrisa que curvaba sus labios, se dio cuenta de lo insensible que debía haber parecido su respuesta–. Bueno, evidentemente, no tan bien –se corrigió–. Quiero decir que… Charles ha muerto, y… Bueno… Supongo que quieres que hablemos del funeral…

      –Chss. Te comprendo… –caminó hacia ella. Josie intentó retroceder, pero el armario se lo impedía.

      Conan advirtió su reacción. Su dura boca se curvó débilmente mientras se acercaba al sillón más cercano y tomaba asiento. Miró a Josie y señaló el sofá que había frente a él.

      –Por favor, Josie, siéntate. No tienes nada que temer. Sólo quiero hablar contigo –Josie lo miró con recelo–. Aparte del funeral, hay algo más de lo que me gustará hablar contigo, y creo que te interesará escucharlo.

      Josie enderezó los hombros y se sentó en el sofá.

      –No sé de qué puedes querer hablar conmigo, pero te escucho.

      –Sé que esto va a ser difícil para ti cuando acabas de enterarte de la muerte de Charles. Pero he estado hablando con mi padre y los dos estamos de acuerdo en que, en las presentes circunstancias, lo mejor es que nos casemos lo antes posible.

      Josie se quedó boquiabierta. No daba crédito a lo que acababa de oír.

      –¿Casarme contigo? ¡Debes de estar loco! –exclamó. Tenía que tratarse de una broma. Pero ni siquiera Conan podía ser tan cruel. Además, la frialdad de su mirada era la mejor muestra de que estaba hablando completamente en serio.

      –No estoy loco, Josie. Simplemente soy un hombre práctico.

      Josie inclinó la cabeza, eludiendo la determinación de su mirada. ¿Qué demonios pretendería? ¿Por qué iba a querer casarse con ella?

      –¿Por qué? –se oyó preguntar a sí misma, e inmediatamente se corrigió–. No, definitivamente no. Charles era el… –no pudo continuar porque Conan la interrumpió.

      –Ya sé que Charles era el hombre al que amabas –en realidad lo que Josie había estado a punto de decir era que era el padre de su hijo–. Pero tenemos que pensar en la vida, no en la muerte. Vas a tener un hijo. Un Zarcourt. Seguramente eres consciente de que al confesar delante de mi padre que estabas embarazada perdiste toda posibilidad de tomar alguna decisión sobre tu embarazo.

      –¿A qué te refieres exactamente?

      –A la posibilidad de abortar. Al fin y al cabo, sólo puedes estar embarazada de unas cuantas semanas.

      –Seis, exactamente –replicó furiosa–. Y si el Mayor quiere que aborte, por mí puede irse al infierno.

      –Lo que


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