Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael Miller

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Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo - Linda Lael Miller


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a Anna.

      —Se suponía que mi jefa iba a venderme su boutique —Anna ocupó la última silla libre—. Pero se la vendió a otra persona.

      —Eso es terrible —Josh movió la cabeza y la miró compasivo.

      —Dímelo a mí —suspiró Anna.

      El guapo vaquero parecía llevarse tan bien con sus dos compañeras de casa, que Stacie se preguntó si alguien lo notaría si ella se ponía en pie y se iba. Cuando volvió a mirar la mesa, se encontró con los ojos de Josh.

      —Me ha encantado charlar —dijo él, apurando su vaso de limonada—. Pero Stacie y yo deberíamos irnos ya.

      Se levantó y Stacie, automáticamente, lo imitó. Adoraba a sus amigas, pero salir con su cita le parecía mejor opción que seguir allí hablando de investigación con Lauren o reviviendo la decepción laboral de Anna.

      Josh la siguió a la escalera. Aunque ya le había echado un vistazo al llegar, ella notó que la miraba subrepticiamente.

      A juzgar por sus ojos, aprobaba sus pantalones caqui y su blusa de algodón de color rosa. Stacie notó que la tensión de sus hombros empezaba a relajarse. Anna había dicho que era un tipo agradable y el modo en que había interactuado con sus compañeras lo demostraba.

      No tenía ninguna razón para sentirse estresada. Sin embargo, cuando empezó a parlotear sobre el tiempo, Stacie comprendió que tenía los nervios a flor de piel.

      Josh no dio muestras de que el tema lo aburriera. De hecho, parecía más que dispuesto a hablar de la escasez de lluvia que experimentaba la zona. Le comentaba un incendio forestal que había tenido lugar un par de años antes cuando llegaron a su todoterreno negro.

      Él fue a abrirle la puerta y le ofreció la mano para ayudarla a subir al vehículo.

      —Gracias, Josh.

      —De nada —dijo él con una sonrisa.

      A Stacie le dio un vuelco el corazón. No sabía por qué se sentía tan encantada. Tal vez porque Don Abogado Sweet River había suspendido la asignatura de galantería: no le había abierto una sola puerta y la había llevado a ver una película de acción que había elegido él sin consultarla.

      Josh, en cambio, no sólo le había abierto la puerta, sino que esperó hasta que estuvo sentada para cerrarla e ir hacia el lado del conductor.

      Lo observó por el parabrisas, admirando su paso firme. El vaquero exhibía una confianza en sí mismo que muchas mujeres encontrarían atractiva. Pero cuando ocupó su asiento, ella vio el rifle que colgaba de la ventanilla, tras su cabeza. Sus reservas resurgieron, pero no sabía cómo decirle a un hombre tan agradable que no era su tipo.

      —No consigo acostumbrarme a lo planas que son las calles —dijo—. Cuando Anna hablaba de su pueblo natal, siempre imaginé un pueblo de montaña, no uno situado en el valle.

      —Puede resultar decepcionante que las cosas no sean lo que uno espera —comentó él.

      —No siempre —Stacie lo miró a los ojos—. A veces lo inesperado es una sorpresa agradable.

      Condujeron en silencio unos minutos.

      —¿Sabías que soy vidente?

      —¿En serio? —ella se giró para mirarlo.

      —Mis poderes me están enviando un mensaje.

      —¿Qué mensaje es? —Stacie no sabía mucho de asuntos paranormales, pero sentía curiosidad—. ¿Qué te dicen tus poderes?

      —¿De veras quieres saberlo? —los ojos azules de Josh parecían casi negros en las sombras del vehículo.

      —Desde luego —afirmó Stacie.

      —Me dicen que no te apetece esta cita.

      Stacie se quedó inmóvil, sin respirar. Se ajustó el cinturón de seguridad, no quería cometer la grosería de admitirlo, pero tampoco quería mentir.

      —¿Por qué dices eso?

      —Para empezar, por lo que dijiste sobre los vaqueros —su sonrisa quitó todo atisbo de censura a sus palabras—. Eso y tu mirada cuando me viste.

      Aunque no había insinuado que hubiera herido sus sentimientos, Stacie supo que lo había hecho.

      —Pareces muy agradable —dijo con voz suave—. Es que siempre me ha atraído otro tipo de hombre.

      —¿Es que hay más de un tipo? —las cejas de él se juntaron y ella captó la sorpresa en sus ojos.

      —Ya sabes —tartamudeó ella, intentando explicarse—. Hombres a quienes les gusta ir de compras y al teatro. El tipo metrosexual.

      —¿Te gustan los hombres femeninos?

      —No femeninos… —se rió al ver el asombro que él intentaba disimular—. Sólo sensibles.

      —¿Y los vaqueros no son sensibles?

      —No —contestó Stacie sin dudarlo—. ¿Lo son?

      —En realidad, no —Josh se encogio de hombros—. Al menos, no los que yo conozco.

      —Eso pensaba —Stacie soltó un suspiro, preguntándose por qué la decepcionaba la respuesta a pesar de ser la que había esperado.

      —Así que estás diciendo que este emparejamiento no tiene posibilidad de éxito.

      Stacie titubeó. En justicia debería darle una oportunidad, aunque sólo supusiera posponer lo inevitable. Además, había algo en ese vaquero…

      «Vaquero», la palabra la golpeó como un cubo de agua helada.

      —Ninguna —afirmó con convencimiento.

      Josh escrutó su rostro y ella se ruborizó.

      —Agradezco la sinceridad —dijo él finalmente, sin mostrar emoción alguna—. Durante un segundo he creído que lo negarías. Qué tontería, ¿no?

      Durante un segundo ella había sentido la tentación de negarlo, pero había ganado la cordura. Josh podía ser caballeroso y tener los ojos más azules que había visto nunca, pero ellos dos eran demasiado distintos.

      —Eso no significa que no podamos ser amigos —dijo Stacie—. Aunque tendrás amistades de sobra.

      —Ninguna tan bonita como tú —dijo él. Carraspeó y redujo la velocidad al aproximarse al distrito comercial—. Si tienes hambre, podemos comer algo. O puedo enseñarte las atracciones turísticas y hablarte de la historia de Sweet River.

      Stacie consideró las opciones. No estaba de humor para volver a casa ni para cenar. Aunque Anna les había enseñado el pueblo a Lauren y a ella a su llegada, no recordaba su historia.

      —O puedo llevarte a tu casa —añadió él.

      —No, a casa no —descartó ella. Ya que habían aclarado las cosas, no había razón para no disfrutar de la tarde—. ¿Qué te parece la visita guiada? Después, si nos apetece, podemos cenar.

      —Adelante con el tour.

      Recorrieron lentamente la zona comercial con las ventanillas bajadas. Stacie se enteró de que el restaurante de la esquina había sido un banco en otro tiempo, y que el supermercado había sido resucitado por una mujer que había regresado a Sweet River tras la muerte de su marido. Josh hizo una narración interesante e informativa, salpicada de humor y anécdotas del pasado.

      —…y entonces el pastor Barbee le dijo a Anna que aunque vistiera al cordero como a un bebé, no permitiría que lo llevase a la iglesia.

      Stacie dejó escapar una risa burbujeante.

      —Es increíble que Anna tuviera un cordero de mascota —su voz dejó traslucir cierta envidia—. Mis padres ni siquiera me dejaron tener un perro.

      —¿Te gustan los perros?


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